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Domingo 26 de octubre de 2014

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Revista Dominical

El condenado

26 oct 2014

(cuento callejero) • Por: Aníbal Abel Alarcón Caparroz - Es poeta – escritor

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I. Detalle.- Al recordar lúcidas facetas del tiempo pasado donde las obscuras calles y avenidas caracterizaban el lento progreso de la ciudad, esto en la década de 1960, con tenue iluminación; por estas circunstancias, la reducida población en nuestra capital, incluyendo aquella que vivía (llámese así), en los alrededores o calles suburbanas, ya que haciendo memoria la avenida 6 de Agosto (al este), desde la avenida Villarroel a la Bolívar era intransitable para los contados viandantes y ni qué decir para los pocos ve-

hículos y cuando se “aglomeraban”, algunas personas era porque había ocurrido un accidente en la vía férrea, producto de las lóbregas y frías noches de nuestra meseta andina, con ráfagas de viento helado que hacían crujir y parpadear las luminarias en los alrededores con su iluminación que abarcaba pocos metros a la redonda. Las 9 de la noche ya era demasiado tarde para transitar por algún lugar a pie, puesto que si nos referimos al transporte urbano de aquella época, sólo existían dos líneas que prestaban servicio desde muy temprano cada día hasta el ocaso de la tarde.

Eran colectivos o “chaucheros”, como se los denominaba en determinadas esquinas donde se esperaba arribe el colectivo; uno era el “rojo”, que recorría desde inmediaciones del solitario estadio Bermúdez hasta la 6 de Octubre, directo hasta la calle Herrera doblando la diagonal Luna Pommier enrumbando por la Soria Galvarrro hasta la Ayacucho, Presidente Montes, para dirigirse hacia la pintoresca e iluminada plaza principal 10 de Febrero, que por otra parte relucía de esplendor a partir de las siete de la noche, con verdes jardineras rodeadas de rejas de hierro forjado, faroles con blancas esferas por todas partes y a las que parecían adheridas al cielo e iluminando hasta las estrellas con luna llena de plenilunio y apacible de invierno. No podemos obviar el encanto de longevos árboles de pino que adornaban a modo de gigantescos y coposos hongos en irregulares formas con exquisito e impenetrable aroma azahar, respirando y exhalando el límpido y seco aire frío propio del altiplano andino.

Continuando con la ruta del colectivo rojo que recogía como pasajeros en su estrecho habitáculo a no más de veinte personas, cómodamente sentadas (para esa época), y algunos parados hasta en las dos puertas laterales al lado derecho del vehículo adelante y atrás, recorriendo por la misma Presidente Montes hasta la calle Murguía, y de bajada hacia la Velasco Galvarro para empinar hasta el Cementerio General (última parada). Más allá hacia el sur como la plazuela Walter Khon no había ningún servicio de transporte urbano; sino uno que otro taxi que por mucha urgencia llegaba hasta lo que es hoy el Parque Zoológico o al frente la Metabol, empresa fundidora de minerales de un connotado profesional y artífice de la primera fundición en Bolivia, nos referimos a don Mariano Peró.

Alguna gente que residía por las inmediaciones de estos dos alejados lugares, esperaba muy temprano cada mañana para trasladarse al “centro de la ciudad”, (plaza, mercado, alguna entidad financiera o finalmente el correo central), una de las movilidades que parqueaba a esas horas siete u ocho de la mañana (camión o camioneta), de propiedad de la referida metalúrgica. De regreso de sur a norte el colectivo rojo subía hasta inmediaciones del hospital general para doblar rumbo a la 6 de Octubre recorriendo en línea recta hasta su primera parada; es decir, inmediaciones del estadio Bermúdez. Mientras que el colectivo verde, el segundo medio de transporte urbano con las mismas características del colectivo rojo, pero tomando otra ruta. Estos “chaucheros”, que como parada inicial de norte a sur, era la cárcel pública, su recorrido era bastante conocido ya que empinaba la calle La Paz, pasando por inmediaciones del cuartel Eliodoro Camacho, hasta la calle Belzu; la mencionada calle cruzando la 6 de Octubre y Potosí hasta la Pagador rumbo al mercado Campero. Este mercado en la actualidad (ya remodelado), está ubicado prácticamente en un manzano; es decir, la Adolfo Mier; Pagador; Bolívar y Velasco Galvarro, al frente hasta hace algunos años funcionaba la Aduana Nacional, al lado están oficinas del Tránsito. La parada de este “chauchero o monedero”, estaba también en el Cementerio General. De vuelta, de sur a norte, iba por la Velasco Galvarro, subiendo por las inmediaciones del Hospital General hasta el Mercado Central (Campero), exactamente en plena esquina de la Pagador y Adolfo Mier (parada obligatoria), o sea la ferretería Findel, cuyo dueño era de nacionalidad alemana. Esta importadora ocupaba prácticamente más de medio manzano con depósitos e infinidad de artículos (había de todo para satisfacer las necesidades de la población en su conjunto e inclusive de la minería, abasteciendo en forma permanente a la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), durante muchísimos años hasta que se produjo la denominada “Relocalización”. Una vez lleno el chauchero, empinaba por la Pagador hasta la avenida Villarroel subiendo por la Belzu (recto), hasta la calle La Paz en línea prácticamente recta hasta llegar a su primera parada que era en la intersección de la cárcel San Pedro y la rotonda que conduce más hacia el norte (lejos), lo que hoy es el casco de minero y del casco carretera a la ciudad de La Paz. Como podrá imaginarse el amable lector de este prestigioso medio de comunicación La Patria, nuestra ciudad de Oruro, no abarcaba más allá de lo descrito en líneas anteriores; es decir, al norte desde el cerro San Pedro era prácticamente pampa inhabitable, al viajar a la ciudad de La Paz se apreciaba los depósitos de combustibles de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos. Al oeste en los cerros aledaños que rodean una parte de la ciudad no existían casas, todo era llano y abierto, por tanto y por cualquier calle se podía trepar hacia el corazón de Jesús que por lo demás se apreciaba como único ícono religioso en señal de protección con su eviterna pose de bendición hacia esta bendita tierra de los Urus. Más al sudoeste, el solitario Faro de Conchupata con su irregular planicie con un depósito que según decían era agua potable para el consumo de la reducida población. Más abajo y mirando desde el Faro, el Teatro al Aire Libre que reunía en sus graderías apreciable cantidad de gente cuando llegaban artistas, conjuntos y cantantes de talla inclusive a nivel internacional.

Del Faro, bajando por la Herrera hasta la 6 de Agosto hacia el Tagarete era prácticamente una travesía de más de 15 cuadras (Av. Cochabamba); ahora Av. del Ejército y desde el Tagarete al aeropuerto Juan Mendoza, (piloto pionero), los que teníamos bicicletas podíamos a modo de hacer ejercicio llegar a la pista como se denominaba antes. Era una travesía prácticamente de todo un día, llegando a nuestras casas prácticamente ya entrada, las primeras horas de la noche (seis y media a siete).

Finalmente hacia el sud se da cuenta que se llegaba en alguna movilidad particular o una que otra vez de excursiones a Chiripujio, Papel Pampa o a las riberas del lago Uru Uru. Realmente eran verdaderas excursiones de vivo entretenimiento.

De Oruro hay mucho que recordar de la niñez en segmentos de lucidez de la frágil mente en edad madura, tratando de no obviar ningún pasaje de la vida en común, así recordamos, los arenales de la zona Este, una de las maravillas de la naturaleza, bello lugar de esparcimiento sin igual jugando en los montículos de arena y haciendo con esa riqueza natural momentos en solaz convivencia con nuestros congéneres, amigos de barrio y compañeros de nuestra recordada escuela “Eduardo Avaroa”.

II. Comentario.- En estas palabras hechas fragmentos de historia del pasado tratando de seguir el orden de los tiempos y sus entrañas, hoy frente a un modernismo subyacente (para las personas mayores), transcurridos en muy alto grado, en fugaces episodios de niñez y juventud.., con recuerdos imperecederos y con cierta nostalgia de que el “pasado fue mejor que el presente”, surgiendo mitos hechos leyenda, precisamente de eso están formados los sueños y plasmados en cuentos que han enriquecido en forma literaria la cultura de la gente. Algo así falta a modo de incentivar a los jóvenes a la lectura en la actualidad.

III. El condenado cargando a cuestas sus travesuras.- Las heladas y lentas noches de invierno transcurrían apacibles donde a lo lejos en el horizonte sólo se percibía de rato en rato el solitario ladrido de algún perro, pero generalmente eran silenciosas noches sin siquiera el fugaz vuelo de mariposas nocturnas, eran noches de luna, unas veces cubierta por nubes pasajeras y otras de un sinfín de brillantes estrellas en son de taciturna compañía hasta que de pronto y alrededor de las dos de la mañana cierta noche se había escuchado extraños ruidos a lo largo de la calle donde vivía, se trataba de las primeras andanzas del condenado solo y acompañando la negra noche, era sin duda alguna que a partir de la mañana siguiente de un nuevo día, el comentario de la gente mayor que se reunía en la carnicería o panadería era que de la rendija de la puerta que daba a la calle, habían visto pasar un ser extraño de figura tenebrosa y de aspecto con raído atuendo que cubría todo su cuerpo hasta su rostro con sombrero de ala ancha y obscuros anteojos. A partir de las noches siguientes ante el constante murmullo y comentario de la gente que ya había subido de tono alarmante, los dueños de casa trancaban sus puertas y ventanas con lo que encontraban a su paso. Mi abuela ahora fallecida, supersticiosa por naturaleza que había visto en su niñez pasar una carroza de fuego en plena noche en su pueblo, ponía tras la puerta de calle una cruz y un grueso palo de madera por si acaso el condenado se atrevía siquiera asomarse a la puerta.

Así transcurrió cierto tiempo con el inminente temor latente que sólo al pensar, se erizaban los cabellos de alguna gente circundante que no se atrevía a desafiar la presencia a lo lejos de la silueta del condenado. Hasta que la mala suerte del “Arre gallinas”, uno de los contados taxistas de aquella época con su auto Buick de los años cuarenta, había llevado como pasajero a un coronel de Ejército por urgente requerimiento de éste, a esas horas de la noche (una de la mañana), el destino era sin duda el cuartel Camacho. De regreso por la calle La Paz, en plena esquina de la Lira, el condenado hace parar el taxi, ni vuelta que dar y asustado el chofer para su taxi y enseguida aborda con destino “al cementerio”; el taxista ni corto ni perezoso “parte raudamente”, enfriado más por la presencia del extraño y tenebroso pasajero que por la temperatura que rondaba los diez grados bajo cero. Ni él supo cómo llevó a destino transportando algo que nunca en su vida ni por si acaso se había imaginado. Una vez en la puerta del cementerio cabizbajo sin querer observar los torpes movimientos del condenado al bajar del taxi, de reojo ve como trepa las rejas perdiéndose en la oscuridad. Al día siguiente aún con la resaca de la trasnochada, sumergido y atrapado por un escalofrío se anima acercarse a la policía para denunciar lo ocurrido y contar su amarga y terrorífica aventura. Por los relatos efectuados, los agentes de policía proceden cautelosamente a la búsqueda y hasta la prensa escrita se entera de lo sucedido al “arre gallinas”, e informa con detalle la versión, inclusive con titulares a ocho columnas como: “Ronda por Oruro un condenado”.

III. Final.- Transcurrido el tiempo, se da con el autor de la pérdida de varios objetos de bronce que hurtaba del campo santo, era un avezado ladrón que no tenía temor alguno de toparse en las noches con ánimas (almas), que penan sus culpas.

Según algunos rasgos de cierta leyenda, condenado era aquel que después de muerto, emergía de ultratumba como penitencia de sus interminables pecados ocurridos en vida y por no haber sido purificado con los santos óleos a la hora de su partida, clavándole una estaca para su eterna agonía.

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