Bolivia es una realidad que toca el sentimiento más íntimo, el de sus habitantes mestizos, los que no quieren saber de divisiones étnicas, las que se entrecruzan con la asimilación forzosa, la de obligar a las personas, por un trabajo que es un derecho inalienable de todo ser humano, a aprender un idioma a la fuerza, el que es ajeno a su cultura universal. Y el Estado totalitario del MAS y su gente no simplifica los medios para por lo menos facilitar las cosas, en su costumbre siempre manda y ahí se encuentra su naturaleza etno-fascista, étnica por su radicalización de algo que ha quedado sumergido en la historia bárbara de hace varias centurias y fascista por su raigambre corporativa en el mejor estilo de Mussolini, no de Hitler que fue la expresión extrema y racista del sistema que se intenta restaurar con otros colores, falsos como todo lo que representa el Partido en función de gobierno, aquel que apela al odio nacional para lograr sus fines de una nueva oligarquía, aymara de rostro, pero neoliberal en el fondo de su corazón y no de idioma, es la que habla inglés aunque chapuceramente porque sus negocios lo exigen, pero sus hijas e hijos lo hacen mejor, aprenden de todo en un mundo diversificado, pero también, y especialmente, globalizado ya que la circulación de ideas y de recursos económicos lo exige a muerte.
Este corazón pardo se destruye íntimamente en otro cuerpo de carne y espíritu, en la estirpe que invita al desafío, a la rebelión natural, a la provocación, la que nació como el producto de una epopeya, como algo imposible, rayano en la locura buena, pero dedicada a la Revolución en el sentido de Marx y Éngels, los padres de la redención de los seres humanos, como también de la maravillosa Rosa Luxemburgo, la polaca internacionalista que definió su entrega a una causa que decidió como fundamental para convertirla en la Revolución Comunista. Fue asesinada por las hordas fascistas, no obstante su pensamiento se conserva hasta el fin. Y así se desarrolló su posibilidad y certidumbre, su largo y difícil transcurrir de más de dos centurias, lleno de penurias. Su nacimiento, desarrollo y devenir implicó algo muy profundo: la trascendencia de un mensaje que devino en la utopía, la de la nación proletaria internacionalista que no reconoce diferencias de color, género o sangre, que se encontraba a sí misma. Y no es la única, ¿Por qué no hablar de Clara Zetkin, de Juana Azurduy y Violeta Parra?, las mujeres dignas de admiración que superaron a muchos hombres en enormes cualidades, pero sin calificarse de feministas retrógradas, las que odian al hombre por una condición natural, la de asumir un rol difícil en situaciones de hambre desde hace 2 millones de años ¿o más?
El comunismo verdadero debe hacer posible y necesario que la gente viva bien sin asesinar a los que discrepan, porque en caso diferente no tendría razón de ser. La Patria Boliviana no puede, ni debe, seguir soportando la injusticia de un sistema vil, mentiroso y oportunista, que no favorece en nada a sus objetivos. La falta de oportunidades crece y la decepción se incrementa, la clase media vive en la miseria de su falta de decisión. Nada funciona bien, Bolivia se disgrega en la barbarie étnica y hasta burguesa. Es el momento que define el destino del excedente económico. Nuestro país se encuentra sumido en la miseria del discurso oligárquico, en la barbarie del totalitarismo y para peor de males, en la incredulidad de los que debieran asumir su rol revolucionario. Ellos ya no creen en la posibilidad del cambio, se han rendido al excedente capitalista. Ya no son sujetos revolucionarios, en realidad nunca lo han sido, lo intentaron, pero muy marginalmente.
Solamente una revolución profunda podrá hacer posible la nueva vida. Bolivia ya no debe ser víctima de la manipulación y la estafa del MAS, un movimiento que engaña al pueblo, hablando de cambio que es intrascendente. Ha llegado el momento de construir un instrumento de poder como alternativa al neoliberalismo con discurso socialista. Los valores del pueblo no son vanos. Con el máximo objetivo se debe recrear una sola nación, la de la clase media, la de los mestizos con ideas de Patria que incorpore a los marginados de siempre, a los ciudadanos de “segunda”, a los siempre despreciados, a los aymaras y quechuas, además de guaraníes y otras nacionalidades, pero no desde una perspectiva de venganza, sino desde un proceso de unificación múltiple, no étnica, sino nacional.
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