La derrota de la democracia auténtica y el después
15 oct 2014
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Una vez más el MAS ha ganado en una elección presidencial y de representantes en el Senado y la Cámara de Diputados, frustrando los anhelos y esperanzas de millones de bolivianos que apostaban y apuestan a la ruptura radical de un régimen que si bien está amparado en el voto de más de la mitad del electorado, no puede desprenderse de sus tendencias totalitarias, lo que lo convierte en visiblemente anti-democrático. Además, no ha logrado una victoria contundente y el futuro Parlamento no contará con más de los dos tercios que tanto deseaban los masistas. Hay una suerte de equilibrio, pero, no obstante, no se debe confiar plenamente en los parlamentarios de la oposición. Los principios son siempre comprables y es necesario estar alertas.
La oposición política, que no es ni de derecha ni de izquierda, en realidad estas categorías han sido superadas por los hechos, no intentó articular un frente único para confrontar al monstruo totalitario, al que manipula la conciencia del pueblo boliviano en beneficio de una nueva oligarquía que se aprovecha de una coyuntura internacional favorable y se apropia del excedente productivo en su propio beneficio.
Hoy, las condiciones están dadas para la profundización del proceso populista que aliena la voluntad del pueblo y lo convierte en sujeto de propósitos ajenos al interés de la Patria boliviana. Pareciera que todo está perdido y que solamente queda rendirse y acomodarse a “un proceso de cambio” que nació contaminado por el imperio del soborno político y la prebenda económica. No obstante, en el marco de las realidades físicas temporales –a la noche oscura sigue el día brillante- es imprescindible que las fuerzas progresistas, en los hechos revolucionarias, “hagan de tripas corazón y se laman sus heridas de incontables batallas”, reorganizándose en la resistencia democrática en todos los escenarios posibles. La guerra se deberá desatar en la Asamblea Legislativa, en las ciudades y en el campo, en las aulas universitarias, en las fuentes de trabajo y las calles, para perfilar una lucha larga e intensiva que solamente se acabará cuando Bolivia se encuentre libre de cualesquier forma de autoritarismo estatal y alienación popular.
El combate ideológico y político implica sacar a las masas de su oscurantismo, el que ha sido introducido por el MAS en su conciencia a través de años de propaganda y acciones mediáticas, distribuyendo demagógicamente una parte miserable del excedente a la gente pobre para darle la idea engañosa de que el país ha estado creciendo y se han solucionado los problemas de los desfavorecidos, cuando, en realidad, no se trata más que un engaño de carácter de “burbuja” que acabará reventando cuando las condiciones de acumulación económica se modifiquen para peor.
Se trata de convencer a sectores de la población, que se han opuesto desde el principio o más tarde al régimen, sin importar su pasado político, de que nada se habrá logrado sin el abandono de posiciones cómodas y facilistas que dejan para otros la tarea de la lucha, especialmente esto se refiere a la clase media. Es necesario abandonar la calidez del refugio social, segura aunque peligrosa en la perspectiva, para adentrarse en el pantanoso terreno del conflicto, el que conlleva riesgos, pero lleva a la victoria final, el único camino cierto para salir de la abulia política. La clase media se aplazó, pero solamente en ella radica el futuro de la Patria. Los obreros ya traicionaron hace mucho tiempo la causa revolucionaria y los campesinos están adormecidos por su identidad étnica.
Solamente de esta manera se podrá pensar en un futuro sustentable para nuestras familias en la idea de que el enemigo a derrotar es el más poderoso y peligroso que jamás nos haya tocado enfrentar por sus connotaciones ideológicas y políticas. Aún estamos a tiempo de rebelarnos contra el monstruo totalitario.
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