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Domingo 12 de octubre de 2014

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Cultural El Duende

Adolfo Cáceres Romero

La suma poética de Mitre

12 oct 2014

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Primera de tres partes

Ni duda cabe que Eduardo Mitre es un excelente lector de la realidad; de su espacio, de su tiempo y de lo que le dicen sus modelos de cualquier época, lugar o lengua. Poeta y crítico, su visión de la poesía boliviana es singular y vivencial; es decir, como poeta sabe cómo se gesta un poema y qué hay que hacer para consumarlo. Pero ahora no vamos a hablar de sus estudios; lo que nos interesa analizar es su “Obra poética (1965-1998)”, volumen publicado en Valencia (España), el 2012. Para empezar, le bastó un solo poema para mostrar su capacidad creativa y llamar la atención de Jaime Sáenz, que lo invitó a visitarlo en La Paz (Mitre vivía en Cochabamba). En 1965, en la imprenta universitaria de la UMSS, donde estudiaba Derecho, Mitre sacó su “Elegía a una muchacha”. Un año antes, Jorge Suárez había publicado su “Elegía a un recién nacido”, con notable éxito. En 1961, Pedro Shimose se lanzó con “Triludio en el exilio”, poemas con los que empezó una promisoria carrera literaria, ganando años después el Premio de Poesía Casa de Las Américas, en Cuba (1972), con “Quiero escribir pero me sale espuma”.

Mitre tenía 22 años cuando publicó su “Elegía”; en tanto Shimose, lo hizo luego de cumplir 21 años. Hoy por hoy, prácticamente ambos poetas constituyen la indiscutible cumbre de la poesía boliviana. Además, tuvieron que abandonar el país; coincidentemente, afectados por la presencia de los dos dictadores más déspotas y sanguinarios del siglo XX; entonces, Shimose se fue a España, luego del golpe de Hugo Banzer (1971), y Mitre a los Estados Unidos, el mismo año del narcogolpe de García Meza (1980).

Un año después de la muerte de su amigo, el poeta Edmundo Camargo Ferreira (1936-1964), Mitre publicó “Elegía a una muchacha”. Los críticos de entonces lo encontraron nerudiano. Bueno, ¿qué joven al que le gustaba la poesía no lo había leído? Difícil olvidar los “Veinte poemas de amor” que animaban nuestras tertulias. Además, parafraseando a Harold Bloom, podríamos decir que “cualquiera que solía leer algo de la poesía hispana de entonces habrá leído a Pablo Neruda, aunque no lo hubiera leído nunca”. Pero Mitre, además, tenía otros modelos. Desde 1957 ó 58, año en el que Edmundo Camargo retornó de Francia, Mitre –junto a Renato Prada y mi persona– frecuentaba la casa de Camargo. Era una voz nueva, que le mostraba otros rumbos. Al leer la elegía mitreana, busqué –siempre asistido por Harold Bloom y su “Anatomía de la influencia” (2011)– sus contactos poéticos. Curiosamente los primeros versos de “Elegía a una muchacha”:

“Tu vientre es un acuario

donde luchan

el pez casto y la impureza”.

me recordaban “Farewell” de Neruda. Pero lo que me llamó la atención se halla en el final, cuando Mitre dice:

“Y es que un diente de ceniza

en celo funeral

te ha hincado sal

ponzoñosa de por vida,

y hay un cuervo atroz,

hay una herida

para cada pañuelo de viento

empapado en tu sonrisa.”

situándonos en un ámbito poético muy propio de Camargo. La muerte de su amigo le resultó difícil de asimilar; de ahí que hasta “Morada” (1975), esos diez años de silencio los fue llenando con otras voces y nuevos ámbitos; estudió a Rilke, subyugado por el “Libro de las horas”, que lo condujo hacia un lenguaje de plegaria mística, al igual que las 23 “Elegías de Duino” y los “Sonetos a Orfeo”. Ahí se fue forjando su temperamento lírico. Cochabamba era el vacío, la ausencia sin esperanza; pronto emprendió su primer exilio voluntario, en parte siguiendo el recorrido de Camargo, sobre todo en Francia. Estuvo en Niza, hasta 1968, año en el que estalló la rebelión estudiantil; entonces, el gobierno de Francia hostigó a los estudiantes hispanoamericanos. Mitre tuvo que abandonar ese país. Feliz retorno para nosotros. Puso en escena, en el teatro Adela Zamudio de Cochabamba, su poema escénico “Pastor de una ausencia”, que nunca fue publicado.

“Morada” abre sus páginas con una cita de Octavio Paz: “es el centro del mundo cada cuarto”, verso muy significativo, por cierto, por cuanto el “cuarto” es la “morada” con la que Mitre anima recurrentemente varios de sus poemas, pues de algún modo le hace dueño de un espacio recobrado, a fuerza de vivir de sus añoradas experiencias, entre las cuales están: su hogar, sus libros y autores favoritos. En cierto modo –como Proust– toda su obra tiende a recuperar su tiempo pasado. Por una parte, Apollinaire y Huidobro le señalan una ruta que sería integrada con la presencia de Octavio Paz, quien, al leer “Morada”, le diría en una carta: “Es un libro precioso, hecho de aire y luz, hecho de palabras que no pesan, como el aire y que brillan como la luz. Un libro casi perfecto”.

“Morada” es un libro de connotación ambiental, con palabras que no explican, pero dicen mucho. Todavía la nostalgia se extiende por sus páginas; nostalgia de lo que fue su vida, su familia, sus sueños y amigos, como el Chino Navarro, compañero del colegio La Salle, que sucumbió en la guerrilla de Teoponte. ¿Cómo olvidar ese punto de partida?; entonces, el poeta dice:

Solos

Abandonados

El uno en el otro

Nuestros cuerpos

Cruzaron la noche

Sin nosotros.

Esa enajenación será superada después de su paso por Europa. Mitre tuvo que recalar en los Estados Unidos, obteniendo el doctorado en Letras, en la Universidad de Pittsburg; su tesis trataba de la poesía de Vicente Huidobro. Poeta y docente, Mitre ha enseñado, a partir del 80, en Columbia University (Nueva York), Darmouth College (Hanover, New Hampshire); antes, en Bolivia, por una corta temporada, dio clases en la Universidad Católica Boliviana (Cochabamba); asimismo, diseñó la Carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la UMSS (1979). Carrera que nunca se hizo posible, pues el golpe del 80 lo truncó todo, haciendo que Mitre nuevamente se dirigiera a los Estados Unidos. Desde el 2000 enseña Literatura Hispanoamericana en Saint John’s University (Jamaica, Nueva York). Actualmente tiene su morada en Manhattan. Algo que es importante tener en cuenta es que Mitre no es poeta de concursos. Si algún premio lo distingue como uno de los mejores poetas de Hispanoamérica, se lo debe a sus lectores, críticos y editores. Precisamente la editorial Cormier de Bruselas ha publicado dos antologías bilingües de su poesía: “Mirabilia” (1983) y “Chronique d’un retour” (1997); sus poemas han sido incluidos en innumerables antologías de poesía hispanoamericana; además, varios de ellos han sido traducidos al inglés, francés, italiano y portugués. Es el único poeta boliviano que leyó sus versos en La Sorbona de París y en la Universidad de Granada. Julio Cortázar, uno de sus lectores de lujo, compara su universo estético con una constelación de estrellas.

“Ferviente Humo” (1976) es un nuevo paso, donde los temas se desplazan de los objetos inanimados a personajes célebres, algunos de ellos de ancestral alcurnia; ficticios y reales, adquieren vida en un ritual creativo, donde las palabras cobran un significado esencial en el ámbito poético que va creando; inclusive hay una remembranza del altiplano donde se halla la ciudad de su nacimiento (Oruro). “Olvido y piedra” y “Pueblo”, son dos poemas señeros que salen con humo blanco para mostrarnos su singular estirpe poética. “Safo” es una afortunada apertura para ese libro y para lo que vendrá después, con sintaxis explícita:

SALVO de nombre, nadie me toca.

Palabras, no besos, van ajando mi boca.

En mi vientre, como en un cenicero,

el tiempo apaga las horas.

Como mi sombra, mi alma es impar.

No sé qué viento me abrazará

en mi única boda.

Continuará

Para tus amigos: