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Domingo 12 de octubre de 2014

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Cultural El Duende

“Una mirada crítica sobre el indianismo y la descolonización” de Hugo Celso Felipe Mansilla

12 oct 2014

Discurso de presentación por el académico de la lengua Blithz Lozada Pereira en el marco de la XIX Feria Internacional del Libro- 2014

Tercera y última parte

La crítica científica debe ser ecuánime, racional y moral desde el punto de vista teórico, impugnando la vigilancia intrusiva, el riesgo de producir conciencias automatizadas y rechazando el control que vulnera los derechos humanos; pero también debe valorar las chances que ofrecen, por ejemplo, el internet, las computadoras y los celulares globales. Debe focalizar como objeto de sus advertencias, el consumo compulsivo e inhumano representado en las tarjetas de crédito instantáneo y por el poder financiero ilusorio causante de la última crisis global; pero también debe fijar la necesidad y el valor de la educación racional, mesurada y liberadora; además de explicitar la importancia para cualquier país, de promover el talento, el ingenio, el trabajo individual y la creatividad. En fin, se trata de hacer de la crítica un instrumento que ataque las pulsiones animales de poder, los riesgos de la competencia capitalista salvaje, las consecuencias de la dominación sin límite y el deterioro ecológico; al tiempo que se explicitan las potencialidades de la sociedad industrial tecnológica, el despliegue moral de conocimiento científico y la inacabable tarea de generar procedimientos, servicios y bienes que sirvan a la humanidad en un marco de dignidad, crecimiento, educación, trabajo, respeto, libertad y realización. A contrahílo de esta actitud crítica, científica y ética, los apologetas del indianismo y la descolonización, apenas incitarían a transitar con movimientos rutinarios y excesivos, por el camino hedonista del folklorismo inacabable y de la celebración ilimitada, convirtiendo por ejemplo a la educación, en otra ficción y pretexto para descarrilar los impulsos.

Los rumbos que Mansilla insinúa como crítica razonable a la civilización occidental, permiten asumir relativamente y con distancia, cierto sentido de la tarea de descolonizar la conciencia de los lastres pre-modernos. Los intelectuales deberían bregar por la discusión abierta, sin manipulación ni censura; por la construcción de la sociedad con efectiva libertad de expresión, asociación, organización y acción en el marco de la ley; por el respeto de la institucionalidad, los derechos humanos y el estado de derecho; por la prevalencia de la razón no instrumental, por la abominación de los impulsos aguijoneados por discursos que manipulan las acciones colectivas en defensa del autoritarismo, la irracionalidad y la violencia; deberían luchar contra el dogmatismo, la impostura y la obsecuencia. Solamente de esta forma será posible esperar que los grandes errores de la civilización occidental se reconduzcan y reconstituyan en el devenir de los procesos políticos y sociales. Solo así será posible enfrentar y superar los obstáculos para la pluralidad compleja y la tolerancia efectiva, resguardando el control mutuo del poder, los contrapesos de equilibrio, y la efectiva implementación de políticas que beneficien a dilatados grupos humanos.

En su libro, resuena el imperativo moral interpuesto por Mansilla, de que los intelectuales como visionarios del futuro, dejen de lado sus intereses y superen el estado de confusión en el que muchos se encuentran. Promuevan el desarrollo social, contribuyendo a la construcción de instituciones sólidas y demandando el respeto a la institucionalidad y el derecho; exijan que exista una efectiva separación de poderes del Estado, vociferen porque se precautele el ejercicio pro tempore del poder, y denuncien a quienes se pongan por encima de la ley. Los intelectuales deberían también exigir, según interpelación de Mansilla, que las entidades y los actores combatan de verdad a la corrupción, y no como hacen los políticos de turno, con argucias retóricas que no ofrecen ninguna credibilidad. Solo cuando se frían peces gordos, mejor personajes venales del propio partido; solamente el momento cuando sea sincera la convocatoria a la conciliación y la redención colectiva como lo hizo Nelson Mandela; la insana promoción del resentimiento y el rencor se transformará en un ejercicio auténtico de libertad y pluralismo. Solamente entonces la política dejara de ser lo que siempre ha sido, tanto en tiempos de las elites y las oligarquías, como en el turno de los líderes plebiscitarios de cualquier laya: el medio para realizar desde el poder, los propios y pedestres intereses, tanto del caudillo como de los adláteres y de las facciones que lo acompañan y promueven.

El imperativo moral de Felipe Mansilla resuena para que los intelectuales no se dobleguen ante el poder, desplieguen críticas inteligentes sin temor, que despierten a las colectividades tristemente amodorradas y descaminadas debido a la extensión de la anomia, la proliferación de la inercia y el conformismo, y por la preferencia por la astucia ventajista y los desvalores. Esta interpelación es más audible al descubrir la crítica de Mansilla que visualiza el contenido conservador del indianismo y del discurso de la descolonización, mostrándolos como ideologías que solo justifican el cambio de quienes reemplazan a los que ejercieron deplorablemente el poder, en los peores casos, con persecuciones políticas, ideológicas y personales; inclusive recurriendo al expediente de la flagrante violación de los derechos humanos universalmente reconocidos y defendidos hoy día.

Respecto del indianismo y la descolonización, Mansilla acepta, que, por ejemplo, el germen del discurso ecológico advertido en concepciones indígenas, es un valor que debería servir para orientar las políticas públicas de nuestro país. Otros aspectos teóricos como la solidaridad comunitaria, si no implicasen una intromisión en la privacidad de los ciudadanos, si no fuesen mecanismos de fisgoneo y control de la población, creando facciones proclives a la violencia; constituirían aspectos potencialmente valiosos para que, con estrategias individualistas, motiven el crecimiento personal.

Sobre la democracia compulsiva que obliga al consenso por cansancio, o las prácticas machistas y discriminatorias que no admiten la divergencia, acciones intolerantes con quienes piensan sin ser parte del rebaño manipulado por la propaganda; sobre lo que se hace contra el disenso, debería ser criticado acremente en el siglo XXI. Asimismo, debería ser objeto de crítica la práctica política deleznable de la cooptación y la persecución a quienes se resisten a los estímulos informales. Respecto de los primeros, según la lógica del poder, quedarían comprometidos a retribuir con pleitesía y sometimiento a sus regentes; en tal caso es evidente el contenido inmoral que exige no solo una crítica científica, sino también una condena ética.

Respecto del concepto de identidad criticado por el Dr. Mansilla, queda claro que ni el indigenismo radical ni el discurso de la descolonización como coartada ideológica, desarrollan una teoría expectable lógicamente sostenible. Se trata en ambos casos, de la paradoja del mentiroso, que en política, sin duda, ofrece pingües beneficios, sin que, por lo general, importen los efectos deplorables que produce. Al respecto, todavía es el mejor ejemplo el caso de la manipulación propagandística del nacionalsocialismo que desplaza la paradoja –consistente en presumir un ser inmóvil en la historia que habría devenido-, a expresiones crasas de etnocentrismo y racismo.

La única forma de evitar tales excesos es mediante la suposición de que las identidades sólidas y definitivas, en verdad, no existen. Todo es híbrido, todo es sincrético, todo es mezcla de legados y procesos culturales que también son anfibológicos, y que deben ser objeto de crítica. Tanto es necesario criticar varios contenidos del legado de la conquista y la colonización española, como es imprescindible criticar ciertas prácticas que la historia y la etnohistoria han develado como constitutivas de la cosmovisión y práctica de los pueblos prehispánicos. Téngase en cuenta, por ejemplo, los sacrificios humanos entre los incas (la capacocha); el genocidio y la aculturación como forma de dominio político (el mitimayazgo), y el sometimiento a condición de servidores y esclavas a sectores numerosos de la población (el yanaconazgo y las ñustas del Sol). Contribuir a dejar de creer en los mitos y las mentiras fundadoras de identidades inventadas es la finalidad de la labor crítica, y por eso mismo, es imprescindible focalizar de manera implacable como lo hace el Dr. Mansilla, la atención del objeto de reflexión, tanto a la civilización occidental con todas sus contradicciones, errores y falencias; como en los flacos favores que las leyendas y los mitos proveen en torno al supuesto ser de los pueblos indígenas. Solo así será posible comprender la necesidad de construir teórica y racionalmente, un mundo mejor para nosotros mismos y para las generaciones a las que legaremos esta tierra, instituciones que deberían existir, y prácticas y principios de los que todavía carecemos.

En suma, siendo que las identidades se construyen en la dinámica de los procesos, debido a que las identidades se rehacen continuamente en un curso universal de aculturación y mestizaje; resulta absurdo proclamar el mundo pre-moderno como superior a la civilización occidental, sin prestar valor a los fundamentos filosóficos y sociales que han dado lugar a que los logros tecnológicos, científicos, médicos, logísticos e institucionales de la modernidad, se extiendan globalmente, siendo recibidos y empleados sin reparo en Bolivia; inclusive por los sustentadores radicales de corrientes indigenistas, indianistas, nacionalistas y teluristas. El reconocimiento mínimo y la congruencia básica de la teoría con la práctica, son el imperativo moral que Mansilla demanda; siendo también una obligación tener una pizca de autocrítica por la instrumentación que recurre al inventario de los agravios históricos y al dolor colectivo para desplegar discursos arcaístas con propósitos penosamente prosaicos, produciendo como efecto dominante, aplastar la autoestima, despreciar el espíritu crítico y científico, desvalorar lo individual y tener que soportar una irracionalidad organizativa interminable y una administración deficiente y obsecuente, que ha convertido en retórico el discurso de tolerancia a la pluralidad y divergencia. La crítica boliviana, científica y filosófica, debería darse como la despliega Hugo Celso Felipe Mansilla con maestría, siguiendo estos rumbos.

Fin

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