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Domingo 12 de octubre de 2014

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Cultural El Duende

La colonia

12 oct 2014

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La estrella a la que ahora se dirige la flota de Hams, va adquiriendo forma hasta que aparece enorme con su terrible luminosidad, sin embargo es más pequeña que las anteriores que la repelieron con su potente radiación, obligándolos a retroceder o cambiar vertiginosamente de rumbo. Las grandes lenguas de fuego que escupe esta estrella, son examinadas por los aparatos computarizados que tiene cada una de las pequeñas naves en forma de bumerang. Dentro de un momento, si las condiciones son favorables, la primera máquina cruzará el incandescente disco, no sin antes detectar los elementos adversos o convenientes para la vida que están buscando.

Han dejado atrás el negro destino que corrió su mundo y se lanzaron en busca de las luces de lejanas estrellas con un único pensamiento: encontrar un lugar habitable, un nuevo mundo para perdurar la especie y acogerse bajo su sombra.

La flota de Hams ha visitado mil soles, pero mil soles no representan nada en la inmensidad del universo, siempre queda otra posibilidad. Concentrándose en el centro de sus pantallas, observan cómo la primera nave, la del comandante, atraviesa el disco. Ahora el navegante deberá emplear toda su capacidad y experiencia para repeler estos estallidos que le recordarán los estallidos de su propio mundo cuando ya hubo poco que hacer. Y subiendo al máximo la potencia de la velocidad, hasta casi hacerse invisible, pues puede ser absorbido, pasa raudamente delante del sol, pero contra todo cálculo, no puede evitar ser lanzado con violencia hacia uno de sus planetas que al contacto con su atmósfera comienza a incendiarse en una bola de fuego. Atraído por su poderosa fuerza gravitacional, desciende violentamente. A pesar de que ha reducido al máximo la velocidad, no puede evitar el golpe seco al tocar suelo y después de muchos tumbos, por fin se detiene la averiada y casi chamuscada maquinaria.

Observa desde el interior de su nave. El nuevo mundo se abre vasto ante sus ojos y aunque su naturaleza sauria no conoce emoción alguna, algo en su ser se maravilla al no encontrarlo demasiado diferente al planeta de donde proviene.

Aterriza. Desciende de la nave, se quita lentamente el casco que protege su cabeza y descubre que puede respirar por las branquias que ahora se abren libremente como alas en su rugosa espalda. Desde abajo levanta la cabeza y contempla la triste dulzura del cielo de donde él ha llegado. Los rayos del sol se filtran en el horizonte en el que el Ham observa infinidad de colores.

Vuelve a ingresar a su nave y la información aparece en la pantalla: está en el tercer planeta del sistema de aquella pequeña estrella y las condiciones son favorables para la vida. Acciona una tecla con la intención de comunicarse con su flota pero solamente aparecen códigos numéricos que no significan nada. El Ham sabe que la colisión ha desactivado la comunicación con el espacio exterior; sin embargo, su vasta experiencia de navegante del espacio lo capacita para solucionar en un corto tiempo la avería y pronto escucha las señales de sus compañeros. Inmediatamente responde y da las coordenadas del lugar donde se encuentra, pero nuevamente aparecen los códigos numéricos. Esta vez no puede solucionar el desperfecto, pero se queda con una sensación parecida a la tranquilidad, porque sabe que sus compañeros escucharon el mensaje y pronto bajarán a reunirse con él.

Mientras tanto, elegirá el lugar donde creará las condiciones de vida en un proceso que lo habrá de autosostener y perdurar mientras espera a sus hermanos de raza.

Durante muchos años se dedica a observar todo. Los trazos rojizos de una atmósfera primitiva van tornándose azules y todo comienza a cambiar dentro del marco de lo aceptable, sin embargo piensa que aún hay vegetación excesiva en lugares donde el calor es insoportable y también ha conocido otros donde las montañas de hielo y los helados ríos y mares que de estos se desprenden, lo hacen también inhabitable. Y llega el día en que observa a las diferentes especies que comienzan a salir del agua y tímidamente se van acomodando a la tierra, otras retroceden a los grandes océanos, otras sucumben, mientras algunos microorganismos comienzan a moverse en el aire. Aunque estas experiencias lo maravillan, el Ham siempre retorna al lugar donde ha descendido a pesar de que los cambios climáticos han convertido en polvo lo que fue su nave, él no deja de mirar al cielo, esperando...

Establece un contacto natural con los grandes lagartos de sangre fría. Pero pasan los años, los siglos y los milenios y ven caer una gran piedra del cielo que cambia el clima del planeta. La naturaleza muere por varias décadas, algunas de las grandes bestias de la tierra perecen y otras se adentran en las profundas aguas de los grandes océanos. Comienza a helar y ve multiplicarse a los pequeños animales de sangre caliente que sobrevivieron, con quienes no logra establecer ningún contacto, aunque la sobrevivencia es pacífica. Se siente más solo ahora. No pasa un día en que no mire al cielo, aunque a veces, por años, este se tiñe de un color incandescente producto de alguna erupción no muy lejana al lugar donde se encuentra.

En el espacio abierto donde él descendió, ha emergido entre una cadena de montañas, un pequeño lago. Todo sigue cambiando, su cuerpo se deteriora, y por largos espacios de tiempo, ya no sabe si está despierto o dormido, sueña que la flota está transportando a los pocos cientos de sobrevivientes que quedaron en su planeta y cualquier día llegarán al lugar donde él descendió, pero ahora le cuesta transportarse y casi ya no puede moverse de las rocas cercanas al lago que es donde se oculta, pues hace un tiempo descubrió a otro ser que también habría llegado del espacio exterior. Lo percibió peligroso y desadaptado, diferente a todos los que conoce, sabe que corre peligro, pues aunque su aspecto no es feroz, intuye que cuenta con muchos recursos para destruir cuanto la naturaleza ha creado.

Y ante esta amenaza, en un intento de perdurar en este planeta, con un último esfuerzo supracósmico ejerce la ceremonia de multiplicación que recuerda de su mundo natal y se divide en miles de Hams que se adentran en las profundidades del pequeño lago.

Toribio Nina Mamani tiene su lancha a motor, con la que trabaja transportando pasajeros en el estrecho de Tiquina. Cuando cae la noche ya no hay más trabajo, entonces enseña a su pequeño hijo a recoger algas de las orillas, tal como su padre le enseñó a él y a aquel su padre. Las harán secar al sol para luego prensar las y conservarlas en forma de pequeños adobes que venderán en el mercado de La Paz con el nombre de khochayuyo, una comida de Semana Santa.

–Papá, ¿cuántos jamp’atus habrá en el fondo del lago y cuándo los sacaremos? –pregunta el pequeño.

–Hartos, hijo, hay muchos sapos en el estrecho, pero ya te he dicho que son sagrados, solo los k’aras los pescan para cocinar y comérselos, nosotros los respetamos. Ya te he contado que en las noches salen a la orilla y miran la luna croando fuerte; después, antes de que amanezca, carrerita se meten al agua otra vez. No hay que matar a los jamp’atus, hijito, la leyenda que contaba el abuelo de mi abuelo decía que, como lluvia, habían caído del cielo.

Marcela Gutiérrez. Narradora y poeta, La Paz, 1954.

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