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Domingo 12 de octubre de 2014

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Revista Dominical

En torno al libro de texto

12 oct 2014

Por: Víctor Montoya - Escritor

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Para empezar, será bueno plantearse tres preguntas elementales:

1. ¿Cuál es la función de la escuela?

Si se considera que la función principal de la escuela es la de transmitir conocimientos, mediante un profesor que representa el saber oficial, entonces la aplicación del libro de texto resulta coherente; pero si se considera que el objetivo principal de la escuela es el de incentivar la creatividad de los alumnos, mediante métodos activos, entonces se debe reconocer que el libro de texto es un instrumento limitado y limitante, que debe ser sustituido por otros más eficaces.

2. ¿Es indispensable el libro de texto?

Esta pregunta, aparte de provocar encendidas polémicas, tiene diversas respuestas, dependiendo del concepto que se tenga de la escuela y del sistema pedagógico que se aplica en el proceso de enseñanza/aprendizaje. Si se considera que el libro de texto es el eje en torno al cual debe girar la actividad escolar, entonces se avala los métodos de la escuela tradicional, donde el profesor es el “transmisor activo” de los conocimientos y el alumno el “receptor pasivo”.

Por otro lado, si se considera que el libro de texto hace del proceso de enseñanza/aprendizaje una rutina mecánica y memorística, entonces se cuestiona los principios de la escuela tradicional, en la cual el alumno, en lugar de ser un sujeto creativo en la clase, se convierte en un repetidor del contenido de los libros de texto.

3. ¿Cuándo, cómo y para qué se introdujo el programa único y el libro de texto en la escuela, si ambos elementos inducen a una enseñanza pasiva?

Todos saben que la escuela está programada para que el alumno aprenda a leer y escribir con la ayuda del libro de texto, y la función del profesor consiste en transmitir y repetir los conocimientos de manera esquemática; por cuanto la enseñanza de los conocimientos está dirigida por el profesor, quien, a su vez, está dirigido por el libro de texto.

Desde siempre se ha conservado la imagen clásica de que el profesor es quien transmite activamente el saber en “capítulos/paquetes”, y el alumno quien los recibe pasivamente; un sistema de enseñanza que Paulo Freire definió como una interrelación entre sujeto/objeto, en la cual el profesor es el sujeto activo, quien imparte los conocimientos programados por la superestructura imperante, mientras el alumno es el objeto pasivo, quien, al carecer de conocimientos, debe limitarse a asimilar y acumular lo transmitido por el profesor.

Los investigadores señalan que tanto los profesores como los padres identifican el programa escolar con el libro de texto, ya que a través de él se controla el avance de los alumnos. Si al final del año lectivo notan que se han quedado fuera algunas lecciones sin estudiar, las partes implicadas tienen la impresión de que el programa no se ha cumplido al pie de la letra; un hecho concreto que, además de considerarse un fracaso, repercute en el prestigio del profesor, quien está en la obligación de cumplir al cien por ciento el temario marcado por el “Programa de Educación”, olvidándose si el alumno tiene o no la capacidad para asimilar el libro de texto. De cualquier modo, en un sistema educativo basado en la competencia y el aprendizaje memorístico, no es casual que el profesor esté más preocupado por llegar al final del programa, que por seguir el desarrollo de aprendizaje normal e individual de los alumnos.

El libro de texto, más que dinamizar el proceso de enseñanza/aprendizaje, es un obstáculo que se antepone en la interrelación profesor/alumno, y un medio que, en lugar de estimular la actividad creativa del alumno, bloquea los deseos de asimilar nuevos conocimientos.

Cuando se implantó el libro de texto a comienzos del siglo XIX, la medida constituyó un avance en el ámbito pedagógico, debido a que reemplazó a los textos anacrónicos que se leían en la escuela. El mismo libro de texto, con el transcurso del tiempo, fue cediendo espacio a otros medios educativos más modernos y eficaces.

En Italia, por ejemplo, en el interior del “Movimiento Freinet” (Movimiento de Cooperación Educativa), con profesores que intentaban seguir un método natural a partir de la experiencia real del niño, el libro de texto ha sido sustituido por otros libros de consulta y lectura, con los cuales se formó la biblioteca de la clase.

La escuela tradicional ha visto siempre el estudio como la fijación en la memoria del contenido del libro de texto, considerado como el depositario del saber absoluto, aunque el libro de texto induzca hacia el trabajo mecánico y memorístico, pues, en la escuela tradicional, el alumno, en lugar de ser un sujeto activo y creativo, se convierte en un “receptor pasivo” y “repetidor mecánico” de los conocimientos impuestos por el libro de texto, y el rol del profesor es facilitado -en sentido negativo- y limitado, porque en lugar de proponer, orientar y corregir las actitudes del alumno, su función es la de simple intermediario del libro de texto que decide “qué, cómo y cuándo” se debe enseñar/aprender.

Otro de los problemas serios de los libros de texto, como ya se señaló, es que están escritos en un código lingüístico “elaborado”, al cual tienen acceso sólo los niños de las clases privilegiadas y no los niños de la clase obrera, quienes, al tener un código lingüístico “restringido”, no comprenden debidamente el mensaje de los libros de texto.

La escuela moderna, cuya estructura es democrática, no puede tener como punto de referencia cultural un texto igual para todos. La escuela democrática debe aceptar el riesgo de afrontar los conocimientos disparejos de los alumnos, quienes casi siempre provienen de contextos diferentes, con sociolectos y experiencias diversas.

El libro de texto escrito por los niños

Las innovaciones en los métodos de enseñanza, introducidas en la educación escolar desde la pedagogía práctica de Célestin Freinet hasta la pedagogía liberadora de Paulo Freire, coinciden en la necesidad de limitar la hegemonía del libro de texto, para transformar el aula en un centro más activo y creativo, donde el profesor sea el guía en la adquisición de los conocimientos y el alumno el artífice de su propia formación y el autor de su propio libro de texto.

La pedagogía de Freinet rechaza el vocabulario complejo y abstracto del libro de texto. Y, como alternativa a este material preconcebido por los académicos y “tecnócratas de la educación”, plantea la creación y lectura de textos escritos por los propios niños, cuyo código lingüístico, por mucho que sea “restringido”, debido al contexto social del cual provienen, resulta más efectivo en el proceso de enseñanza/aprendizaje. Cualquier otra metodología foránea a esta realidad es errónea e ineficaz, ya que el medio social no sólo determina la conducta del niño, sino también su desarrollo lingüístico y cognoscitivo.

Freinet, además de crear la llamada “pedagogía del trabajo”, para formar al niño como al futuro ciudadano de una sociedad democrática, criticó las estructuras de la escuela tradicional, el autoritarismo y la rigidez predominantes en los métodos pedagógicos de todos los tiempos, oponiendo a estos principios los de la espontaneidad y la autocorrección de los errores, coincidiendo con las teorías de María Montessori, quien, a tiempo de organizar la “Casa del Niño” en los barrios pobres de Roma, a principios del siglo XX, puso de manifiesto la idea de potenciar las aptitudes individuales y creativas que todo niño encierra dentro de sí, en el marco de un sistema escolar exento de premios y castigos, y donde el adulto intervenga en el proceso educativo sólo cuando el niño lo necesite.

El mayor aporte de Freinet a la pedagogía moderna estriba en la creación del periódico escolar, donde el alumno debía registrar sus impresiones del entorno y elaborar los conocimientos adquiridos tanto dentro como fuera del aula. Estaba convencido de que la enseñanza debía partir de las experiencias, intereses y cuestionamientos del niño. Rompió con los esquemas académicos tradicionales y desechó casi por completo el material preparado fuera de la escuela, consciente de que el libro pre-elaborado y pre-concebido era un serio peligro para el alumno y un real obstáculo para el desarrollo de un trabajo dinámico.

Freinet partía del principio didáctico de que los propios niños deben ser los artesanos de su libro de texto: el escritor y el lector, el ilustrador y el impresor; para cuyo efecto, tanto el profesor como el alumno necesitan salir del aula para ir a empaparse en la realidad, de manera libre y espontánea. A partir de esta experiencia se elabora el “texto libre”, donde se recogen los resultados de la investigación, que luego se imprimen en el periódico escolar.

Los profesores, que han abandonado el libro de texto para trabajar con el método Freinet, aseguran haber alcanzado resultados más satisfactorios que cuando el proceso de enseñanza/aprendizaje estaba centrado en el libro de texto único. Es decir, llegaron a la conclusión de que no es lo mismo transmitirle al alumno el contenido del libro de texto y luego examinarle, que motivarlo a buscar los conocimientos según su capacidad y necesidad.

Los psicólogos y pedagogos, como Freinet, Montessori y Freire, atribuyeron gran importancia al medio en el cual se desarrolla el niño, aferrados a la firme convicción de que el individuo es producto de su medio social, y que, por lo tanto, todo sistema pedagógico debe estar anclado en las experiencias concretas del sujeto; contexto en el que la prensa escrita, además de proporcionarle información, es un medio eficaz que le ayuda a asimilar su mundo cognoscitivo y a integrarse -o reintegrarse- en él de manera crítica y abierta.

El libro de texto ofrece siempre un saber preestablecido o “empaquetado”, que se nutre de estereotipos culturales, cuyos referentes no desarrollan la formación crítica del alumno, y plantea un ritmo de aprendizaje común, como sistema para uniformizar a toda una clase social y, consiguientemente, a toda una población. Adaptar un solo libro de texto equivale a privar al alumno de múltiples incentivos y posibilidades que pueden desarrollar su pensamiento y personalidad.

Abandonar el libro de texto significa que el papel y la actitud del profesor deben estar a favor de una biblioteca en la escuela. Para que la adquisición de conocimientos sea efectiva y el aula funcione como un pequeño laboratorio, tanto el profesor como los alumnos deben tener a mano una biblioteca -enciclopedias, diccionarios, periódicos, revistas, etc.-, que facilite los datos que necesitan para elaborar su periódico escolar y asimilar nuevos conocimientos.

Asimismo, deben contar con otros recursos auxiliares, como computadoras, talleres de imprenta, películas, teatros, viajes y hasta la visita de algún profesional, quien les hable de su experiencia laboral. Todo depende de utilizar adecuadamente la biblioteca y los recursos auxiliares, porque sin recursos ni materiales apropiados, sería difícil dar el salto dialéctico de una enseñanza basada en el libro de texto hacia una enseñanza creadora y motivadora.

Si se parte del principio de que cada alumno es el protagonista de su propio aprendizaje, entonces el actual proceso educativo exige un cambio radical respecto a los roles tradicionales que se experimentan en el aula, donde el profesor aparece como el portador oficial de la información que el alumno debe recibir y asimilar mecánicamente, ya que dicha información, junto al libro de texto, constituye el instrumento principal de trabajo, a diferencia de un sistema de enseñanza que no genera pasividad mental, sino que crea las condiciones para que el alumno se esfuerce por aprender según su capacidad y necesidad.

Una escuela que no está centrada en el texto, permite que el alumno esté activo y comprometido con lo que se hace y se dice, pues el simple hecho de que sea el protagonista central de su aprendizaje, le obliga a buscar materiales, ordenarlos, estructurarlos y sistematizarlos; actividades éstas que, sin resquicios para la duda, le estimulan a desarrollar su capacidad creativa.

El libro de texto, más que dinamizar el proceso de enseñanza/aprendizaje, es un obstáculo que se antepone en la interrelación alumno/profesor y un medio que, en lugar de estimular la actividad creativa, bloquea los deseos de adquirir y asimilar nuevos conocimientos.

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