Tras la cita del domingo en las urnas y a despecho de los resultados finales, de los votos de cada quien y de los porcentajes que sólo sirven para estadísticas, la Bolivia del lunes será sustancialmente diferente a la de hoy. Cambiará porque a diferencia de lo ocurrido en las elecciones del 2005 --cuando el cansancio de la gente y la protesta de las organizaciones sociales marcaron un rumbo con la Agenda de Octubre 2003-- nadie conoce hoy el derrotero ni parece capaz de interpretar, con acierto, los humores de la gente.
Es que los actores centrales de hoy son los mismos de ayer; aunque son otros. En algunos casos son, incluso, totalmente opuestos. Bolivia, como continente, es el país de siempre; pero la Bolivia de ahora, como contenido, es sustancialmente otra. Las expectativas y necesidades básicas del ciudadano de a pie –pan, vestido, techo, trabajo, seguridad y transparencia-- son las de siempre. Pero el escenario en que se busca satisfacerlas es otro, por fuerza de circunstancias ajenas y extrañas, como siempre.
Los gobernantes serán pues los mismos, pero sustancialmente diferentes de las personas que recibieron la Agenda de Octubre, que nació del hastío, la bronca y el cansancio provocado por taras, males y problemas que persisten desde siempre. O son peores y más graves, tal vez.
Resulta difícil negar que hay contubernio y chantaje político, tal como diferencias económicas, sociales y de oportunidades, como antes, pero ahora además en función de militancia partidaria y compadrazgo. Hay inseguridad ciudadana, corrupción, falta de transparencia, contrabando y narcotráfico también, con la agravante de destrucción paulatina de institucionalidad. La justicia es injusta como antes, pero hoy sometida también al poder político. Se arrió banderas de defensa de recursos naturales y medio ambiente y los pueblos indígenas que las prestaron ayer están hoy en la vereda de enfrente. Y un etcétera que incluye atropellos a la nueva Constitución y…
Convengamos pues, los ingredientes de la bomba que forjó la Agenda del Cambio en el octubre del 2003 y que costó más de 60 vidas y centenares de heridos sólo en El Alto son los mismos que los de hoy, aunque se los crea diferentes. Y entonces, tras todo lo hecho y deshecho desde entonces, ¿quién se quedó con el cambio?
En ese escenario, la crónica de las elecciones del domingo, decía en una columna anterior, se podía haber escrito desde mucho antes de ir a las urnas, habida cuenta lo previsible de sus resultados. Sin necesidad de las tantas y tan caras encuestas –en las que pocos creen a estas alturas— ese pronóstico sigue totalmente válido.
La dispersión opositora, por ingenuidad, tozudez o soberbia de sus candidatos en suponerse autosuficientes para enfrentar el desafío por cuenta propia, allanó el camino presidencial hacia la re reelección. A estas alturas, queda pues muy poco margen para dudar de que habrá Presidente Evo para otros cinco años. Y quién sabe para cuántos más, si sus planes de poder eterno se concretan.
Pero tras nueve años de gestión y resultados conocidos, es difícil hoy decir en esa crónica hacia dónde irá el país político desde el lunes, con el mismo actor. Porque por insólito que parezca, en el mismo escenario de antes y pese a la disparidad de fuerzas en competencia, el referente principal –estructura partidaria incluida-- es hoy absolutamente distinto, en forma y fondo, al que movilizó por sí solo apoyo masivo en elecciones el 2005 y el 2009,
El presidente electo el 2005 que se fue vestido de chompa pidiendo apoyo y ayuda a los líderes mundiales, los encara hoy con traje de alpaca y diseño exclusivo para enrostrarles lo que considera conductas equivocadas. Al hombre discreto de entonces lo custodia hoy un séquito de alta seguridad con sirenas y vehículos blindados. El líder de caminatas kilométricas y bloqueos viaja hoy en avión privado o helicóptero.
De su estructura partidaria, algún analista dijo que “cambió el puño izquierdo en alto por la corbata”. La pérdida de identidad ideológica se expresa cuando se recurre al “chicote” para obligar a la gente a votar por candidatos impuestos, se le exige probar que se acató la orden para preservar el empleo público, se hace a pactos y alianzas al más puro estilo de los gobiernos que se criticó o se utiliza prebenda, poder económico, promesa fácil y demagogia barata para sumar votos.
Es que en el camino quedaron muchos convencidos por cuestión de ideología y programas, “librepensantes” y creyentes de buena fe que se cuestionan hoy, en el momento de decidir. Y se incorporó a moros y cristianos para alcanzar el cupo de levantamanos que posibilite los planes de poder eterno y total. En el afán de poder político y económico se sacrificó principios y valores, se incumplió compromisos y se olvidó lealtades. Pero el pecado mayor es que alguien nos "mató el cambio”.
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