Desde la aún incomprensible dejación de la Cátedra de San Pedro de parte del Papa Ratzinger, la nave de la Iglesia parecería estar navegando en medio de un oleaje ciertamente desconocido.
Benedicto desde que fue elegido Papa, llevó el yugo de Vicario de Cristo de la Iglesia que lucha y combate en la tierra, «en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (San Agustín, De civitate Dei, XVIII, 51, 2), con intentos cismáticos de parte de muchos sacerdotes -léase “Somos Iglesia”, (denunciados por el Pontífice en la Misa crismal de 2012)-, que traicionaron a Cristo y abandonaron la Verdadera Fe, y otros que abandonaron también su función riéndose de –para ellos- la “anticuada” doctrina bimilenaria de la Iglesia Católica, con sus pretensiones de “adaptar” el Evangelio al tiempo presente, amén de los lobbies de todo tipo y fuerzas ocultas que explícita y abiertamente enfrentaron al Pontífice.
Después de la renuncia del Papa Ratzinger, la rápida elección de su sucesor el 13 de marzo de 2013, fue para casi todos nosotros una gran sorpresa: un cardenal argentino de origen italiano, y jesuita, asumía el oficio de Obispo de Roma con el nombre de Franciscus, indicando gestualmente y de manera continua que haría una revolución eclesial.
Hoy más que nunca en la confusión doctrinal y pastoral de los varios grupos que se dicen seguidores de Cristo, conviene recordar el emocionante encuentro de Jesús con Pedro en Cesarea de Filipo. Jesús había preguntado a sus Apóstoles qué opinaba el pueblo respecto a Él. Había varias opiniones de los Apóstoles. Nada más soltar la pregunta, el impetuoso Pedro se muestra protagonista con idea propia, o probablemente señalando también la opinión de los demás compañeros: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (cf. Mt 16, 13-19).
La proposición de Jesús es trascendental: “Feliz eres Simón Pedro, porque no te lo enseñó la carne ni la sangre sino el Padre, mi Padre que está en los cielos, y ahora yo te digo: tú eres Pedro -piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del infierno no la podrán vencer”.
Varias promesas de Jesús: reafirma su condición de Hijo de Dios, elige a Pedro de entre todos los hombres como su sucesor, Pedro será el fundamento sobre el que se fundará la Iglesia, sólo Pedro, sus sucesores, y los sucesores de los demás apóstoles podrán perdonar los pecados, ni uno más, ni siquiera los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
En el texto cargado de grandes significaciones, entre las afirmaciones de boca de Cristo hay una sensacional: “Las puertas de infierno no vencerán a la Iglesia”.
Porque llegan a cumplirse dos milenios de la fundación de la Iglesia y cómo se nota la presencia y la defensa de Jesús, porque hay varios países poderosos en el mundo actual, enemigos declarados de la Iglesia, a cuyos miembros humillan, persiguen, encarcelan, matan envían a los campos de concentración a sus seguidores, impiden la realización de todo acto religioso, cierran sus seminarios, ¿y qué sucede?, es regla que tras la persecución sañuda e inhumana a la Iglesia, en cualquier tiempo y lugar, se da un reflorecimiento religioso como nunca.
Además no son mejores enemigos muchos medios de comunicación social, empeñados en la tarea de desprestigiar a la Iglesia, sacando al público todos sus trapos sucios, ocultando todas las magníficas realidades positivas e interpretando todas sus tareas espirituales en clave materialista, a ellos se suman en algunos países, grupos fundamentalistas pertenecientes a otras religiones que pretenden aniquilar todo sentimiento no suyo, y encarcelar o matar, a quienes les parecen obstáculos a su acción.
También habría que sumar a estos enemigos a bastantes católicos empeñados en desacreditar a la Iglesia, a sus dirigentes, sus planes, sus realizaciones sociales. Quien está a favor de Pío en contra de Pablo ha equivocado su camino, también está en el error aquel que desprecia por ejemplo el traje sacerdotal. Hay desviaciones hacia los dos lados.
Qué formidable ejército contra la Iglesia, pero está claro que Jesús hizo una promesa clara y la cumple “Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia”.
A pesar de lo cual, según la promesa de Jesucristo el diablo y sus secuaces, no vencerán a la Iglesia verdadera, ni destruirán su fundamento el Primado del Papa, ni su ministerio como Pontífice Universal, porque el pontificado no es una institución humana, sino divina, que seguirá existiendo hasta la Parusía del Señor.
“Con razón exclamó San León: La dignidad de Pedro no se pierde con el sucesor indigno”.
Todos los adversarios del Pontificado podrán tener éxitos parciales y siempre efímeros, pero a corto o largo plazo fracasarán. Contra las obras de Dios no pueden crecer los enemigos de la Iglesia. Las puertas y los poderes del infierno van a luchar en balde contra esta piedra. Quien opine que ha vencido al Pontificado como Cristo lo estableció, ya estará vencido él mismo.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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