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Domingo 28 de septiembre de 2014

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO - Responsable: Gabriel Salinas Padilla

Cartografías de la música boliviana II

28 sep 2014

Gabriel Salinas

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Tercera de cuatro partes

En la serie de entregas consignadas bajo el rótulo de “Cartografías de la música Boliviana II” nos hemos abocado a describir las actividades de la Peña Naira, centro neurálgico del movimiento cultural compuesto entre otros, por las figuras de Ernesto Cavour y Alfredo Domínguez a quienes nos dedicamos en las entregas de las “Cartografías I”, en tanto nos parece que ambos músicos son importantes exponentes del “neofloklore” musical boliviano que analizaremos en las Cartografías III. No obstante, el trabajo de G. Bello y T. Fernández, “Peña Naira: ¿Ruptura o continuidad en el folklore boliviano?” que hemos venido citando, tiene un planteamiento respecto al “neofolklore” musical boliviano. Por ello, para concluir, reproduciremos el capítulo entero de su monografía, en tanto, nos permitirá recoger elementos para construir una visión problematizante del folklore, como habíamos anunciado en la primera entrega de “Cartografías I”

El “nuevo folklore” como problema conceptual

Desde la época de la Peña Naira en los sesenta hacia acá han sido muchos los calificativos que se han usado para referirse al movimiento artístico folklórico surgido en y paralelamente a la Peña Naira. Muchos términos hacen referencia en mayor o menor medida a una “renovación” o “resurgimiento” de la música folklórica. Detrás de estos términos existe, creemos, una historia ligada a las discusiones de la disciplina folklórica de los años cincuenta –años del gobierno de la Revolución Nacional y de la búsqueda identitaria del nuevo Estado– así como existen intereses colectivos por un lado y desconocimiento del acervo “popular” de parte de la clase media-alta urbana por otro. Nuestra intención de este modo es acercarnos levemente, primero, a las discusiones teóricas de los cincuenta, y en segundo lugar, a las discusiones y discursos surgidos en los años ochenta desde el movimiento de la “Nueva Canción” y las críticas vertidas por este movimiento a un pretendido “Nuevo Folklore”.

La disciplina folklórica, según la mayoría de quienes se consideraban folkloristas en las décadas de los cuarenta y cincuenta, surge a mitades del siglo XIX de la mano de Wiliams Thoms en Inglaterra. El mayor motivo de queja de estos folkloristas fue sin duda el “retraso” académico nacional en esta materia. Así, el término y la disciplina en sí, se desarrollan justamente durante la labor de estos personajes: Víctor Varas Reyes (que había estudiado en Chile), Adolfo Costas Arguedas y el gran bibliófilo Rigoberto Paredes, junto a su hijo Antonio, son algunos de los primeros promotores del uso del término “folklore” y el desarrollo de su disciplina.

El reconocimiento oficial de esta disciplina puede rastrearse ya desde 1929 con el decreto supremo del 3 de agosto de 1928 que destaca la urgencia de recoger y clasificar el folklore nacional, encargando tal labor al magisterio. Un manual elaborado por el gobierno aconseja la recolección de 1) Narraciones y tradiciones 2) Costumbres tradicionales 3) Lenguaje popular 4) Creencias y supersticiones 5) Canto Popular 6) Vida y arte popular 7) Ciencias y conocimientos particulares. Pero no es hasta 1949 durante la presidencia de Enrique Herzog, y la gestión del ministro Armando Alba, que se crea la sección de folklore boliviano, adscrita al Departamento de Cultura, dependiente del Ministerio de Educación, que a lo largo del tiempo iría a concluir en el actual Museo Nacional de Etnografía y Folklore.

El discurso vertido por estas instituciones y sus teóricos se ve claramente reflejado en la “Mesa redonda de folklore en música y danzas” llevadas a cabo en 1955 bajo el auspicio del gobierno municipal de La Paz. Estos discursos se mueven siguiendo las líneas clásicas de definición de folklore 1) popularidad, 2) anonimidad y 3) tradicionalidad. Siguiendo estas directrices se tenía la noción general de que el único objeto de estudio en cuanto a música eran las tonadas rurales anónimas. Así la mesa redonda va dirigida a la conservación de la pureza de la música rural, haciendo una distinción entre ella y la música popular (con autor).

Debemos definir claramente una distinción entre las gestiones del departamento del folklore anteriores a la revolución nacional y las posteriores. En ese entonces, aparte de la pretensión de pureza del folklore, se intenta utilizarlo como fundamento de la identidad nacional.

La pregunta es cómo pasamos de estos discursos académicos de los años cuarenta-cincuenta, a la visión popularizada que se tenía del folklore en la década de los sesenta. Una respuesta parcial podría apuntar al desencuentro de la academia y las instituciones oficiales con las nociones generales acerca del folklore que se tenían ya en los cuarenta-cincuenta. Es curioso encontrar una revista de 1964, publicada por la División de Folklore del Departamento de Antropología del Ministerio de Educación, los nombres de Jorge Carrasco (fundador de la Galería Naira), Micky Jiménez, Luis “Pepe” Murillo, Carlos Palenque (los dos miembros de los Caminantes), Ernesto Cavour (miembro de los Jairas) en una plana de afiliados difusores al Comité de investigadores de aquella división. Y es curioso porque, ya como segunda respuesta optativa a la cuestión arriba planteada, nos demuestra hasta qué punto en los años sesenta las inquietudes de instituciones académicas como la citada División también eran patentes en los personajes importantes dentro de la música folklórica cercana a la peña Naira.

Capítulo tomado de “Anales de la Reunión Anual

de Etnología nº 24”

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