Domingo 28 de septiembre de 2014

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¿Te acuerdas cuando de niños nos cantaban en la guitarra las canciones del abuelo Jaime, y nosotros las cantábamos contigo?
¿Te acuerdas cuando trepábamos los cerros aledaños, en excursiones apasionantes, encontrando lagartijas y salta-montes?
Y tú eras el mismo que, inclinado sobre tus papeles de viejos pergaminos y letras ilegibles para el neófito, te pasabas horas del día y de la noche descifrando esos signos, que contaban la historia de estas tierras, la dramática historia de sus gentes, sufridas más rebeldes.
Y tú eras el apoyo de tu familia, de tus hermanas, la ventura de tu madre anciana.
Cómo me gustaba cantarte mis canciones, que tú saboreabas complacido. Y repetir juntos fragmentos de los poemas del abuelo, fragmentos de su prosa, apasionadamente.
Y tú al mismo tiempo, acumulando fichas, ordenando bibliografías, sin descanso, en aquel escritorio desde donde me sonreías cuando me veías aparecer.
Y de estos recuerdos salto a las horas compartidas contigo en tu cama de hospital, sufriente enfermo estoico.
Y ahora nos quedan caminos de estrellas, blancos senderos de galaxias, para llegar por ellos a alcanzarte.