Loading...
Invitado


Domingo 28 de septiembre de 2014

Portada Principal
Cultural El Duende

Sufrimiento en Juan pablo II

28 sep 2014

El académico de la lengua D. Jaime Martínez- Salguero (Sucre, 1936) analiza la Carta Apostólica: SALVICI DOLORIS escrita por el Papa Juan Pablo II que aborda el dolor como uno de los misterios de la vida humana íntimamente unida al existir

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Segunda y última parte

Comprendemos que en la construcción de toda persona humana hay dos actores que trabajan en el mismo proyecto: uno es el sujeto temporalmente existente, cada uno de nosotros que sentimos la necesidad de formarnos para llegar a ser lo que queremos ser; proyecto muchas veces cambiante, sinuoso, en cuanto implica la búsqueda de ideales y de los mejores caminos para alcanzar a ese objetivo: la plena realización de nuestro ser en la vida. El otro actor es Dios, el ser por excelencia, y por eso mismo, por ser la plenitud, por ser el ser eternamente siendo, es infinitamente activo, orientador, conductor y auténtico realizador de la existencia, en cuanto es la primera causa de todo; y, al decir primera, también decimos la última, puesto que lo infinito, al encerrarse en sí mismo, encierra en él a lo finito. El hombre tiene un proyecto libremente concebido, que, para ser realizado exige el acto orientador que lo conduzca hacia ese fin. Exige el ejercicio de la razón y de la libertad para elegir los medios, los caminos capaces de hacerle llegar a esa meta: su plena realización. Dios también tiene un proyecto, y cuenta con la sabiduría para alcanzarlos, sin tocar, y, menos, violentar la libertad del ser humano; una manifestación de su sabiduría es la gracia, el dinamismo de Dios actuando en el interior de la conciencia, con la reconvención íntimamente escuchada por la persona, y aceptada o rechazada por el hombre. Esto nos lo Revela el Deutero Isaías al asegurarnos que el Señor permanente nos recuerda que: “Mis planes no son sus planes (los nuestros, humanos) Eso nos hace ver que en la construcción de la existencia, en eso que llamamos mi vida, se juntan dos seres: el hombre y Dios. Se enfrentan dos proyectos, el humano, inmediato y temporal; y, el divino, eterno y mediato, es decir, realizado a largo plazo y con la mediación de actos intermedios. Esa característica nos impide ver, en el tiempo, ese objetivo cuanto la realización del mismo. Lo cierto es, que, por la actuación de dos actores y dos proyectos en la vida humana, el hombre siente la tensión existencial que esto le produce: el tironeamiento interior. Por una parte, el tirón que yo me produzco al buscar, tercamente, encaminarme hacia mi objetivo personal, libre y conscientemente planificado; el otro, el que el Señor produce al buscar encaminarme hacia su proyecto. Pero, retomemos el hilo del pensamiento de Juan Pablo II.

El Papa recientemente beatificado nos dice que el sufrimiento debe servirnos para la conversión, es decir, para salir de pecado. La culpa, el pecado tiene dos caras: la aparente e inmediata y la real y verdadera. La faz bellamente engañosa que nos ofrece la felicidad, ya; para, pronto, diluirse en el desencanto. La otra, la fisonomía negra y angustiante, propia de quien está perdiendo ser; la de quien está deshaciéndose al entregarse al mal, que lo separa de Dios. Por eso, en el plan divino el sufrimiento tiene, también, dos caras. La cara oculta, invisible a la mirada humana, y, la otra, vista por el hombre como un mal. Esta última nos desespera y levanta nuestra protesta. ¿Por qué a mí me llega el sufrimiento? Pregunta que esconde al egoísmo y al orgullo. Yo, el merecedor de todo, ¿por qué tengo que soportar esta dolorosa situación? ¡Qué injusticia! Con lo cual caemos en una nueva rebelión. La otra cara del sufrimiento es la faceta interna, vista únicamente por Dios, es el reato del pecado original. La herida producida en la naturaleza original del ser humano, que debe ser curada por el único que puede hacerlo: El Señor, justo juez, quien, por boca de Daniel, en la oración de Azarías, nos dice: “Lo que has hecho con nosotros (Señor) está justificado. Todas tus acciones son justas, tus caminos son rectos, tus sentencias son justas”. (Dn 3, 27) De ahí, que, en el plan de Dios, el sufrimiento libremente aceptado e injertado por amor en el dolor de la Víctima Inocente por excelencia: Jesucristo, Hijo de Dios, sea el camino a una nueva sabiduría.

SALVACIÓN. Todos sentimos admiración por quien soporta heroicamente un sufrimiento, sobre todo cuando este es inocente, porque sufre sin tener la culpa, porque, intuimos en el fondo de nuestra conciencia que ese sufrimiento aumenta dignidad al hombre. El Papa Juan Pablo II nos dice: “Hay que reconocer el testimonio glorioso no solo de los mártires de la fe, sino también el de otros numerosos hombres que a veces, aún sin la fe en Cristo sufren y dan la vida por la verdad y una justa causa. En los sufrimientos de todos estos es confirmada en modo particular la gran dignidad del hombre (p 45) Pero, ¿qué es dignidad? El revestimiento de una calidad superior que recubre el ser de alguien, es decir, es llevar sobrepuesta, o regalada la naturaleza de Dios que nos hace hijos adoptivos suyos. En efecto, al participar del dolor de Cristo, quien sufre inocentemente, participamos del amor del Padre, que, desde la eternidad tiene el plan de entregar con infinito amor al hombre caído a su Hijo unigénito, y “(…) este Hijo de la misma naturaleza del Padre, sufre como hombre. Su sufrimiento tiene dimensiones humanas, tiene también una profundidad e intensidad –únicas en la historia de la humanidad– que, aun siendo humanas pueden tener también una incomparable profundidad e intensidad de sufrimiento, en cuanto que el Hombre que sufre es en persona el mismo Hijo Unigénito, “Dios de Dios”, por lo tanto, solamente El –el Hijo Unigénito– es capaz de abarcar la medida del mal contenida en el pecado del hombre: en cada pecado y en el pecado “total”, según las dimensiones de la existencia histórica de la humanidad sobre la tierra.” (p 32). Por lo tanto, al sufrir cristianamente, abrazados al dolor del Redentor entramos en el misterio del amor capaz de proponer caminos que, a la luz de la razón humana, tan limitada, nos parecen absurdos. En el fondo del dolor que entrega sufrimiento al hombre está la reconstrucción del ser perdido en el pecado; por eso, a medida que sufrimos, crecemos en un esfuerzo por alcanzar la primitiva dignidad de Adán antes de la caída; es decir, marchamos hacia el verdadero hombre que Dios ha creado. Por eso, Juan Pablo dice que Cristo “Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo Cristo no solo lleva consigo la misma pregunta y esto de una manera todavía más radical, ya que Él no es solo un hombre como Job, sino el Unigénito Hijo de Dios, pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante, La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no solo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de esta enseñanza: “la doctrina de la cruz”, como dirá un día San Pablo. (p 34)

De ese punto crucial, de la cruz en el camino de la vida, del instante crítico en el que decidimos el rumbo de nuestra existencia, surge otro aparente absurdo: “El Evangelio del sufrimiento”, pues al sufrir aumentamos nuestra dignidad al entrar por la puerta que nos abre “la posibilidad de vivir en la gracia santificante” (p 25), como dice Juan Pablo.

EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO. ¿Buena nueva del dolor? Evangelio del sufrimiento, estos conceptos ¿no parecen antitéticos? ¿Qué alegría, qué agradable novedad trae aparejado el sufrimiento? Recordemos que la Revelación de Dios está llena paradojas, de ideas incomprensibles a la luz de la razón natural porque llevan en sí el mensaje trascendente y eterno; es que la lógica de Dios no concuerda con la del ser humano porque surge y vive en el corazón de lo absoluto amoroso, en el seno del misterio que nace en la eternidad, engloba al tiempo y su afán, para cerrarse en la eternidad a donde lleva al hombre.

El Evangelio del sufrimiento, en palabras de Juan Pablo II es el que el mismo Redentor ha escrito con su vida terrena, por amor al ser humano (p 5l). Es el Evangelio que hemos recibido de los testigos de la cruz (p 5l) y que nos transmite tanto la suma de dolores de Jesús y de María, su madre, junto a las enseñanzas del Maestro; quien, en ningún momento ha ocultado a sus oyentes la necesidad del sufrimiento para unirse a él, a su obra ay a su ejemplo; tanto, que, entre otras afirmaciones pide a sus discípulos de todos los tiempos: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.” (Lc 9,23) Es que el Beato Juan Pablo dice: “(…) las tribulaciones por Causa de Cristo, contiene en sí una llamada especial al valor y a la fortaleza, sostenida por la elocuencia de la resurrección.” (p 56)

En la misteriosa lógica de Dios, cuanto más amado y elegido es un ser humano sufre mayores tribulaciones, dolores más intensos. Veamos, si no, la dolorosa y callada vía de sufrimientos que recorre la Virgen María, aquella a quien el Señor, por boca de Simeón pronostica que por culpa de esa maternidad: “una espada te atravesará el corazón” Dolor, que, especialmente en el calvario, con aguda sensibilidad junto al sufrimiento de Jesús “alcanzó un vértice ya difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal”, en palabras de Juan Pablo, quien dice, además, “(…) El Evangelio del sufrimiento significa no solo la presencia del sufrimiento en el Evangelio, como uno de los temas de la Buena Nueva, sino además la revelación de la fuerza salvadora y del significado salvífico del sufrimiento en las misión mesiánica de Cristo y luego en la misión y en la vocación de la Iglesia.” (p 53-54)

Ese es, en criterio del Papa Juan Pablo II, el primer gran capítulo del Evangelio del sufrimiento, porque el segundo: “(…) lo escriben todos los que sufren con Cristo, uniendo los propios sufrimientos humanos a su sufrimiento salvador. (p 57). O sea es el capítulo en realización histórica por la Iglesia Militante hasta la Parusía, uniendo el dolor personal al sufrimiento de Cristo en el acto de la salvación. En palabras de Juan Pablo “(…) Todo hombre tiene su participación en la Redención. Cada uno está llamado también a participar de ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la Redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado el sufrimiento humano a nivel de Redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo.” (p 39)

CONCLUSIONES

I. El sufrimiento es una realidad inocultable en la vida del ser humano, y se produce para hacernos madurar como personas.

II. La Iglesia es un organismo vivo y palpitante que tiene como cabeza a Cristo, quien continúa salvando a la humanidad con su pasión renovada en cada generación. Por eso, injertar el dolor personal en el de Cristo es una forma de cooperación en el acto de la salvación permanente de Dios a la humanidad.

III. Si miramos al sufrimiento como esa cooperación, pierde su cara negativa y se convierte en un bien, que nos beneficia al ayudarnos a construirnos como personas, y nos sirve para la salvación, tanto personal como de la generación a la que pertenecemos.

Fin

Para tus amigos: