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Domingo 28 de septiembre de 2014

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Cultural El Duende

Una biblioteca singular:

Una vida con libros

28 sep 2014

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Cuando uno lleva décadas en cotidiano comercio intelectual y espiritual con los libros, corre el peligro de confundir el mundo de estos con el mundo de los hombres de que suelen tratar aquellos. Corre, efectivamente, un peligro real; pero como ante cualquier peligro, uno simplemente debe estar alerta para no caer en él. Los libros son ecos de lo que sus autores han captado de la realidad externa o interna a ellos mismos; el lector debe activar permanentemente el mecanismo adecuado para que los ‘ecos’ me lleven a lo que los causa. Este consejo se vuelve mucho más coactivo cuando uno descubre que hay una inmensa cantidad de libros escritos sobre otros libros; y en los que, a través de ellos, apenas si puede percibirse el rumor de las cosas mismas de que hablan los impresos.

Esto es verdad, como también lo es que ‘el mundo de los libros’, como cualquier otro mundo humano, es simplemente una realidad humana más; y que también a través de los libros cabe acceder al misterio de la humanidad (presuntamente, de lo que se trata). Es algo parecido (¿paralelo?) a lo afirmado antes acerca de que la experiencia comprende tanto la acción como la contemplación. Por otra parte, hay derecho a desconfiar y a descartar como algo ingenuo y ‘primario’ aquella ilusión que quiere tocar con la mano la quintaesencia humana de forma completa, total, esencial, directa… e intuitiva, sin pasar por las montañas de elucubraciones, razonamientos, autoanálisis, descripciones, argumentaciones, cantos, vivisecciones que el hombre ha ido amontonando a través de una larga serie de accesos (las artes, la escritura, la historia, la antropología, la filosofía, la teología, la mística, la psicología, la sociología…), con sus respectivos más o menos sólidos conocimientos acumulados.

Hablando ‘en serio’, ¿quién se atrevería a sostener que hoy conocemos al ‘hombre’ mejor que hace dos mil, mil, quinientos, cien años? Y es que, a cierta altura panorámica de visión, por un lado sabemos que disponemos de pinturas de la especie tan viejísimas como certerísimas; pero, por otro, de lo ‘esencial’ no dejamos de oscilar a lo ‘tangible’; de lo abstracto a lo concreto; de lo universal a lo propio; de lo lejano a lo cercano; de lo preñado de contenido a lo desmenuzado, de lo filosófico general a lo étnico particular.

* * *

¿Qué podemos sacar de una vida con libros? Me refiero a todo género de ellos y no solamente aquellos para vivir. Aparte de sus posibles utilidades fragmentarias, ocasionales, pragmáticas, tomándolos como conjunto y en su última razón de ser, me atrevería a decir esto: no son más que piezas de un único rompecabezas. Y este debería ser el que nos permitiera responder al mandamiento que en Delfos coronaba el frontis del templo de Apolo: GNOZI SEAUTON (COGNOSCE TE IPSUM: conócete a ti mismo); consigna que no debemos interpretar en su dimensión individual, psicológica, sino en la genérica, combinando la historia con la filosofía.

Y a lo largo de los siglos y milenios la respuesta que se le ha dado también ha oscilado entre los dos extremos optimista y pesimista; ingenuo uno, desesperado otro. Que por sus mismas extremosidades ya se convierten en sospechosos y, finalmente, inmerecedores de confianza. Como han dicho muchos filósofos, puede ser verdad que para embarcarse a la introspección autognósica basten las facultades humanas; pero ciertamente lo es que, acompañado por el coro de la cultura, la indagación se hace más llevadera y, finalmente, más contrastada, equilibrada, fidedigna. A condición de que se la emprenda con honestidad y suficiente amplitud.

Los libros (y quienes los han escrito) cumplen, entonces, con su más alto cometido, a saber: contribuir a que los hombres descubran el misterio de su ser; y que lo descubran en compañía, haciendo de la historia pasada un cósmico himno a su grandeza y miseria (Pascal), cimas y abismos. Compañeros de camino, los libros. Mantener una vida en un permanente aprendizaje, alimentado por una curiosidad inextinguible.

Y no es que sólo se empiece a tener respuestas convincentes cuando ya se espera a la muerte (resultaría entonces, absurdamente, que sólo tendríamos la clave cuando ya no la pudiéramos aplicar: quede esto para el Sartre de la ‘pasión inútil’). No, sino que en cada una de las diversas etapas de la vida podemos ir disponiendo de fórmulas parciales, pero cada vez más complejas, amplias y contrastantes; que tanto podemos transformar en herramientas para vivir mejor como desaprovechar, acabando como unos ‘viejos verdes’, una más de nuestras contradictorias paradojas: el ‘saber inútil’ (J. P. Revel).

***

Un temprano descubrimiento: de todas las experiencias acumuladas en esto que llamamos ‘cultura’, una pequeñísima fracción nos es avío más que suficiente para extraer las lecciones necesarias. Cada uno según sus preferencias: este, de la poesía; aquel, de la teología; el de más allá, de la biología; y el otro, de la música; o de la pintura; o de la astronomía; etc. Es una verdad elemental, pero que suelen olvidar cuantos quieren imponer a las generaciones jóvenes una carga insoportable; y que por serlo causa los más estrepitosos fracasos. Estos, sin embargo, no se evitan echando a andar por el camino no menos absurdo de la especialización de obediencia pragmática, marcada por las necesidades del aparato económico del momento. Y algo más grave que se suele olvidar: aprender a vivir exige tiempo; tiempo que no se puede comprimir. Es que para aprender a vivir hay que vivir, aunque no pueda negarse que uno también pueda aprender del vivir ajeno y de las enseñanzas que esos ‘vivires’ ajenos nos han dejado en la cultura.

Una vida con libros. Envidiable siempre que con ellos sepamos llegar más allá de ellos. Los libros, una herramienta como también lo pueden ser las amistades debidamente escogidas y mantenidas; la observación atenta y prolongada del escenario humano que nos rodea; la introspección no malsana ni enfermiza; el encandilamiento ante la belleza en cualquiera de sus infinitas expresiones; el sacrificio por el prójimo sin esperar agradecimiento; y tantos otros espacios, caminos y dimensiones que se abren a la existencia humana.

Libros amigos. Podemos acabar este capítulo presentando uno de sus más benéficos servicios: nos ofrecen la posibilidad de liberarnos de la esclavitud del aquí y del ahora. En efecto, los libros nos abren el camino para descubrir que ni el hombre actual ni el hombre de aquí son los únicos que han pisado la tierra y vivido y actuado en ella. Esto posee un especial valor en una época en que casi todo conduce a olvidar tan elementales verdades, pues en nuestros días goza de muy baja cotización el pasado, que es considerado estéril y, por ello, ‘inactivo’, no merecedor de nuestra atención.

La ‘tradición’ es una estructura fundante del hombre, hasta el punto de que sin aquella este no sería comprensible. ‘Tradición’ o historia, da lo mismo. Sin tradición el hombre necesariamente se siente extraviado en este planeta, pues carece de las herramientas y los materiales de interpretación de su propio ser, con sus apetencias, necesidades y limitaciones. Una humanidad inconsciente de sus limitaciones está condenada a ser víctima de las más crueles utopías. Sin pasado, tampoco hay futuro ni forma de orientarse hacia él.

Josep M. Barnadas.

Historiador boliviano nacido en Cataluña, 1941-2014.

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