Leía estos días un articulista de nombre Marco Antonio Velásquez Uribe que defiende la propuesta del cardenal Kasper de dar la Comunión a los divorciados y vueltos a casar ya que según él, la Eucaristía no puede negársele a nadie. Su argumento está basado en el Evangelio de San Juan 13, 26-27 que al relatar la Última Cena nos cuenta: “…Y habiendo mojado el pan, se lo dio a Judas,…Después que tomó éste bocado, se apoderó de él Satanás. Y Jesús le dijo: “lo que piensas hacer, hazlo cuanto antes”, sosteniendo que Jesús sabía que Judas había perdido la gracia y sin embargo no le negó la Comunión Sacramental.
Para reforzar su idea termina diciendo: “pareciera que Jesucristo, antes de padecer, estaba dejando a sus apóstoles un nuevo mandamiento pastoral: No negarás mi Cuerpo y mi Sangre; porque es impensado imaginar a Jesucristo que niegue la Comunión Sacramental a una mujer o un hombre, dejándolos hambrientos y sedientos del amor sacramental de Dios, especialmente cuando más necesitan del alimento fecundo de su Cuerpo y de su Sangre para animarlos a reemprender los duros desafíos de la vida y las obligaciones familiares”.
Primero, cabe sostener que sus conclusiones, no solo implicarían tirarle perlas a los cerdos, ya que sería darle este inmenso beneficio a quienes por propia y consciente voluntad se autoexcluyeron del mismo; y después tenemos que observar que desde su misma argumentación, maliciosamente omite la cita “Después que tomó éste bocado, se apoderó de él Satanás” que está en perfecta consonancia con la Primera carta de San Pablo a los Corintios (11, 27) que nos advierte: “De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del cuerpo y de la Sangre del Señor. Por lo tanto, examínese a sí mismo el hombre, y de esta suerte coma de aquel pan y beba de aquel cáliz. Porque quien lo come o bebe indignamente, se traga y bebe su propio juicio, no haciendo discernimiento del cuerpo del Señor”.
De las palabras del apóstol surge claramente el grave pecado de no estar en las debidas condiciones para recibir el Sacramento de la Eucaristía. El pecado en este caso se da, nada menos que contra el mismo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor.
Recordemos que claramente Nuestro Señor establece en Mateo 5,31-32 y con mayor explicitación en Marcos 10, 1-12 la cuestión de la indisolubilidad del matrimonio y el consiguiente adulterio al no respetar la misma. Y debemos recordar la sentencia “Mas no es que haya otro Evangelio, sino que hay algunos que os perturban, y quieren trastornar el Evangelio de Cristo. Pero aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo, os prediquen un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea maldito”. Y al respecto dice Mons. Straubinger en la exégesis de los antedichos versículos: “El Evangelio no ha de ser acomodado al siglo bajo pretexto de adaptación. La verdad no es condescendiente sino intransigente. El mismo Señor nos advierte contra los falsos cristos (Mt.24, 24), los lobos con piel de oveja (Mt.15), etc. y también San Pablo contra los falsos apóstoles de Cristo (II Cor.11, 13) y los falsos doctores con apariencia de piedad (II Tim.3, 1-5)
¿Cómo podríamos considerar que la pastoral de la misericordia, o teología de rodillas (como dijo el obispo de Roma respecto a esta propuesta de Kasper) puede anular las misma palabras de Cristo? ¿Miente San Pablo, miente Cristo, o el cardenal Kasper y quienes lo apoyan incluidos el propio Francisco?
La sola consideración de la propuesta de Kasper ya resulta escandalosa. En este punto, no están en juego cuestiones discutibles ni tecnicismos doctrinales, sino la misma salvación de las almas al contradecir expresamente los mandatos divinos. Por lo que, si se entra en alevosa contradicción con las mismas Sagradas Escrituras, es hora de aplicar el anatema mencionado por San Pablo en Gálatas. Si es dogma de fe que fuera de la Iglesia no hay Salvación, mucho debemos rezar y discernir sobre la verdadera naturaleza de la institución que propone el pecado mortal (y en contra del mismo Cuerpo y Sangre de Nuestro Redentor) como forma pastoral de misericordia.
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