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Domingo 28 de septiembre de 2014

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Revista Dominical

Luis Ramiro Beltrán

28 sep 2014

Por: José Luque Medina - Guayaquil, Ecuador

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Luis Ramiro Beltrán es un nombre que se escucha a lo largo del continente desde hace mucho tiempo y en muchas generaciones pasadas y presentes. Y no en vano, pues es uno de los pensadores más influyentes de la comunicación latinoamericana y fundador de la Escuela del Pensamiento Crítico frente a uno de los sistemas político-económicos más insaciables que abrió brechas profundas de desigualdades sociales: el neoliberalismo y sus defensores con su otra forma de comunicación, la fáctica.

Bienvenido este y más que merecido homenaje que le hizo Ciespal a Luis Ramiro Beltrán Salmón entre tantos otros importantes reconocimientos pero no redundaré sobre ellos, me referiré a su otro perfil, el humano; a su calidad de hijo, de esposo, de amigo, a Luis Ramiro que conocí en nuestros encuentros por esos caminos de vida con historia, con la humildad en las coincidencias y las grandes diferencias.

Lo conocí en persona en 1960 cuando yo no pasaba por un buen momento pero había oído hablar mucho de él en LA PATRIA, el único diario importante de Oruro, donde me iniciaba como dibujante ilustrador y caricaturista pero que mi verdadero cargo era “archivador de clisés”, esas láminas de zinc tratadas con ácidos y que terminaban siendo las fotos que ilustraban las noticias y que varias veces habían sido “empasteladas” por grupos políticos que no estaban de acuerdo con las opiniones del diario.

Luego con don Enrique Miralles Bonecarrere, Director del diario, fundaríamos “El Mosquito”, una revista de humor político que duraría más de un año de publicaciones mensuales, y es cuando me enteraría que Luis Ramiro, muy jovencito, se había iniciado en este sencillo pero gran diario como corresponsal sin sueldo, que también escribió humor político en la revista Flechazos de Juan Rodríguez Baldivieso, Rod Bal. Pero lo que me dejó estupefacto es que siendo aún estudiante secundario a sus 12 años ya colaboraba en este diario, luego a sus 13 era Jefe de Información del vespertino Sajama y a sus 16 años, Jefe de Redacción de LA PATRIA. Que en algún momento ocupamos las mismas aulas del colegio, él como estudiante nocturno en el Olañeta y yo como diurno en el Bolívar, claro, con la diferencia de los 7 años que nos separa.

Conocerlo en el Centro Audiovisual de La Paz dependiente del Punto IV, una entidad de cooperación norteamericana donde hacía poco había conseguido trabajo por examen de méritos como dibujante ilustrador fue muy alentador. Él había sido invitado, desde Costa Rica, donde ejercía un cargo importantísimo de la OEA para preparar una Campaña Audiovisual y ya tenía los lauros de haber sido el guionista de ese extraordinario documental “Vuelve Sebastiana” cuando recibió mi visita para quejarme, como lo haría un hijo con su padre, lo mal que se habían portado los gringos que no quisieron reconocerme un dinero extra, $ 50, por un trabajo de arte, muy especial, que le hacían todos los ingenieros del Punto IV para despedir a su Director que se iba de Bolivia y le hacía leer la copia de mi carta de renuncia. Como no podía ser de otra manera, me felicitó por mi acto de dignidad y me dio ánimos para seguir adelante. Es cuando inicié Cascabel, la revista de humor político que se editaría durante diez años y que hoy se encuentra como un gran referente del periodismo humorístico y el Cómic bolivianos. Luego, habría un lapso grande donde sólo escucharía sus grandes avances internacionales en lo comunicacional.

Nuestros caminos se volverían a cruzar en Quito. Después de purgar un exilio político de 8 años en Lima, recibí la invitación para hacerme cargo como Director de Arte y Creatividad de una importante publicitaria de Guayaquil en 1978 y decidí no regresar a Bolivia. Después de una feliz trayectoria como publicista y también como pintor de acuarelas recibí la invitación del flamante Vicepresidente del Ecuador, Ing. Luis Parodi Valverde, del Gobierno de Rodrigo Borja para hacerme cargo de una asesoría en comunicación de la vicepresidencia. Es cuando se inició la Campaña de Alfabetización Mons. Rodríguez Proaño y recibí del Director de la Unesco, Luis Ramiro Beltrán un encargo para esta campaña. Mi alegría de volvernos a reencontrar fue grande porque en este pequeño espacio de tiempo es que conocí al personaje central de esta historia, Betshabé Salmón, doña Becha, la mamá de Luis Ramiro.

Nunca había entendido, hasta entonces, ese profundo lazo filial que existía entre ambos. Al conocer a esta extraordinaria, bella y dulce anciana, sentí su encanto y positivismo al tratarme como a un verdadero hijo y compartir desde entonces y en varias ocasiones momentos de mucha felicidad, principalmente hablando de nuestra tierra y en especial de Oruro. Es cuando supe que en esos tiempos fue una mujer de ideas muy avanzadas junto a una generación femenina progresista que culminó con muchas ediciones de “Feminiflor”, una revista fuera de época que bien podía leerse en ciudades mucho más grandes y de ideas más adelantadas, pero Oruro, esa pequeña ciudad pero gran centro minero, fue la privilegiada. Aún conservo una revista de sus manos autografiada.

Para Luis Ramiro, Doña Becha era la niña de sus ojos y era entendible por qué.

Cuando a la edad de tres años pierde a su padre en una contienda cruel y absurda, la guerra del Chaco, no logrará entender a profundidad, igual que su hermano, el inmenso dolor de su madre; luego, el fallecimiento por accidente de su prima hermana Norka que vivía junto a ellos tras el fallecimiento de su madre, hermana de doña Becha. A los pocos años, en otro accidente muere su hermano Pocho. Imagínense cuánto sufrimiento se albergó en ambos, especialmente en el alma de Bechita y la posterior preocupación de ella, de perder a su único hijo que le quedaba, Luis Ramiro o viceversa, perder a la única joya que le restaba de su tesoro, su santa madre. Entre ellos nació un halo de protección y amor mutuos, hasta la irremediable partida de doña Becha.

Luis Ramiro en todos estos años había sacrificado su felicidad personal por el amor filial que le hacía también feliz pero el amor de su vida estaba esperando en otro capítulo de sacrificio, su novia de muchos años Nora Olaya. Al fin, libres de lastimar de alguna forma a esta singular madre signada por un cruel destino, se casaron y ahora viven en La Paz potenciando felicidad entre amigos que los visitan constantemente, en un ambiente lleno de obras y objetos de arte, de estantes de libros, de documentos archivados y de recuerdos atesorados donde Luis Ramiro aún escribe infatigable y Nora le acompaña en sus interminables sueños tratando de reconstruir los días perdidos. Mi homenaje sincero a este gran comunicador y amigo, notable orureño y orgullo latinoamericano.

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