Corea del Norte es un país ubicado junto con Corea del Sur en una península en el extremo oriental de Asia, muy cerca de China, Rusia y Japón, con una historia dramática, signada por guerras e invasiones de potencias extranjeras. La Segunda Guerra Mundial fue el corolario de un largo martirio del pueblo coreano, sometido a la barbarie del régimen militarista japonés que reprodujo una suerte de esclavización sistemática sin parangón en su historia. En 1945, Corea al fin pudo liberarse, pero para una inmediata división: el Norte quedó en manos de la URSS y el Sur en manos de los Estados Unidos. Las tropas liberadoras se fueron, pero los intentos de reunificación terminaron en la guerra de 1950-1953, en la que Corea del Norte, solamente con el apoyo de China, se enfrentó a decenas de ejércitos de países miembros de las Naciones Unidas, liderados por las tropas norteamericanas.
Debido al sistemático acoso de los países occidentales, Corea del Norte, en su intento de construir una sociedad comunista, acabó en un régimen totalitario, dirigido por Kim Il-sung, hecho que degeneró en una dinastía familiar, ajena por completo a las ideas del marxismo. Los Kim son como dioses (Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il, fallecidos, y Kim Jong-un, el actual primer dirigente) y están omnipresentes en las calles de la capital, Pyongyang, en forma de palacios, monumentos, carteles y pins. El cariño que guardan los norcoreanos a los dos dirigentes fallecidos, se expresa en llevar en la solapa izquierda, a la altura del corazón, un pin rojo con los retratos de ambos líderes como sentida u obligada muestra de devoción. Es evidente que millones de norcoreanos sienten verdaderamente apego a estos, pero también resulta claro que el hecho ha sido fruto de décadas de educación dirigida a anular el pensamiento propio y el análisis crítico tan necesarios y vitales en un auténtico régimen comunista.
Por si la educación, monumentos, carteles, templos y pins no fueran suficientes para asegurarse el monopolio de los corazones de los ciudadanos en torno a los Kim, el régimen somete al "apagón" a su población, que tiene prohibido conectarse a internet, ver contenidos extranjeros o viajar a otros países. La Constitución, eso sí, permite practicar otras religiones y en Pyongyang existen iglesias protestante, católica y budista controladas por el Gobierno, aunque refugiados norcoreanos y organizaciones internacionales denuncian que en la práctica se reprime cualquier culto que no tenga como objeto a esta peculiar dinastía pseudocomunista.
El culto a la personalidad, esencia del régimen norcoreano, no tiene nada que ver con las ideas revolucionarias comunistas y no es más que una expresión burda que niega la auténtica liberación humana, hasta el punto de hacer olvidar las graves penurias económicas y sociales por las que pasan los norcoreanos, la mayor parte de los que creen que con tener asegurada una vida frugal ya han tocado el paraíso con los dedos, una situación lastimosa que no hace más que ratificar la solidez de las tendencias revisionistas en el marxismo, cuya historia muestra ejemplos abundantes de traiciones abiertas o aberraciones totalitarias.
Muy cercano está el ejemplo del régimen de Cuba que, con el pretexto del bloqueo norteamericano, ha condenado a su pueblo a muchas décadas de desprecio a las individualidades, a la libertad de pensamiento y de expresión, valores que no solamente pertenecen al acervo de la democracia occidental, por cierto bastante degenerada, sino al tesoro de toda la Humanidad. Es indudable que a nombre de la Revolución y las ideas comunistas se pueden cometer los peores crímenes como sucede, por ejemplo, con el malhadado “socialismo del Siglo XXI”, mezclando el más burdo populismo o el indigenismo fundamentalista con las propuestas revolucionarias de Marx y Lenin.
El régimen de Corea del Norte, por más antinorteamericano que sea, deberá desaparecer porque resulta un mal ejemplo para las nuevas generaciones que empiezan a formarse en las ideas del marxismo clásico y contemporáneo, y mejor sería que lo haga por propia voluntad, abriendo el camino a la transformación democrático-revolucionaria de la sociedad, buscando la reunificación con Corea del Sur y, a partir de ahí, el quiebre auténtico de las relaciones capitalistas de producción y la construcción de una sociedad liberada y de liberados.
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