Es justo preguntarse por qué la Iglesia sólo declara santos a fieles pertenecientes a su creencia, cuando en todo el mundo ha habido y hay personas que hicieron y hacen mucho bien de forma altruista, sin buscar prestigio ni poder y que se esforzaron en practicar en su vida los Mandamientos del amor a Dios y al prójimo ¿entonces por qué no se les reconoce por dicha institución su labor, su buen hacer? Sencillamente porque la Iglesia no premia los buenos frutos de las personas de otras religiones, ella beatifica y santifica sólo a quienes han hecho grande y poderosa a la religión católica. Con esto, la pretensión de santificar a la Reina Isabel la Católica, fundadora de la Inquisición o al dictador Franco cobra sentido.
¿Se ha preguntado usted qué les espera entonces, según la Iglesia Católica, a las personas de otras confesiones incluso a quienes han llevado una vida de acuerdo con las bienaventuranzas de Jesús? La respuesta la encontramos bajo el número marginal 381 en la Colección de Dogmas de la Iglesia recopilada por Neuner y Roos: “La Santa Iglesia Católica cree firmemente, reconoce y proclama, que nadie que esté fuera de la Iglesia Católica, sea pagano, judío, o ateo o que esté separado de la unidad, participará de la vida eterna, por el contrario quedará a merced del fuego eterno que está dispuesto para el demonio y sus ángeles, si antes de la muerte no se incorpora a ella, a la Iglesia”.
También otra cuestión importante sería saber dónde se encuentran los llamados santos, puesto que Jesús ya dijo que en el Reino de Dios solo hay un único Santo. A través de la profecía dada en la actualidad a través de Gabriele de Würzburg, sabemos que éstos únicamente se pueden encontrar en universos paralelos, en niveles de purificación, donde forman un ámbito, un espacio, en el que en grupos siguen practicando lo mismo que hicieron durante la vida terrenal. La sabiduría popular dice: “Tal como el árbol cae, así queda”. Esta simple frase contiene una gran verdad en relación con la vida que se sigue después de la muerte terrenal.
Ninguna energía se pierde. Esto también tiene validez en lo referente al fallecimiento de una persona, pues en base a su vida terrenal, es decir, en base a los contenidos de su forma de sentir, pensar, hablar y actuar, tras la muerte el alma será atraída por los ámbitos correspondientes del Más allá que concuerdan con la conducta que tuvo el ser humano. Deseos, pensamientos, ideas y opiniones forman la matriz energética del nuevo lugar de permanencia del alma en el Más allá. No son las moradas de las que habló Jesús: “En casa de Mi Padre hay muchas viviendas”. Se podría decir que son más bien los calabozos de la consciencia fabricados por uno mismo, que corresponden al mundo de imágenes y al carácter de la actitud interna con que el hombre cargó su alma durante sus días terrenales.
Cuando la persona fallece, el alma se encuentra en el lugar que le corresponde según su evolución, es decir según su nivel de conciencia, ya que la absolución del cura no conduce a ningún alma al cielo. De hecho en estos universos paralelos se consuman procesos semejantes a los de la Tierra. Así en estos ámbitos se reúnen también los llamados canonizados, beatos y santos, también los miembros del clero donde permanecen hasta que reconocen que a la existencia eterna, al Reino de Dios, es posible llegar únicamente practicando las legitimidades de los Cielos, no los dogmas católicos. Una vez reconocido esto tienen la posibilidad de proponerse alcanzar el Reino de Dios, en el que hay un solo Santo, Dios y a Quien Jesús llamaba simplemente “Padre”. Por algo dijo Jesús, el Cristo: “No os hagáis llamar rabí, pues sólo uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos y hermanas”.
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