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Domingo 14 de septiembre de 2014

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Domingo 14 de septiembre de 2014
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Agonía del Quijote
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Tautología
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El bicho
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Desde mi rincón - Lo que en un comienzo tantos soñaban / presentaban como una ‘primavera árabe’ hace ya tiempo que ha ido perdiendo por el camino sus oropeles: guerras, caos, ingobernabilidad, ascenso de unos cada vez más radicales desbordando a otros menos radicales. Desde Libia hasta Irán, pasando por Egipto, Palestina, Yemen, Líbano, Siria, Paquistán e Iraq; o incluso Sudán y otros países del África negra o del Asia (Indonesia). La perplejidad de los gobernantes es abrumadora; o más bien desesperadora por su falta de realismo. En el propio Levante, donde las papas queman, subsisten, sin embargo, voces honestas; y basadas en la larga experiencia de sus vidas. Es el caso del P. Boulad, jesuita egipcio, una vida entera vivida en convivencia con el Islam. Ya en 2011 expresó unas convicciones que arrasan con lo ‘políticamente correcto’ en Europa; la lección que se desprende de sus palabras resulta devastadora para los políticos occidentales; pero todavía más para los ‘pensadores’ que son los verdaderos responsables de la deriva sin rumbo de la política. El texto que traduzco parece datar de febrero de 2011 y haber sido emitido en Radio Vaticana (alguien dirá que ese ‘púlpito’ condicionó su tono: si acaso, el autor lo sabrá y él lo podrá decir). Ha sido suscrito conjuntamente por el P. Boulad y el periodista y analista político Soliman Chafik. En su versión original francesa el texto ha sido difundido por el Servicio Nacional para las Relaciones con el Islam, perteneciente a la Conferencia Episcopal Francesa. Puede verse en la red en: apic/RFI – DICI n° 231 de 5.3.11). Quiero dejar claro que la difusión del texto que sigue no debe llevar a pensar que comparta también otros puntos de vista de ese jesuita: en concreto los que expresó en 2007 en una carta ‘privada’ dirigida al Papa Benedicto XVI, expresión quintaesenciada del más radical y destructor radicalismo católico; de lo que para mi consumo suelo etiquetar de un ‘viejo verde’. TAMBOR VARGAS
Egipto: “Europa, ¡cuídate de no perder tu alma!”
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El mundo iluminado
Abrir una ventana
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Sufrimiento en Juan pablo II
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Entre el texto y el extrañamiento
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“Una mirada crítica sobre el indianismo y la descolonización” de Hugo Celso Felipe Mansilla
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La piedra, la circularidad de la vida y el placer de construir juntos
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Gary Daher
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Jorge Ordenes Lavadenz
La adversidad en la novelística de Alcides Arguedas vívida y vigente
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EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO - Responsable: Gabriel Salinas Padilla
Cartografías de la música boliviana II
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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO - Responsable: Gabriel Salinas Padilla

Cartografías de la música boliviana II

14 sep 2014

Continuación

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A continuación transcribiremos algunos fragmentos del trabajo de G. Bello y T. Fernández, “Peña Naira: ¿Ruptura o continuidad en el folclore boliviano?”

La peña Naira convirtió a la segunda mitad de los años sesenta en la referencia obligada al hablar del movimiento cultural paceño y el nacimiento de un supuesto nuevo folclore, considerado por algunos “culto” o “auténtico”. Pero detrás de este espacio cultural están también quienes lo conformaban como audiencia, joven y audaz, detrás también una época preparada para aquella explosión urbana de expresiones folclóricas que no eran ni mucho menos nuevas.

Algunos de quienes visitaban la peña, lo sabemos entre otros gracias al testimonio de Leticia F. de Pelerman, eran jóvenes de clase media, bohemios, universitarios o comprometidos con causas políticas de izquierda, artistas e intelectuales que irían posteriormente a formar parte de los círculos más altos del medio artístico e intelectual nacional. Estos jóvenes, en muchos casos, poco compenetrados con la música indígena, descubrieron estas expresiones que, se suele decir, habían estado reducidas a ser oídas en las fiestas populares, y se apresuraron a situarla en las necesidades culturales de su generación. Domínguez nos cuenta por ejemplo cómo después de uno de sus recitales en Radio Méndez fue agasajado por una gran cantidad de estudiantes universitarios por no haber declinado en sus interpretaciones folclóricas. Pero al mismo tiempo en muchos casos este público también pecó de superficial a la hora de integrarse a este su re encuentro con las expresiones folclóricas. Nuevamente es Domínguez quien nos dice que muchos de ellos tomaron este tipo de expresiones con espíritu esnobista y son vacilar, Pepe Murillo, fundador de Los Caminantes, confirma esa opinión.

Oscar Rivera Rodas escribe en un artículo de prensa en 1970, en pleno funcionamiento de la Peña bajo el auspicio de Pepe Ballón, que el repunte de la actividad cultural se ve reflejado en el incremento de festivales musicales de ese género. Pero nos dice también que aunque se incrementó considerablemente la cantidad de agrupaciones folclóricas, la calidad de la mayoría de ellas era mediocre y repetitiva, lo que demuestra que esta explosión no solo se da de parte de los grupos artísticos de la Peña, a los que Rivera considera legítimos, sino se da en términos generales como reflejo de la profunda vinculación popular con la música de inspiración indígena.

Uno de los elementos constituyentes de ese contexto detrás del fenómeno de la Peña Naira es sin duda la industria discográfica y con ella la radiofonía. Sabemos que la producción de discos con contenido “folclórico” (en el término amplio usado en esa época) data ya de los años cuarenta y que en los años sesenta eran particularmente dos las empresas que producían productos fonográficos folclóricos: Discos Méndez y Discos Heriba.

Lo cierto es que junto con el fenómeno de la producción radiográfica se da el fenómeno radiofónico de los espectáculos en vivo.

Si los años sesenta fueron de alguna forma los años que vieron nacer a una nueva generación de intérpretes del folclore, fueron los años cincuenta los que crearon el caldo de cultivo de esta nueva generación. Lo dijimos anteriormente: si es tremendamente común encontrar opiniones en la prensa que enfatizan la marginalidad de las expresiones folclóricas en la ciudad (desde las más estilizadas hasta las más cercanas al área rural), es también fácil reconocer entre muchos de estos artículos y textos de aquella época la profunda simpatía que esa música producía en esas audiencias urbanas. En una mesa redonda acerca del folclore musical llevada a cabo en 1955 el folclorista Antonio Gonzales Bravo, profesor de música de la Normal de Warisata y delegado vocal de música en el Consejo Municipal de Cultura dice: “Hemos comprobado en varias actuaciones, en el teatro y en el estadio, utilizando elementos musicales folclóricos, que son muy elocuentes fuerzas de expresión y que, parece que las llevamos dormidas en lo más íntimo de nosotros, y solamente esperan que se las despierte”. No hay forma más clara de expresar el arraigo de la música folclórica en el gusto de la población urbana.

Debemos tener en cuenta, que, aunque usemos el concepto folclore tal y como se usaba en la época de los cincuenta-sesenta (y por lo tanto como lo usan la mayoría de los artículos de prensa de ese tiempo), existe una división muy clara entre la música autóctona, que no es de la que estamos tratando aquí, y la música folclórica (para algunos, eminentemente urbana) que aunque en este tiempo se inspiró muy conscientemente en la música rural autóctona, no es igual. Así podemos comprender la importancia que tuvieron Los Jairas dentro de la nueva generación de músicos en los sesenta. Porque aunque grupos como “el trío de las hermanas Tejada” hayan reunido las expresiones corales con la música pentatónica autóctona rural en los cincuenta, uno de los elementos más importantes en esta supuesta “reinvención” del folclore ocurrida en los sesenta es el de la introducción de los instrumentos indígenas de viento. Y en eso Los Jairas fueron adelantados (junto a Los Caminantes, como ya dejamos establecido).

(Fragmentos tomados de la edición de “Anales de la Reunión Anual de Etnología n. 24”)

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