El Padre Horacio Bojorge observa que la apostasía en la Biblia empieza con la característica de permanecer anónima, en segundo lugar que dicho anonimato con mecanismo de imposturas se hace pasar por fe o piedad y en tercer lugar que sólo Dios puede provocar su manifestación o descubrir sus ficciones.
Así San Pablo advierte sobre quienes "tienen las apariencias de la piedad, pero niegan su eficacia" (2 Timoteo 3,5), y sobre los falsos maestros, apóstoles o doctores que "con suaves palabras y lisonjas seducen los corazones de los sencillos" (Romanos 16,18) "Y nada tiene de extraño (que ellos actúen como impostores) ya que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Por tanto, no es (cosa) grande que también los ministros de él se disfracen de ministros de justicia" (2 Corintios 11,14‑15). Por su parte San Juan habla en su Primera Carta, “de los que no eran de los nuestros, pero estaban entre nosotros" y que, finalmente, “salieron de entre nosotros para que se manifestara que no todos son de los nuestros" (11 Juan 2,19). Y la capacidad de engaño de estas personas podría llegar a los elegidos si Dios no lo impidiese.
Considerando el concepto jurídico el Código de Derecho Canónico define la apostasía: "apostasía es el rechazo total de la fe cristiana" (Canon 751), y el P. Bojorge enseña que este concepto es más restringido que el bíblico y no da razón de toda su verdad teológica. Así en el sentido bíblico señala que por desviaciones imperceptibles y ocultas es posible "oponerse a Cristo en nombre de Cristo" como advertía el entonces Cardenal Wojtyla (Juan Pablo II).
Siguiendo la línea de pensamiento antes mencionada, en la actualidad se nos muestra como innegable la apostasía. A la misma, nos parece conveniente agregar lo que nos enseñaba nuestro mentor, el Padre Emilio Parrado, que la caracterizaba como “el conocimiento paralelo”, que no niega absolutamente las verdades de fe, pero sí que pretende alejarse solo en lo que no le conviene. Y en este mundo moderno donde lo conveniente reemplaza lo debido, podemos afirmar que están dadas las condiciones para considerar el signo bíblico de la “Gran Apostasía” como actual.
Dicho signo bíblico está manifestado con toda claridad en la 2da carta de Tesalonicenses, en la cual se pone como presupuesto indispensable para la segunda venida de Nuestro Señor ésta Gran Apostasía, que dicho sea de paso, traerá al “hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, el cual se opondrá y se alzará contra todo lo que se dice de Dios”; agregando más adelante que con el poder de Satanás, conducirá a la iniquidad a aquellos que han de perderse, por no haber recibido y amado la Verdad a fin de salvarse. Pero hoy el concepto de perdición parece tan anticuado para el hombre moderno, que, difícil resulta considerar que un Dios tan “misericordioso” pueda castigar tan definitivamente, aún a quienes esto eligen por haber rechazado la Verdad. Y negando las palabras de las Sagradas Escrituras y anulando la Justicia Divina, hoy las respuestas sentimentales en las nuevas propuestas espirituales que provienen aún de las más altas jerarquías eclesiásticas; no hacen sino adelantar los tiempos al proponer un Cielo sin sacrificio, recompensas sin esfuerzos, y una religiosidad basada en nuestras propias interpretaciones de lo que tenemos que creer, llevando al extremo el libre examen propuesto por Lutero.
Nuestro Señor enseñó que Él era “el camino la verdad y la vida”; camino que a través de la verdad lleva a la vida eterna. Pero no se refirió a muchos caminos, ni tantas verdades como opiniones existan; por lo que si queremos obtener la recompensa de la felicidad eterna, no podemos seguir tratando de llegar buscando cómodos atajos, adecuando la doctrina divinamente revelada, a nuestra necesidades y caprichos. Y Poncio Pilatos, prefigurando a los relativistas modernos dudó que existiera una verdad que pueda aplicarse a todos. Al respecto se nos advirtió con toda claridad al enseñársenos “y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Jn. 8,32), y ésta libertad a la que se nos llama, no es otra que la que nos libra del pecado, por lo que sería un inmenso contrasentido pretender ser libres independizándonos de los mandatos divinos.
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