La aparición de los denominados nuevos “movimientos sociales” en la perspectiva de transformación democrática de la política boliviana generó el caudillismo y con ello se opaca o deja atrás las aspiraciones de nuevos líderes político-partidistas que a la hora de la verdad prefieren mantenerse al margen del proceso electoral y sólo esperan dar su voto, sin asumir empero la responsabilidad que eso conlleva para el futuro del país.
El nacimiento de los movimientos sociales autónomos que actúan fuera del control de los partidos políticos, sin estar inmersos en su maquinaria electoral, sin embargo, logró acomodo para sus dirigentes a través de cuotas de poder que restan credibilidad y hasta ponen en duda la vocación de servicio que pregonan esos dirigentes cuando se encaraman en los movimientos populares.
Estos movimientos se constituyen al mismo tiempo en un medio y un fin, lo cual contrasta con los propósitos electorales o de partido, porque deben responder a “sus bases” antes que a la estructura partidaria, lo que da lugar a que los candidatos se constituyan en representantes de los nuevos movimientos sociales, dirigidos por personas de base ligadas a las luchas cotidianas, dirigentes controlados directamente a través de asambleas populares y otras formas similares de vigilancia, sin importarles la responsabilidad que conlleva legislar como representante de una región o departamento.
Esos dirigentes que llegan a ocupar un puesto en la estructura de la Asamblea Legislativa Nacional, en definitiva no tienen que rendir cuentas a la región que representan, porque los parlamentarios siguen otras pautas de conducta, afines al estilo de vida de sus seguidores y deben dar cuentas de su actuar a los movimientos sociales, tal como ocurre con el Primer Mandatario del país que primero informa sobre sus planes y proyectos a las seis federaciones del Trópico de Cochabamba que agrupan a los cocaleros, y luego convoca a los movimientos sociales para hacerles conocer las decisiones que adoptan.
Así el caudillismo está manifiesto en la política boliviana por más de una década, lo que demuestra que los partidos políticos de oposición no tienen una propuesta concreta por la falta de renovación de sus líderes políticos, teniendo más bien otros intereses y una suerte de aletargamiento porque anteponen el interés personal y entorno partidario antes que el bien común para recuperar la democracia auténtica y participativa en el proceso electoral que vivimos en el país.
Una vez que se agotaron –por así decirlo- los viejos líderes de la revolución del 52, ahora aparecen quienes ya usufructuaron el poder pretendiendo mostrar una renovada imagen partidaria que no cambia su accionar, puesto que la estructura de empresa partidaria se mantiene por el accionar de un candidato, al igual que la política municipalista que propone otro candidato, mientras que el tercero busca recuperar su base electoral de cuando llegó a la Vicepresidencia de la República y heredó la Presidencia, lo que recuerda como un justificativo para demostrar que tiene vigencia. El único candidato que se precia de ser nuevo en el proceso electoral boliviano, en las encuestas está por debajo de todos y su participación al voto será minoritaria.
Así la denominada oposición mantiene una vieja estructura electoral y no tiene una renovada propuesta que permita a los ciudadanos buscar una alternativa que garantice un cambio en el accionar de la política boliviana que ahora está controlada por el sistema del caudillismo que se mantendrá por algún tiempo mientras surjan nuevos líderes y nuevas propuestas electorales.
Ese accionar de la oposición da pie al caudillismo y más todavía cuando existen varios frentes y no se asume una directa defensa del interés democrático, al atomizar el voto para varias fracciones que en definitiva muy difícilmente lograrán derrotar a los oficialistas que están seguros de contar con un voto mayoritario de la población y no llegar a la segunda vuelta electoral.
El caudillismo en la política boliviana responde en definitiva a la nueva estructura y organización de los movimientos socaires, como una alianza eminentemente democrática, aplicando una modelo de democracia viva que va examinando y revisando los nuevos y viejos asuntos de la política tradicional que lo logra remozarse para lograr el cambio que muchos proponen y más al contrario con su participación directa e individualista contribuyen a la consolidación del nuevo modelo de la política-partidaria boliviana.
Los cambios deben darse con propuestas no con escuetos enunciados o planes que favorecen de manera directa al entorno de los candidatos presidenciables que dejan librados a su suerte a los ciudadanos y votantes que pretenden representar, porque en definitiva sólo cuidan y protegen sus intereses económicos, de grupo y hasta familiares, antes que aportar al sostenimiento de un proceso verdaderamente democrático y participativo.
Ojalá la renovación de legisladores otorgue mayores beneficios a la región, puesto que la actual Brigada Parlamentaria concluirá su “trabajo” sin pena ni gloria, excepto dos o tres representantes nacionales de hicieron aprobar leyes para ejecutar proyectos que aportan al desarrollo regional, lejos de ejercer una política de sometimiento y levanta manos para aprobar las propuesta del Ejecutivo que se manejaron permitiendo que se afiance el liderazgo del poder en base al caudillismo de los movimientos sociales.
(*) Periodista.
lapalabraencarnada@bolivia.com
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