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Domingo 07 de septiembre de 2014

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Revista Dominical

CONTRAPUNTO

Prontuario

07 sep 2014

Por: Juan Manuel Fajardo - Abogado, Ensayista, Crítico de Cine

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Los filmes reseñados, la semana anterior en mi columna “Cine y Literatura”, en su tiempo no hicieron apología del delito, de hecho “Scarface” de Howard Hawks en la introducción señala: “Este filme es una crítica del dominio de los gangs en Estados Unidos y de la indiferencia insensible del gobierno ante esta amenaza, que atenta constantemente contra nuestra seguridad y libertad”. ‘Todos los incidentes de este filme son reproducciones de eventos reales y el propósito de éste es preguntarle al gobierno: ¿Que hará al respecto?’. Esta, es una interpelación real que en aquel año 1932 y siguientes, determinó el nacimiento del F.B.I. y la lucha sin cuartel contra las bandas criminales; en este orden, Bonnie and Clyde no es una película más de gangsters, porque humaniza a los personajes, y los sitúa al límite; de igual modo, la nueva versión de Dillinger “Enemigos públicos” (2013) también lleva una reflexión final” el crimen nunca paga”.

En nuestro medio los crímenes violentos, robos, atracos, asesinatos, feminicidios, infanticidios, son parte de la realidad que ha superado grotescamente a la ficción y deja a los perpetrados hace 80 años como una caricatura; éstos, los actuales merecen una política criminal gubernamental seria y eficiente producto de una prognosis criminal, además el establecimiento de penitenciarías con un régimen donde los que infrinjan la ley purguen sus delitos como lo dice la palabra, penando, sin otra facilidad que las tres comidas diarias, un paseo de una hora y una visita de familiares al mes. Hoy en día se necesita de cierto esfuerzo para poner la imaginación al nivel de la realidad. El espanto y el horror se han vuelto tan corrientes que muchos lo encuentran trivial.

En una clase magistral, el eminente criminólogo orureño, maestro de generaciones Dr. Hugo César Cadima Maldonado (†), nos enseñó que la pena de muerte no era la solución para el fenómeno de crímenes violentos, que la sociedad en el concepto moderno del Derecho Penal, no castiga, solamente se defiende de los delincuentes, que leyes, citando al Marquéz de Beccaría, debieran “basarse en la razón; que su razón básica no es vengar, sino preservar el orden social” ; en este contexto hoy, ¿Cuál sería la forma o la manera en que la sociedad se defienda de los violadores y asesinos?; la Ley de Seguridad Ciudadana y otras como la 348, están ahí; casi todos los casos denunciados e investigados han tenido como resultado la detención del autor o autores, sin embargo estos como las leyes se escurren con el tiempo como agua entre los dedos de las autoridades; la sociedad se indigna, protesta, corcovea, se sacude, se desespera, ¿por qué?, porque, no existe la efectividad de la amenaza legal que es el fin de la imposición de la pena, los autores de hechos macabros actúan con la idea de que las autoridades judiciales son seres civilizados, por tal hecho son comulgantes de la doctrina de San Juan Crisóstomo: “La justicia sin misericordia, ciertamente es crueldad”; los jueces algunos, son permisivos y misericordiosos ante el delito, ciertamente esto no debería ser así; veamos el pasado, después del fusilamiento de Suxo en la década de los setenta, hasta los años 90 finales en que se promulga el Nuevo Código de Procedimiento Penal, los crímenes violentos no eran una constante; ahora como diría Ben Hech “cualquier felón mata por una bagatela”, un celular, un reloj, un anillo o una billetera con cuatro monedas. La sombra de la horca, el fusilamiento, la inyección letal, el sólo mencionar de reimplantar constitucionalmente la pena de muerte, desataría un tsunami de críticas de los delincuentes y otros del lado oscuro, pero no de los ciudadanos agredidos; sin embargo no está prohibido pensar en ello, en la reforma de la Constitución y otras normas penales.

La hipocresía debe terminar; si no podemos regresar a la Ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, atrevámonos a mirar de frente el peligro que significa convertirnos en una sociedad permeable, recuerden la Colombia de Pablo Escobar, y en lugar de gastar miles para prevenir el delito, lo que no está mal, construyamos verdaderos penales lejos de los centros urbanos, en las montañas, administrados y vigilados por el ejército con las mínimas condiciones para los condenados a 30 años sin derecho a indulto, que virtualmente no tienen ninguna esperanza de reinsertarse a la sociedad.

Un nuevo factor demográfico, otro problema social es el pandillerismo, que se ha infiltrado en todos los barrios y estratos sociales, demostrando implacablemente su perversidad; manifiestamente hostil, viene aumentando día que pasa, caracterizado por un afán inútil de destrucción. Los jóvenes dedicados a agredir a otros como ellos, a consumir sustancias controladas, apedrear ventanales, pintarrajear paredes, lindar con el delito realizando robos a punta de navaja o de pistola, asaltos a transeúntes y hasta asesinatos, constituyen un fracaso de la sociedad boliviana.

Los jóvenes pandilleros, con instintos belicosos, sin dominio alguno, no cuentan con algo o alguien que les ayude a refrenarlos, a luchar contra ellos mismos. A estos jóvenes nadie les ha enseñado el necesario dominio de sí mismos, a tomar decisiones y aceptar las consecuencias de sus actos; seres humanos al fin, débiles, llenos de defectos, sin disciplina alguna, son los firmes candidatos a equivocar el camino. Los impulsos agresivos que forman parte de la naturaleza y personalidad humana, no bien canalizados en un esfuerzo constructivo, acaban por convertirse en causa de sufrimiento y de destrucción, estos jóvenes ya no requieren del razonamiento de los mayores, sino del dominio que sobre ellos pueda ejercer el Estado.

La situación actual exige que se encuentre una solución, que no pasa sólo por endurecer las leyes punitivas, tampoco de más policías o sacar al ejército a patrullar las calles; más de un millón de jóvenes menores de veinte años, entre los que se encuentran los que han sido abandonados por sus padres, los que han dejado de estudiar o que literalmente no tienen nada que hacer, reclaman una fuente de trabajo, algo en que ocupar su tiempo; el desempleo se ha convertido en uno de los problemas más graves de nuestro país, es muy duro necesitarlo y no hallarlo, éste es el caldo de cultivo de la delincuencia y del pandillerismo. Las autoridades deben trabajar en estos grupos, señalándoles límites definitivos, que entre toda la confusión en que viven, perciban la imagen de una sociedad con personalidad que ha de actuar en su momento contundentemente.

Las pandillas, son un ejército irregular dentro de nuestras fronteras que han pasado a ser las administradoras del miedo de la sociedad; pronto en todas las ciudades, los barrios serán amurallados y cada casa será un fortín. El mal no se acaba, atacando a los seres humanos como si fueran insectos, un exterminador para cada ciudadano; se debe transformar la raíz energética que nutre la potencia de los delincuentes definidos, atracadores, asesinos, secuestradores, esta raíz son los jóvenes, que en un futuro próximo serán la llamada carne de presidio.

Sugiero para los pandilleros menores de edad, el reclutamiento forzoso, el régimen militar, bajo bandera para otro tiempo rescataríamos al final a unos ciudadanos bien orientados; muchos de los jóvenes salvajes de 14 a 17 años que van por la vida sin otro rumbo que las calles, los boliches de moda o salones de eventos, atrapados que sean por la policía en la mínima infracción, como el consumo de bebidas alcohólicas, marihuana u otra droga prohibida, en peleas a navaja o atracos de poca monta a transeúntes ciudadanos deben ser pasibles a 6 meses de instrucción militar, esto, les volvería a la realidad, a la disciplina, al orden, al respeto, al reconocimiento de que existen otros valores que no son familiares de la irresponsabilidad.

Para tus amigos: