Chile es un país que ha repetido sistemática y repetidamente una política de agresión contra Bolivia. Su discurso se basa en la perfidia desde hace mucho tiempo. En 1810 ya Portales, un estadista latinoamericano como pocos, habló de la necesidad de expandir a Chile, un país desgraciado, pero con líderes oportunos. Bolivia supuestamente le agredió en 1838, en Paucarpata, nada más falso, cuando la Confederación fue destruida más por intereses peruanos, los “incas” deseaban rehabilitar un imperio sobre la base de una Bolivia sometida y lo lograron parcialmente en Yungay.
Bolivia se defendió, reclamando el derecho a la autodefensa, como lo hizo con la Argentina en las batallas de Humahuaca, Iruya y Montenegro, las que significaron las glorias más grandes de Bolivia, conseguidas por un alemán, Otto Felipe Braun, y que se repitieron en el Litoral. Los encuentros previos a la Batalla del Alto de la Alianza significaron la muerte de miles de chilenos, los que no debieron haber caído, pero su oligarquía retrógrada les llevó a la hecatombe. Los bolivianos no murieron en vano, también miles, lo hicieron por una gloria que es trascendente, la que radica en un símbolo, el de la Patria, a pesar de que defendieron territorio peruano, del ayer aliado y hoy simplemente vecino. Y los chilenos se sacrificaron por una oligarquía que después les despreció, respondiendo a intereses criminales. Cada gota de sangre boliviana, peruana y chilena respondió a un objetivo mortal, el de intereses ajenos a los pueblos. Los chilenos que se sacrificaron en las planicies y costas de Arica e Iquique, después fueron sublimados por su verdugos, murieron en los desiertos del Sur, de la Patagonia olvidada.
Pinochet afirmó que la sangre llama a la sangre, quizás no en el sentido de estas palabras, pero igual resulta válida su intención, muy a pesar de que intentó devolver a Bolivia su cualidad marítima. Hoy los supuestos socialistas en el gobierno del Mapocho nos desprecian olímpicamente, siempre lo hicieron, pero ahora con una contundencia vergonzosa. El fallecido en el repudio, reiteró que Bolivia es un país destinado a morir, pero no habrá un boliviano que acepte tales términos. Casi el 30% de chilenos son solidarios, pero no es suficiente porque se encuentran con una rosca maldita, la que define los destinos de un Estado criminal. La epopeya del Litoral implica un destino claro, la de combatientes sacrificados, quizás no convencidos plenamente de su proeza, aunque los hechos lo ratificaron, en los campos peruanos murieron por una causa, aunque algunos traicionaron principios por su debilidad congénita.
Hoy Carlos Mesa y compañía dicen que debemos aceptar un corredor pequeño, algo ajeno a nuestros principios. Ningún boliviano que tenga voluntad aceptará la barbarie. El Tribunal de La Haya definirá que Chile negocie, pero lo hará en términos tibios. Bolivia no debe aceptar miserias. La única conclusión aceptable es ir a la guerra, por más que a algunos les parezca loco. Al final la utopía nos acompañará. Es difícil, pero si no tenemos la decisión nos hundiremos en la miseria de nuestra debilidad.
Las ambiciones chilenas se dieron ya antes de su independencia debido a la carencia de recursos naturales como el oro y la plata que eran los que más interesaban a los conquistadores españoles, por eso solamente se constituyó en una capitanía con un territorio reducido, a diferencia de la Real Audiencia de Charcas (sobre la base de la cual se conformó Bolivia) con casi seis millones de kilómetros cuadrados y riquísimos recursos naturales, las indefiniciones de los conquistadores españoles y sus claudicaciones ante los ambiciosos portugueses, impiden dar un dato más exacto.
Bolivia no debe quedar conforme con la aceptación cobarde de un corredor. Nos deben retornar el Litoral y la guerra será el camino necesario para recuperar lo nuestro. Pasarán mil años, pero nuestra consecuencia nos realizará como ciudadanos del futuro. El costo puede ser grande, pero los vietnamitas demostraron que se puede derrotar a imperios. Muchos chilenos piensan que nos pueden derrotar en el combate militar, no obstante los que ganamos la Guerra del Chaco les demostraremos algo diferente. Las guerras se ganan con valor.
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