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Domingo 31 de agosto de 2014

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Cultural El Duende

La música en el siglo XX

31 ago 2014

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El siglo XX es el siglo de la interpretación. Las salas de conciertos se han convertido en una especie de museos, a los cuales se acude para la admiración de reliquias musicales. Las orquestas, grupos de cámara y solistas son como restauradores de las valiosas piezas. Los conservatorios y las escuelas de música resultan centros donde la formación que se imparte, no es otra cosa que la saturación del alumno de una historia pasada. La actividad musical de nuestros días se limita a rendir culto al arte de épocas anteriores a la nuestra.

Sin embargo, esta realidad logra grandes objetivos: la existencia de verdaderos genios de la interpretación y la creación; el aporte, de valor musicológico, que los estudiosos de estilos y épocas nos legan; los importantes datos con los que ahora se cuenta, gracias al trabajo de biógrafos e historiadores. En fin, hoy podemos escoger la versión a nuestro gusto de la Sinfonía inconclusa entre diez o más que nos presenten, todas ellas excelentes. O podemos formamos un sólido juicio crítico al estudiar los principios estilísticos prefijados por los especialistas. Nos es posible también estar enterados de los pormenores de la agitada vida de Wagner o de lugar y fecha exactos de la conclusión de la Sinfonía fantástica.

Pero la actualidad musical nos muestra el siguiente panorama: el instrumentista común que ha terminado su estudio, no tiene otra posibilidad que la de aspirar a integrar un grupo orquestal. Aquí en el mejor de los casos y con elevado porcentaje de suerte, podrá llegar al primer atril; formará un conjunto de cámara que lo saque de la rutina sinfónica y finalmente envejecerá conociendo casi de memoria sus partes del repertorio tradicional.

Más dramático aún es el caso de directores y compositores. Los primeros, tras finalizar su formación, se lanzan a la búsqueda de un trabajo en el que puedan comprobar si sus vastos conocimientos teóricos funcionan al frente de una orquesta; al cobrar con el tiempo alguna experiencia, son pocos los que estabilizan una situación y prácticamente ninguno el que alcanza la fama y el estrellato anhelados por todos. La oferta es mayor que la demanda. En cuanto a los compositores –que para sobrevivir están siempre a la búsqueda del sonido jamás escuchado– deben quedar satisfechos cuando por compasión alguien les ofrece interpretar una de sus obras: las principales salas de concierto son tan remotas que quizá solo con un fuerte respaldo económico podrán alcanzarlas.

El público, por su parte, está acostumbrado a la audición de programas bien equilibrados: una obra clásica de corta duración, una obra con solista cuyo virtuosismo maraville y una obra de gran efecto en la que se pueda encontrar una descarga para las emociones. Eventualmente podrá incluirse una obra moderna capaz de dar un toque exótico a la presentación.

Ese es el presente musical. Artistas, instituciones y público esforzándose por revivir o quizás representar la historia. Actitud más incomprensible aún en el continente americano, para el cual resulta una historia ajena conocida solo por información, y en ningún caso vivida por anteriores generaciones.

Sin embargo, cabe aclarar que no es el propósito ni la intención restar el valor que tienen merecidamente las obras de arte de siglos pasados. Menos aún a toda la tradición musical que ellas han trazado. Es evidente que en toda esa cultura está el fundamento para la formación de cualquiera que se quiera preciar de músico. El problema radica en querer sobrevivir musicalmente en base a un trabajo que lo han hecho otros y en otro tiempo. Es decir, que no por el hecho de ser profundos conocedores de los autores, las obras y los estilos pasados, se ha de haber dado la solución a la actitud artística de este siglo. Hay que reconocer que una expresión contemporánea de tridimensional valor creativo, interpretativo y vivencial, no existe: ese quehacer que permita a todo aquel que consagra su vida al arte, considerarse músico del siglo XX de pensamiento, palabra y obra. Es más, ni artistas ni educadores, nadie intenta siquiera lograr que nuestra época cuente con un arte que la identifique.

Considerando la situación desde este punto de vista, se plantea la necesidad de un cambio de dirección del quehacer musical; o más bien la necesidad de asumir una actitud artística propia, que tenga que ver con el presente histórico. Que sea un factor integrado de la estructura actual, como son los factores social, económico, político y religioso. Pues cualquier manifestación artística que no sea el reflejo de su tiempo, es una expresión que carece de vigencia y cuyo valor es meramente artesanal. “Porque arte significa arte nuevo” dice Schoenberg. Es decir, que el arte nuevo es el único arte.

Hoy se necesita la confluencia de energías (intérpretes, directores, instrumentistas y compositores) para poder sobrevivir como artistas y para que el arte sobreviva. Aunar esfuerzos en virtud de nuestra propia expresión artística, aquella que nos pertenece y en la que nos vemos reflejados. Pues solo cuando exista una vivencia humana en torno al arte, una aceptación, una negativa o un reproche a la actual producción musical ya sea por parte de artistas o público, solo entonces podremos hablar de la música del siglo XX. Entretanto esto no se dé, el arte seguirá siendo una manifestación esporádica y poco representativa.

La creatividad es don supremo; arte es creación, y solo a través de la creatividad podrá el artista justificar su condición de tal.

¿Qué trascendencia histórica puede tener para la sociedad la puesta en escena de El lago de los cisnes, por excelente representación que se logre y con todo el respeto que la obra se merece? Prácticamente ninguna. Y, ¿cuál es la importancia de estrenar la obra de un compositor contemporáneo? La importancia de la creación. En el primer caso se busca repetir el goce; y en el segundo se busca descubrir uno nuevo.

Publicado en El Diario, La Paz, el 15 de enero de 1978.

Cergio Prudencio. La Paz, 1955.

Director de orquesta y composición.

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