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Domingo 31 de agosto de 2014

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Cultural El Duende

De sastre a Capitán

31 ago 2014

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Hallábase el presidente Melgarejo en Sucre, y allí recibió un obsequio mandado desde Santiago de Chile; dos lindísimos pantalones bordados, uno de paño grancé y otro negro.

Quedó su excelencia muy satisfecho de este regalo; pero al ir a probarse los referidos pantalones, notó que le eran muy anchos de cintura. Llamó entonces al edecán Deheza y le dijo que viera al mejor sastre e hiciese arreglar los pantalones, mostrándole la parte donde estaban defectuosos.

El edecán hizo llevar la ropa con un soldado y se fue a la sastrería del maestro Mangudo, a quien encargó la compostura de los pantalones, enseñándole la parte donde estaban muy anchos y que debía angostar. Pero el maestro Mangudo, como les sucede a muchos maestros, entendió completamente al revés, las instrucciones que le diera el que encomendaba la obra; y así, en vez de angostar los ricos pantalones hacia la cintura, los ensanchó más en aquella parte y más abajo también; y como el trabajo aquel era para el presidente Melgarejo, lo terminó lo más pronto que pudo, es decir, en dos días; que de haber sido para algún particular, lo termina lo menos en treinta.

Envolvió Mangudo los pantalones en una toalla y los llevó personalmente a Palacio.

Desgraciadamente, su excelencia, se hallaba en estado un poco inconveniente. Hizo tomar asiento al sastre y se puso el pantalón grancé, para ver cómo había quedado con la compostura; y al advertir que en vez de angostar el sastre había ensanchado y echado a perder el pantalón, enfurecióse el capitán general y le dijo:

–¡So car... rampempe! ¿Con que usted es el mejor sastre de la capital? ¿Y usted me ha hecho este adefesio? ¿No se le dijo a usted que debía angostar esta parte? (señalándosela) y en vez de eso, la ha ensanchado más, ¡so hijo de Pu... makagua?

Asustadísimo el pobre sastre y sin saber qué contestar, quiso expresar a su excelencia que para su comodidad, le había suelto el pantalón un poco de la ingle; pero como hablaba un castellano no puro, le dijo:

–Perdone su excelencia, por el mejor comodidad que lo quise dar más abajito de la cintura, como a cada rato nos lo desabotonamos los pantalones, lo hei enanchado allí creyendo también que le agradaría así en las ingles.

–¿Y qué me importa a mí –replicó furioso el general Melgarejo– que así les agrade a los ingleses? Yo no soy inglés, ¡so car... acol!

Y diciendo esto le pegó tal trompeadura, que el malaventurado sastre salió de allí más muerto que vivo, llevándose semejante soba, por única paga de su trabajo.

Al día siguiente, en el almuerzo, dijo Melgarejo: –No sé por qué me duele tanto la mano derecha, y se me ha hinchado. ¿Qué será esto?

Y uno de los edecanes contestó:

–Que ha de ser, excelentísimo señor, sino el resultado de las puñadas que ayer tarde le pegó vuecencia al maestro Mangudo. Entonces indudablemente se ha lastimado los tendones de la mano. Le haremos ahora mismo una fricción con Odopeldoc, que es lo mejor.

–¿Con que le he pegado al sastre? –preguntó el presidente–; pero –agregó– si ese bárbaro me ha echado a perder por completo los pantalones. Ha hecho completamente al revés de lo que se le dijo.

–¡Oh! señor –contestó Deheza–, le ha dado vuecencia más puñadas que palos, y cómo estará la cabeza del pobre sastre, que a esta hora debe estar en la cama.

–Pues vaya usted –ordenó Melgarejo al edecán– y tráigamelo ahora mismo, esté como estuviese. Pobre sastre: siento mucho haberle maltratado, pero yo soy así; se me sube la mostaza y en un momento de rabia no sé lo que hago. Vaya a traerme al pobre Mangudo.

Fue el edecán, y al poco rato regresaba con el sastre, que tembloroso y cojeando, llegó a presencia del presidente, quien hallábase todavía en el comedor, y al verle entrar, le preguntó:

–¿Qué le ha sucedido maestro?

–Que vuecencia me ha estropeado ayer...

–Sí, sí –le interrumpió Melgarejo–, ha de dispensarme usted, amigo. Yo soy así, de juicio muy ligero, pero como no hay mal que por bien no venga, según dice un adagio, ya que ayer le pegué a usted, hoy le concedo una gracia: queda usted destinado de capitán de la cuarta compañía del batallón primero; y en celebración de este ascenso vamos a tomar esta copa.

Y, uniendo la acción a la palabra, él mismo llenó la copa, que ofreció no ya al sastre que le echó a perder los pantalones, sino al nuevo y flamante capitán Mangudo, quien siguió ascendiendo y sirviendo con toda decisión al general Melgarejo, hasta la caída de este.

Tomás O’Connor D’arlach. Tarija, 1853 -1932.

Historiador, poeta y tradicionista.

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