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Domingo 31 de agosto de 2014

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Bataillon: Un cierto hispanismo

31 ago 2014

TAMBOR VARGAS

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Aunque ya hace algunos años que salió a la luz, sigue mereciendo comentario un libro que da a conocer un aspecto de la vida y la obra de un especialista francés en temas españoles e hispanoamericanos. Me refiero al volumen que sobre su padre ha preparado Claude Bataillon: Marcel Bataillon. Hispanisme et engagement. Lettres, carnets, textes retrouvés (1914-1967) (Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 2009, XVI, 177 p., ilustrcs.).

Esta obra vincula la figura de Bataillon con el concepto de ‘compromiso’ (término que sonaba tan bien en francés, desde Sartre, los existencialistas y los corifeos del 68 parisino; pero que en español no tiene el sentido activo y reflexivo de ‘comprometerse’). En realidad, tratándose de Bataillon, sería más exacto hablar en plural de compromisos, pues su cultura y su humanismo le hacían difícil, por no decir imposible, restringir su inversión ideológica en una sola causa, con obediencia incluida. Otra cosa es que alguien quiera buscar un hilo unificador a esa pluralidad. Sea como fuere, Bataillon no tuvo nada de ‘maestrillo de un librillo’. Creo que debe quedar claro.

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Pero a todo esto, ¿quién fue Marcel Bataillon (Dijon, 1895- París, 1977)? Hay quien le ha dado el título de ‘príncipe de los hispanistas’; y es que, efectivamente, a partir de la postguerra (1945) su prestigio y la autoridad que de él se desprendía, quedaron por encima de cualquier discusión o envidia (por lo menos públicamente manifestada). Ese año fue elegido para el Colegio de Francia, del que llegó a ejercer el cargo de Administrador (equivalente al rectorado de una universidad). Pero su historia anterior también tiene su interés: hijo de un profesor de biología de raíces agrarias y de una hija de comerciantes judíos; alumno de la Escuela Normal Superior (1913), en la que se licencia en Letras Clásicas (1915); para su vida futura tendrá importancia una oscura estancia de medio año en España (1915-1916), de que en el libro comentado se publican sus primeros testimonios inéditos (pp. 6-45); de la guerra guardó un silencio profundo.

Desmovilizado en 1920, se presenta a una ‘agregación’ de español y sin perder tiempo desde fines de ese año pasará varios años entre España y Portugal: son los de su verdadera formación como hispanista: al cabo de un año ya registró en la Sorbona el tema de su tesis doctoral sobre el erasmismo español del siglo XVI (que no defenderá hasta 1937); y un encuentro relampagueante con Lucy Hovelac que los une en matrimonio ante de acabar aquel año 1922. Por aquellos mismos meses aprovecha una oferta para enseñar en Lisboa, completando así su descubrimiento de lo ‘hispánico’. En 1926 pasa a Burdeos, donde le esperan muchas horas de enseñanza secundaria, a costa de sus intereses erasmistas; busca salir de aquella ratonera y desde febrero de 1927 se traslada a la Universidad de Argel, donde permanece diez años. Una vez doctorado, puede ocupar una cátedra de la Sorbona parisina. En París vivirá y sufrirá la nueva guerra; y la ocupación alemana; y unos pocos meses de campo de concentración en las afueras de la capital, de que se publican cartas y diarios (pp.121-153).

La victoria aliada de 1945 trajo a Bataillon su última consagración universitaria, ingresando en el Colegio de Francia; en él permanecerá hasta 1965. En este periodo tiene lugar otro viraje importante: descubre América. En 1948 visita México y Perú, además de atravesar otros países intermedios: es una lástima que el volumen no haya ofrecido el diario personal de ese viaje, alegando su reciente publicación en dos números de la revista Caravelle (2006-2007); y en 1951 volverá a Lima, para el IV Centenario de la Universidad de San Marcos. Y este nuevo mundo no tarda en reflejarse en su trabajo y en sus escritos: el filólogo veterano que es le señala el camino de una lectura sutil de los escritos de Bartolomé de las Casas y de los cronistas peruanos de la conquista (desde Cieza hasta el Inqa Garcilaso). Y su buen oficio le permite descubrir muchas cosas importantes que los ‘americanistas de toda la vida’ no habían sabido encontrar. Y el maestro relaciona sentidos y mensajes ocultos; y su familiaridad con las herodoxias peninsulares le facilita la interpretación de la heterodoxia alumbradista del dominico fray Francisco de la Cruz y de varios jesuitas. Y asombra la facilidad, la ‘naturalidad’ con que encuentra nuevas verdades en cada nuevo texto al que se acerca. La inmensidad de sus conocimientos, pero –sobre todo– la capacidad de relacionar lo insospechable, da a sus trabajos la apariencia de un ejercicio de prestidigitación.

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Y ¿dónde está el ‘compromiso’ de Bataillon? Ya desde joven tuvo sus simpatías con la ‘izquierda’, aunque sin someterse a ninguna disciplina partidaria; su militancia llegó a la adhesión al sindicalismo de inspiración socialista. Junto a ello, manifestó sin tapujos sus convicciones pacifistas, aunque éstas también le exigieron sus propias exégesis durante la guerra fría; pero antes ya las circunstancias le habían obligado a tomar posición: en la guerra civil española y, más todavía, la gran oleada de exiliados provocada por su desenlace (como ya la había provocado desde 1936, pero de signo contrario): primero buscó acabar la carnicería con una paz negociada; habiendo fracasado, hizo lo que pudo para ayudar a los amigos o simpatizantes. Y dentro de sus estilos, de los de la mayoría del profesorado universitario francés, mantuvo una posición fría y distante ante el franquismo, por lealtad a sus convicciones y a sus amigos (exiliados o no). En las cartas intercambiadas en Lima en 1948 con el embajador español Fernando M. Castiella (pp. 111-117) podemos ver un testimonio de aquellos sus estilos, por cierto escasamente estridentes.

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El hecho claro de las simpatías vagamente ‘izquierdistas’ de Bataillon por los círculos liberales y republicanos españoles, no agota las respuestas sobre su tipo de hispanismo. Quien repase el índice biográfico de los españoles con quienes tuvo algún tipo de relación y mencionados en el libro (pp. 170-175), podrá ver el contenido concreto de su ‘españolidad’; y con ello me refiero a la ausencia casi absoluta de catalanes, gallegos y vascos. Es verdad que a esto le habían ido llevando sus temas de estudio: la España de lengua española, plenamente centrada en la ‘historia espiritual’ castellana; pero la ausencia de ‘gestos’ que atestiguaran su neutralidad ante la plurinacionalidad hispana (convertida en sangrienta crisis durante la guerra civil y, no menos, durante el franquismo), acaso resultara más significativo de sus verdaderas ‘afinidades electivas’.

Parece que aquí resuena aquel viejo enfrentamiento entre la ‘tradición’ y la ‘modernidad’, entre ‘cerrazón’ y ‘apertura’; es la forma como los liberales entendían sus ‘dos Españas’ (que Machado formuló y que Ortega creía saber cómo vertebrar); es la que entre bambalinas circula por el libro, porque era la geografía política y espiritual personal de Bataillon y era la que había recibido y absorbido de sus tutores y protectores españoles: una teoría de España ‘normal’, como si este fuera el problema español y no cargara, antes, con una pesada cuestión nacional. Y tal vez no era solo su itinerario de hispanista, pues, más íntimamente, ¿no le condenaba también a ello su patriotismo galo, desde 1789 de matriz jacobina, alérgica a cuanto sonara a identidades seculares, a tradición?

La viera o no, la codificación liberal del problema español no fue la única. Bataillon la aceptó, acaso como el precio que pagaba, no sé si como efecto de su juvenil inmersión en el erasmismo español o su madura vinculación con la España republicana y exiliada. Y quién sabe si Bataillon justificaba íntimamente su posición a cuenta de ‘no intromisión’ en problemas de un país amigo, pero ajeno; si así pensaba, demostraría su inconciencia de que, con ello, también se entrometía, pues era una de las formas de escoger partido (sobre todo habida cuenta de la polarización tan poco erasmista provocada por el radicalismo de los republicanos frente al radicalismo de los franquistas).

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Vemos, pues, que quien se acerque a la trayectoria humana, científica y política de una figura como Bataillon, no debería cerrar los ojos ante unos problemas, no ya propios del hispanismo, sino inseparables de cualquier vida dedicada a la comprensión e interpretación de pueblos, sociedades, pensadores y conflictos. Y como tal, la limitación o la preferencia visual no sólo me parece legítima, sino más exactamente: inevitable. Lo digno de discusión sería, más bien, si la elección de un tipo de perspectivas autoriza a ignorar otros (‘ignorar’ en el sentido de dar a entender como inexistentes o de peso marginal); o si el legítimo ‘compromiso’ con un tipo de problemas permite deducir que son los únicos o los que requerían atención, ya que de hecho silencia los otros.

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