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Domingo 24 de agosto de 2014

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Revista Dominical

Agosto de vientos en Oruro

24 ago 2014

Fuente: LA PATRIA

Por: Marlene Durán Zuleta

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Existe algo insólito en este suelo, en agosto se conmemora el día de la Patria, el día de la Bandera, es el mes para alcanzar a la Pachamama (cada viernes el espacio se llena de humo por las Koas, comunicación colectiva de una mayoría de sus habitantes que pide prosperidad al cumplir este rito).

La geografía mutilada, rodeada de cerros, el cielo convertido en lienzo, profundamente azul, súbitamente se transforma en vértigo, corren los vientos, se mecen las ramas de los árboles, despoblados de hojas, son podados para que vuelvan a reverdecer en la primavera que está próxima. Hay escala de la temperatura que asciende y desciende.

El viento motiva a descubrir, puntos de color, cometas elevados, equilibrados en el aire.

Estamos en invierno, lo seco e inerte de las totoras es incinerado por malas manos, el humo negro se levanta y se desliza con la fuerza de las ráfagas, caen las cenizas por doquier, el espacio abierto a las fronteras, parece acertar en algunas revelaciones: tiempo cambiado, vientos que superan los kilómetros, azotan, dañan las estatuas y el medio ambiente.

Sin embargo el poeta se ha inspirado en esta manifestación natural y le ha dedicado un mosaico de palabras, dramas inspirados en él aura, el músico ha acuñado en todos los estilos y ha llegado a la quena, zampoñas, tarkas y otros instrumentos musicales denominados de viento, donde el lamento mezcla de sensaciones, sicuris combatientes del ritmo, enriquecidos por las inspiraciones, liberan la atmósfera de ese torbellino y trasladan las melodías por los senderos.

Esta fuerza derriba cables que se mecen en el aire, tejas que al caer se convierten en trozos y polvillo, el viento trae enfermedades y muerte, así como es benévola para alejar o acercar los miedos a la destrucción, envuelve en su paso todas las nubes, traslada la lluvia con truenos y relámpagos, el pintor plasma su obra en áridos paisajes con cóndores que se elevan hasta lo más alto donde están sus polluelos.

Gira, gira y se marcha despeinando a cualquier hora al peregrino que tiembla, oh viento inquieto que despiertas al fuego haces pestañar a los astros, fulgura una estrella y guiña por esa travesura.

A veces esa reacción parece sobrehumana, hechizo de la noche lóbrega y fría o en el día hace tiritar, como reza la canción “Chiri wuayrita”.

Es cierto que llega invisible, ulula cuando está cargado de energía, la magia de los poemas va acumulando hojas dispersas, discretas, escritas sobre este fenómeno, mensajes azulados, horizontes silenciosos, libres de cualquier liana. Se evoca o ahuyenta a esta manifestación que destaca su presencia, ningún habitante de la tierra deja de mencionarla.

Sobresale en el orbe, hablan de su velocidad, del tránsito inevitable de su orientación o desorientación. En ocasiones quienes viven dispersos en la natura, asisten a refugios para no sentir su paso destructor.

El viento en nuestra cultura es nombrado en quechua como guaira, tan fuerte como el fuego, flama fugitiva que termina en segundos con toda forma de vida o el agua que arrasa, hunde sin temor deja miseria en medio del cieno.

El viento ¿a quién teme? a nadie. Cuando se manifiesta en sus andanzas por el tiempo, por el aire, por los caminos asfaltados o llenos de polvo, los símbolos, convierten al viento en trabajo y/o retornan a los molinos.

En verano una suave brisa refresca las mejillas, esa tibieza es estímulo natural, es sosiego en nuestras vidas, las espigas y los girasoles se mecen lentamente, se registra la diferencia del soplo. El viento en otros pasajes se enlaza en el aire, transforma su danza, toma fuerza, se inclina a la tierra y arrasa lo que encuentra a su paso, monstruo opaco, testimonio ingrato.

En este territorio el tornado benévolo, es parte de las montañas. Por eso las dunas de arena se mueven de un espacio a otro, avivan nuestra identidad el quirquincho o la esbelta pariguana.

El vendaval sigiloso ahuyenta los rumores de la tarde hasta que llega la noche. En un día las nubes recargadas de agua, cambian su curso, el vórtice desdobla con persistencia, se siente rigor, rugido y renueva nuestra historia. El viento una vez más ahuyenta al granizo, a la nieve, la caída de la lluvia ha sido tenue, esta tierra queda seca, árida y brumosa.

La ventolera es parte de nuestro quehacer cotidiano, vigía, atalaya que tiene su periplo, nosotros herederos de este fenómeno natural, vestigio reconocido en el interior de los otros departamentos de este amanecer llamado Bolivia, recargamos en nuestros hogares calor interior para mostrar que el torbellino es parte de la vida, huella traducida en la trova.

Fuente: LA PATRIA
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