Para tener una fuente de inspiración espiritual en el diario vivir, compartimos con usted amable lector, los preceptos y enseñanzas de una de las escuelas de sabiduría universal más exaltadas de la historia. Nos referimos a los “Gnósticos Esenios de la Orden de Melquisedec”, de la cual el Maestro Jesús el Cristo fue su más exaltado maestro.
Con la denominación de: “Los Trece Mandatos para Los Hijos del Día y de la Luz”, se preparaban para seguir el camino iniciático del despertar espiritual:
1.- Despertad y velad, vistiéndoos sobriamente con fe, esperanza y amor.
2.- Apartaos de la ira, para alcanzar la salvación mediante el Cristo íntimo.
3.- Edificaos interiormente, animándoos unos a otros.
4.- Reconoced y estimad a los que trabajan y os presiden en el Ser.
5.- Alentad a los de poco ánimo, amonestando a los ociosos.
6.- Sostened a los débiles, siendo pacientes para con todos.
7.- Seguid siempre lo bueno, sin devolver a nadie su mal.
8.- Orad sin cesar para estar siempre gozosos.
9.- Aceptad la voluntad del Padre, dando siempre gracias en todo momento.
10.- No apoquéis al Espíritu, para que su santa gracia triunfe en vosotros.
11.- No menospreciéis las Profecías, pues ellas os conducirán a la Luz.
12.- Examinadlo todo, reteniendo y realizando solo lo bueno.
13.- Absteneos de todo mal para que vuestro Ser sea guardado irreprensible en cuerpo, alma y espíritu.
Enseñaban las cuatro condiciones para ser magos, sacerdotes y alquimistas: a) Saber sufrir, b) Saber callar, c) Saber
abstenerse y d) Saber morir (Transmutar).
Uno de sus códigos de comportamiento diario rezaba así:
“Aprended a madrugar con el Sol y las iniciativas. Saludad con amor cada amanecer. Vivid alegres, activos y optimistas. Hablad poco y con sencillez. No habléis mal de nadie. Elogiad, estimulad y servid sin interés. Siempre tened para los demás un buen deseo y actuad con buena voluntad. No habléis de vosotros mismos, perdonad, adaptaos a todo y a todos. No maldigáis, no mintáis, no engañéis ni tergiverséis la verdad. Procurad ser pacientes y humildes. Haced en algo la felicidad de otros. Conceded la razón y no disputéis. Reconoced vuestros errores y limitaciones, no os creáis sabios ni poderosos, ni mejor que los demás. No humilléis, no acuséis, no dañéis ni subestiméis, ni censuréis la moral ajena. Sed sinceros, leales y agradecidos. No reveléis secretos, ni propios, ni ajenos. No ridiculicéis ni maltratéis. Aprended a mirar y sonreír como los niños. No pongáis asechanzas ni subyuguéis a los demás. No gritéis ni amenacéis. Utilizad vuestras manos solo para aliviar, enseñar y bendecir. No digáis todo lo que sabéis. Apreciad a los demás y cuanto hacen. No seáis avaros ni envidiosos. Actuad con serenidad y con decoro. No os metáis nunca en las vidas ajenas, aprended a respetar el libre albedrío de los demás sin juzgar ni condenar. No os envanezcáis en la prosperidad ni os dejéis abatir en la desgracia. Amad a vuestra esposa con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma y con todo vuestro espíritu. Sed fieles y entregaos siempre a realizar solo la voluntad del Padre Eterno”.
Tratemos de vivir de acuerdo a esta perfecta moral, que ejemplificó el maestro Jesús con su propia vida de entrega total y servicio al prójimo y en ese transitar cumplamos siempre los dos más grandes mandamientos del altísimo: “Amad a Dios por sobre todo y en todo” y “Amaos los unos a los otros como el Cristo os amó”, estando seguros de que, si así lo hacemos, alcanzaremos los logros espirituales reales más sublimes y elevados, convirtiéndonos en verdaderos hijos de Dios, tal como el gran Maestro lo hizo, demostrándonos el verdadero camino de la comunión con el Padre Universal.
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