Martes 19 de agosto de 2014

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¡Vaya qué pregunta! “Elemental, querido Watson”. Como el socio del famoso detective británico (Sherlock Holmes), puede uno equivocarse, aunque lo correcto esté a la vista. Por el estilo, cualquier vecino respondería: “naturalmente la escuela, el colegio, la Universidad”. Y no es muy cierto. Esas venerables instituciones suelen no tener tiempo para educar; algunas ni sospechan cómo sería el currículo formativo. Por lo menos no está explicitado en sus planes, ni es práctica programada en su vida institucional.
Pero entonces, si no educan, ¿qué hacen, de qué se ocupan? De instruir, “querido Watson”. Son centros de instrucción: ejercitan, adiestran, enseñan cómo se resuelve un problema de álgebra o dónde se encuentra Gaza. Pero la tarea de desarrollar el carácter (régimen de la voluntad disciplinada) no está en su agenda. Y es uno de los pilares básicos de la educación; flaquearía ésta sin aquella. Si el estilo es el hombre, decía hace tiempo Franz Tamayo, el carácter es la nación. Y dónde se manifiesta el carácter?. En las costumbres.
Se contraponen dos conceptos: Educación e instrucción. Con el avance de la ciencia y la técnica, se creyó un tiempo que la instrucción conducía intrínsecamente hacia los valores: la estrella polar de la educación. Luego, la investigación reveló que por lo menos es muy dudoso. La personalidad (concepto cualitativo) no siempre va en consonancia con la excelencia técnica. El término educación es mucho más amplio que el de instrucción. Se habla de aula sin muros y de escolaridad burocratizada. La reflexión crítica de Iván Ilich y Paulo Freyre es conocida.