Domingo 17 de agosto de 2014
ver hoy
¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...
Segunda y última parte
En este medio siglo postconciliar, durante el que los católicos se han visto inundados por el espectáculo de dudas, cuestionamientos, insurrecciones y finalmente, negaciones radicales, la conducta de la jerarquía eclesiástica en todos sus niveles (clerical parroquial, episcopal diocesano, colegiado estatal o continental, y supremo pontificio) ha puesto de manifiesto una sorprendente ‘doble medida’: mientras rechazaba drásticamente los cuestionamientos tradicionalistas del Vaticano II, buscaba la fórmula para permitir subsistir los cuestionamientos rupturistas de la fe, la doctrina y la disciplina católicas.
No se puede decir que los Pontífices no hayan condenado nunca a nadie por sus doctrinas falsas; pero se puede decir que con frecuencia lo han hecho con una actitud diferente: distinguiendo entre versiones aceptables y versiones inaceptables; demostrando una inacabable paciencia con quienes, desde sus cátedras, desde sus libros, desde los medios de comunicación, iban aclimatando y haciendo aceptables unas interpretaciones que desorientaban a los fieles católicos; buscando su reconciliación. A Hans Kueng, el teólogo de Alemania, en determinado momento se le ha prohibido enseñar en una facultad de teología católica; pero se le ha permitido seguir viviendo y actuando públicamente como sacerdote ‘católico’. Al brasileño Leonardo Boff se le ha sometido a varios juicios doctrinales vaticanos; pero han tenido que pasar lustros para que se le forzara a abandonar su condición de fraile franciscano y de sacerdote católico. Y quien dice Boff, puede decir Gustado Gutiérrez, Juan L. Segundo, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Pablo Richards y otras ‘estrellas’ menos estelares de la Teología de la Liberación latinoamericana (incluyendo en ella también a varios obispos, de los que por supuesto –que yo sepa– no se ha excomulgado a ninguno). Y se podrían mencionar docenas de teólogos y no teólogos (también teólogas y no teólogas) que desde 1965 hasta que han ido muriendo, con mini problemas o sin ellos, han podido hablar, escribir e influir en una dirección que favorecía la pérdida de los puntos de referencia de la doctrina católica. Y si esto ha sido así, ha sido porque la jerarquía lo ha tolerado, cuando no era ella misma la que por acción u omisión, navegaba en el mismo barco. Que también los ha habido, obispos que compartían, amparaban y favorecían la difusión y familiarización con opiniones y versiones sospechosas: por ejemplo, sobre la ‘aculturación’ de la fe cristiana; o sobre la administración irresponsable de algunos sacramentos; o sobre la tolerancia del abuso de instituciones católicas, como muchas universidades jesuíticas; o sobre la aceptación teórica y/o práctica del denominado ‘antropocentrismo cristiano’, impulsado teóricamente por K. Rahner, pero bendecido en la práctica por centenares de obispos del Tercer Mundo a nombre de la ‘caridad’, de la ‘misericordia’, de la ‘evangelización’, de la eficacia o de la credibilidad de la fe, etc.