La Virtud de la Esperanza contra el Nuevo Orden Mundial
17 ago 2014
Por: Augusto Espíndola
Mucho se ha escrito sobre las bondades de la globalización, del derribar fronteras. Sin embargo, estos eufemismos para establecer el Nuevo Orden Mundial, no tienen otro objetivo más que terminar con las patrias quitándoles sus almas y así la de sus habitantes. Se observa así con toda claridad que quienes tratan de imponer este paraíso socialista, son nada menos que los capitalistas, usando el subterfugio democrático del Sufragio Universal. Coincidimos en este punto con las palabras de la filósofa Ayn Rand al sostener: "No hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio". Y entre los propulsores de estas ideologías que no resisten un profundo y coherente análisis, observamos por ejemplo como la Revista Forbes ubica a Fidel Castro como el séptimo mandatario más rico del mundo. Nada que no se haya visto antes en los paradojales “paraísos comunistas y socialistas”.
Pero lo que me interesa señalar es la lucha más real y terrible que se da en la historia: la metafísica; esa la lucha entre el bien y el mal por el alma de los hombres. Y para Satanás, no hay herramienta más efectiva en esta batalla que el hacer del hombre un esclavo de sus sentidos que solamente busca la felicidad en lo terreno, en lo contingente. Y para conseguir la imposición de esta concepción antropocéntrica de la vida hay que quitar en el hombre el sentido de trascendencia, la esperanza en la eternidad compartida con Nuestro Creador, para suplantarla por un materialismo inmanentista que como señalaba con toda claridad S.S. Pío XI en su encíclica sobre el comunismo ateo, “Divini Redemptoris”; busca pseudoideales de justicia y de igualdad que llenos de cierto falso misticismo halagan a las masas con falsas promesas de redención. De ahí la importancia de combatir estas ideologías que llevan en última instancia al hombre a la desesperación y a la condenación eterna.
Hoy necesitamos más que nunca buscar el amor de Dios no basado en la experiencia inmediata que nos propone el mundo, sino en la fe. De lo contario, al ver tantos males, podríamos considerar que Dios nos abandonó a nuestra suerte, como se presenta en las concepciones deístas. Sin embargo San Pablo nos pone en la perspectiva adecuada al señalar: “…hemos sido salvados por la esperanza. Y no se dice que alguno tenga esperanza de aquellos que ya ve, pues lo que uno ya ve, ¿cómo lo podría esperar?
Para ilustrar el razonamiento adecuado ante estas posturas que pretenden deshumanizarnos, quitándonos nuestras esencias en nombre precisamente del “humanismo”, conviene recordar a Pascual Pastore, diputado democristiano que en la década del ’50, pidió la palabra en el parlamento italiano y dijo lo siguiente, increpando a los comunistas: “Yo siento hacia vosotros una particular atracción, porque sois más infelices puesto que carecéis de esperanza.
Permitidme este recuerdo: yo tenía diez hijos, la mayor que era toda mi ilusión, ha muerto y ha empleado cuatro años para morir. Cuatro años son tantos días, tantas horas, tantos minutos; pero yo espero verla nuevamente. Yo no hago otra cosa más que esperar, en apariencia yo ejerzo una profesión, trabajo, pero no es verdad, solo busco el cumplimiento de esta esperanza. Más cuando pienso que vuestra ciencia, que vuestra ideología dice, con seguridad absoluta y enseña, que entre los huesos de mi hija muerta que espera la resurrección de la carne y los de la carroña de un buey, no hay ninguna diferencia; que mi esperanza es una estúpida ilusión al servicio del capitalismo, ¡Ah, entonces os digo comunistas, mientras hallan hijos que mueran y padres que esperan, se rebelarán contra vosotros!
Vosotros tenéis de la vida individual y social, un concepto químico. He aquí la razón por la cual sois desgraciados. Los ácidos y las sales se combinan y de ello resulta una reacción dialéctica de la vida, donde no hay lugar para la esperanza. Así concebís vosotros todas las cosas, y aquí está la gran divergencia. Vosotros estáis ensayando, un “bleff” colosal; pretendéis hacer creer que vosotros estáis por los pobres y que nosotros estamos por los ricos, pero permitidme que os diga con todo el sentimiento y amargura posible, vosotros, no amáis ni a los pobres ni a los ricos, vosotros no amáis a nadie, porque vosotros no tenéis esperanza”.
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