Jueves 14 de agosto de 2014
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Esa frase la escribió Publio Terencio Africano, esclavo manumitido y autor de comedias de éxito en la Roma republicana, que puso en boca del personaje Cremes de su obra El enemigo de sí mismo, escrita en el año 165 antes de Cristo. Probablemente no haya otra que exprese con mayor contundencia e intensidad el significado profundo de la solidaridad, la justicia y la humanidad.
El fundamento más íntimo de los seres humanos radica en la necesidad que tenemos unos de otros, más allá de las necedades puritanas o calvinistas que pretenden lo contrario y se resumen en el lapidaria y falaz principio de que uno sólo debe cuidarse de sus propios asuntos y nada más. Porque no es cierto que haya asuntos propios, tan propios y personales, que sólo a uno mismo atañan. Incluso en algo tan común como viajar en automóvil, debemos confiar en que nadie que vaya en sentido contrario invada nuestro carril por accidente, estupidez o mala fe. Hasta ese punto dependemos unos de otros. Todo está enlazado, relacionado, vinculado, conectado y todos nos necesitamos. O no podríamos ser ni estar.