La muerte del brasileño Rubem Alves a los 80 años ha teñido de luto a la teología latinoamericana, y muy especialmente a la teología de la liberación, de la que fue uno de sus principales iniciadores, junto con otras grandes figuras como J. Comblin, J. Míguez Bonino, J. L. Segundo, G. Gutiérrez, S. Galilea, H. Assmann y L. Boff. Su tesis doctoral Hacia una teología de la liberación humana, defendida en 1968 y publicada un año después, causó un profundo impacto en el panorama filosófico, teológico y científico-social mundial.
La editorial Sígueme la publicó en 1973 bajo el título Cristianismo, ¿opio o liberación? con una presentación del teólogo Harvey Cox, autor de La ciudad secular, que empezaba de esta guisa: “¡Ojo con este libro, vosotros, los ideólogos, teólogos y teóricos del mundo opulento, del mundo denominado ‘desarrollado’! El tercer mundo de forzada pobreza, hambre, impotencia y creciente enojo ha encontrado una resonante voz teológica. Rubem Alves, protestante brasileño y brillante intelectual, habla con autoridad…”. A continuación Cox definía a Alves como un intelectual que sabía “combinar el corazón apasionado y comprometido del Tercer Mundo con una inteligencia refinada” y cuya mente “puede agrupar, como herencia, bajo un solo enfoque, las opiniones de Franz Fanon, Karl Marx, Jürgen Moltmann, Mario Savio, Karl Barth y Paul Lehmann, y enriquecerlos con las ideas de Esdras Costra y Paulo Freire”.
Alves se convirtió en referencia para una teoría crítica de la civilización actual y de la teología, así como en un crítico de la dictadura brasileña y del fundamentalismo de las iglesias cristianas. Por ambas críticas tuvo que pagar un doble precio: la persecución de la dictadura de su país que le obligó a exiliarse y la expulsión de la Iglesia Presbiteriana. Según L. Cervantes-Ortiz, “Alves salió del gueto de las iglesias para entrar en el terreno de la imaginación”.
Es la experiencia que hemos vivido teólogos y teólogas heterodoxos de nuestras iglesias, que nos han conducido por los caminos de una teología inclusiva, interreligiosa, intercultural, interétnica e interdisciplinar, que nos ha enriquecido humana y religiosamente y a la que nunca hubiéramos llegado si nos hubiéramos instalado en el regazo eclesiástico materno.
Alves incorpora a la teología en lenguaje del humanismo político, el de la esperanza; el de la libertad, anuncia un ser humano y una comunidad alternativos; el histórico, habla de los sufrimientos, gozos y esperanzas de los humanos; el secular y secularizado, que abandona la metafísica, “lo religioso” y los absolutos eclesiásticos y los históricos; el iconoclasta, subversivo y de la imaginación, que rechaza los hechos como límite, da nombre a las cosas ausentes, rompe el hechizo de las cosas presentes y abre caminos hacia el futuro.
Es el lenguaje de la esperanza, “el presentimiento de que la imaginación es más real que la realidad y que la realidad es menos real de lo que parece. La esperanza es la convicción de que la brutalidad que la oprime y la reprimen no han de tener la última palabra”.
Aplicó su propuesta del nuevo lenguaje en las diferentes disciplinas que cultivó con lucidez en sus análisis, sus críticas y sus alternativas. Compara la civilización actual, con la lógica del dinosaurio en su obra Hijos del mañana. Imaginación, creatividad y renacimiento cultural. El enorme reptil desapareció no porque fuera demasiado débil, sino por su excesiva fortaleza. Su poder resultó inútil ya que no fue capaz de adaptarse a los nuevos desafíos del ambiente. Nuestra civilización se precipita por los mismos derroteros de destrucción que el dinosaurio.
(*) Teólogo. Profesor de la Universidad Carlos III de Madrid
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