Prestos a celebrar 189 años de la existencia de Bolivia como tal, aunque con la duda de si esos años son de la República, del Estado plurinacional, de la “nación”, del país o de la llamada “independencia”. Sea lo que fuere, según el gusto y pensamiento de cada quien, lo cierto es que en estos días los actos cívicos proliferarán –ojalá también el buen civismo-, los discursos y palabras alusivas a la fecha estarán flotando por los aires y los desfiles tomarán las calles del país para mostrar el espíritu festivo –además de generar “trancaderas” por doquier-.
¡Qué bueno es alegrarse, hacer fiesta y celebrar el orgullo de sentirnos bolivianos y bolivianas! En estas fechas precisamos afianzar nuestra identidad, relucir lo mejor que somos y tenemos, alegrarnos porque ésta es nuestra patria y agradecer las posibilidades que encontramos de realizarnos como personas en medio de este contexto. Debemos congratularnos por los pequeños o grandes logros que conseguimos, no solos, sino junto con otros y otras que apuestan por Bolivia.
Ahora bien, los festejos no deben nublarnos la visión de la realidad y lo mucho que queda por hacer, lo mucho que hay que desterrar, transformar y crear. El país no será mejor porque en una borrachera del día patrio yo vea las cosas color de rosa, sino por el compromiso afectivo y efectivo que tenga con Bolivia.
Es justo reconocer los logros reales y patentes que el país ha conseguido, no sólo gracias al gobierno sino al concurso de ciudadanos y ciudadanas que cotidianamente dan su vida en lo que les toca hacer, con honestidad, profesionalismo, dedicación, entrega y sin buscar réditos económicos ni políticos. Sería abusivo que el gobierno considerase que todo lo bueno que hay en el país es gracias a su gestión, en desmedro de lo que el ciudadano de a pie aporta, más allá de la intención o la acción de los gobernantes.
El país seguramente ha mejorado en algunos aspectos (crecimiento económico de algunos sectores, recaudación de impuestos, políticas sociales y leyes a favor de poblaciones vulnerables, posicionamiento de imagen internacional, atención a poblaciones rurales, etc.) y no faltan los números en el informe presidencial para cuantificar los resultados, pero también tenemos que reconocer que ha empeorado en otros (inseguridad ciudadana, corrupción, inversiones extranjeras, libertad de expresión, acceso a la información pública, violencia contra la mujer, austeridad gubernamental, etc.). Lo mismo que los logros y fracasos no pueden ser atribuidos sólo al gobierno, tampoco puede el ciudadano (a) eximirse de la responsabilidad que le toca en medio de esta realidad.
El país que tenemos es el país que hacemos cada día; lo positivo y lo negativo depende de nosotros, como personas y como comunidad. Negar nuestra responsabilidad frente a lo que hacen mal los gobernantes significa no comprometernos con la democracia, pues ahí es donde se concreta nuestra participación ciudadana en democracia, no meramente en los actos electorales.
Los temas sociales, políticos, económicos, culturales no pueden estar dirigidos únicamente desde los gobernantes en sus diferentes niveles (local o nacional) ni por los supuestos representantes legisladores. Una democracia real en el denominado proceso de cambio debe imperativamente construirse con la participación, fiscalización y ejecución de la ciudadanía, sin exclusión de organizaciones, sectores o movimientos. Conflictos no faltarán pero desentenderse de ellos y delegarlos sólo a los políticos es un gravísimo error. Si queremos cambiar algo es nuestra tarea y responsabilidad, junto con los demás, no dejemos que nos roben el protagonismo ciudadano los oportunistas políticos, en esto se reconocerá la Bolivia que queremos.
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