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Domingo 03 de agosto de 2014

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Cultural El Duende

Jorge Ordenes Lavadenz

La adversidad en la novelística de Alcides Arguedas vívida y vigente

03 ago 2014

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Séptima de 10 partes

Desde ese punto de vista, la sociología de Arguedas es una digna continuación de la dualidad civilización y barbarie del argentino Domingo Faustino Sarmiento. Otro argentino, Eduardo Mallea, después de Arguedas, hará dicotomía afín con su dualidad de la Argentina visible (cholaje) y la Argentina invisible (no cholaje). He ahí una verdad de nuestra expresión en base a actitudes encontradas en un choque que nos continúa definiendo. Fuerzas en pugna procurando anularse en el vigor de una batalla constante que puede llamarse, en resumen ¡América!

Entendiendo el término cholo como lo hemos expuesto, podemos afirmar que la novelística de Alcides Arguedas podría interpretarse como un dechado de indios y de no-indios, y que los no-indios son, en su mayoría, cholos. Y este es precisamente, en última instancia, el propósito del autor: mostrar la actitud cholesca, y el acto dañino que afecta a Bolivia. Tratándose de seres humanos, su contenido es sociológico; mientras que su fondo es, repito, ético.

En las novelas de Arguedas, la actitud del no-indio está caracterizada por un acto de logomaquia desenfrenada que se sostiene mayormente en la ignorancia. El resultado tiende a ser la envidia como extroversión. El acto de la envidia a su vez propende a gestar una sensación de incomodidad, una actitud de desconfianza, frustración y amargura que conduce al fracaso. Este lleva a la soledad y al escapismo. El sadismo, la crueldad, los vicios, la dejadez, la delincuencia, el robo, la corrupción, etc., son actos que se manifiestan en cualquier instancia del proceso.

¿Es la envidia, como la ve Alcides Arguedas, solamente boliviana? ¡No! Pero india americana desde luego no es:

¿De Bolivia sólo? esa pintura me hace ver la vida de casi todas las sociedades provincianas. ¡Ah envidia! esta, ésta es la terrible plaga de nuestras sociedades, ésta es la íntima gangrena del alma española, y esta nuestra llaga de abolengo, hermana gemela de la ociosidad belicosa, se la transmitieron nuestros abuelos a los pueblos hispanoamericanos y en ellos ha florecido, con su flor de asafétida. (55)

Vistas así las cosas, la cantidad de filones de crítica de la novelística arguediana es inagotable, según lo hemos estudiado en el trato de Arguedas de los medios campestre y urbano. Su poder de expresión busca del símbolo que enriquezca el estilo de su prosa. Su inspiración exhala dolor al tener que escribir novelas en las que se muestra una Bolivia invertebrada, hostil consigo misma:

“La vida de estos dos seres era una perpetua discusión. Discutían por todo, sobre todo, en cualquier circunstancia, [y] motivo. Fuerte era ese espíritu de contradicción de ambos. Bastaba que Ramírez dijese que una cosa era blanca, para que Luján sostuviese que era negra. La simple afirmación de uno provocaba la negación de otro”. (56) “Sucede también ... que en Bolivia no hay memoria, cosa que viene a comprobar o patentizar la falta de cultura, porque un pueblo que lee no olvida, no puede olvidar, porque, de entre las cosas perecederas el libro es la menos fácil. Y es en los libros donde se perpetúan las acciones de los hombres, buenas y malas, casi por la eternidad”. (57)

Esta contextualización de Arguedas seguramente dio pie a que se criticase al autor por pensar y escribir verdades, ya que nadie puede negar la injusticia que el sector minoritario de “primer mundo” boliviano ha ejercido históricamente sobre el “tercer mundo” boliviano. Lo peor es que hay resabios que perduran; de ahí la vigencia mensaje social arguediano. Desde el personaje Pantoja hasta Melgarejo y Rodríguez, hay una constante destructiva cuyo origen se pierde en el subconsciente del cholo. De allí la soledad del boliviano idóneo, del escapismo de Villarino, de Ramírez, y de tantos otros no-indios. De allí también la angustia y el deseo de que Bolivia llegue a respirar otros aires, en novelistas como Armando Chirveches, Carlos Medinaceli, Oscar Cerruto, Augusto Céspedes, y otros.

Su vida fue un renunciamiento absoluto de las pompas y los honores. ¡Vaya usted a creer que la menguada, ayuda de cargo diplomático fuera un todo para él! no, señor. Impagable ha sido su heroísmo de estudiante y de estudioso en cuanto le vimos construir una montaña inmensa de aseveraciones y evidencias que se infiltrarán por los siglos de los siglos, en el alma de las generaciones.(58)

A la poca crítica pro arguediana en Bolivia hay que añadir la crítica internacional que se muestra más reconocedora del sitial que corresponde a Arguedas: “[Arguedas] se da cuenta que [los indios] son la parte sufrida de la nación, mártires hacia dos frentes: el de los hombres y el de la naturaleza”. Raza de bronce, su obra más valiosa y difundida: “Enlazándose con partes descriptiva bien elaboradas, semblanzas ... se desenvuelve teniendo por ambiente la vida del indígena atropellado por los blancos, con caracteres de buena novela social.(60)

Según Arguedas, el temperamento no-indio desconoce el recato y la franqueza. Ramírez, víctima del “qué dirán”, es desterrado de la ciudad. Mientras el personaje Luján opina: “Esta tierra es incapaz de producir santos y mucho menos mártires; con nosotros vienen ahora muchos virtuosos; Pedrosa, por ejemplo. Hizo una estafa, y como su padre era ministro y la estafa era contra el estado, se dijo que era viveza de hombre práctico. Y nuestros virtuosos son de esa laya”.(61)

Duros conflictos sufre también Carlos Ramírez. Cabe destacar aquí que el desencanto de Ramírez es el desencanto de Alcides Arguedas. “Ramírez, figura autobiográfica... participa de las melancolías y desencantos de su progenitor literario”.(62) Con esta opinión queda clara la participación de Arguedas en sus personajes; aunque la mayoría sean tipos que él socava y hasta repugna, como la actitud de Suárez, en Raza de bronce; Ramírez, en Vida Criolla; y Villarino en Pisagua. Estos representan al autor; es decir, en ellos hay mucho de Arguedas. Los demás personajes se mueven tipificando males sociales del segmento no-indio de la población. Pantoja es el arquetipo del cholo opresor que preserva a la fuerza su heredada fortuna. Troche, el indio acholado, –ya que también hay indios no-cholos o decentes– representa un nexo entre Pantoja y el indio abusado.

Vida criolla ofrece una galería de tipos cholescos, como Guilarte, el tinterillo completo; Pedrosa, el galeno de carachas; Emilio Luján, el politiquilla barato; Justo Aranda, el magistrado don nadie; Rodríguez, el proxeneta por excelencia; Barrientos, el músico de chichería; Olaguibel, el petardista; y, entre las mujeres al cual más emperifolladas y cursis, cuyas funciones sociales la convierte en petimetras picariles, feligresas del rondó a punta de agua y tequiche: la vieja doña Juana, madre de Elena, roñosa y idiota; la solterona Carlota Quiroz, indeseable y mala como el cólera; y Elenita, la mosca muerta. He ahí el cuadro humano arguediano.

Porque, mis amigos, yo, antes que nada, soy boliviano. Todo lo quisiera sano, grande y fuerte en mi patria. El mérito de mi libro [Pueblo enfermo, aunque se puede referir a toda su obra], si tiene alguno, estriba en esto sólo: encerrar un fervoroso amor por la tierra y ser el primero y el único que se escribió con un plan y un todo de razonamiento lógico para explicar las causas de nuestro estancamiento en las rutas del progreso.(63)

Pero veamos al hombre Arguediano por dentro.

55. Miguel de Unamuno, “La envidia hispánica”, Mi religión y otros ensayos, oe IV p. 419.

56. Vida criolla, p. 98.

57. La danza de las sombras, p. 1019.

58. El ateneo de los muertos, p. 21.

59. Rudolff Grossman, Historia y problemas de la literatura hispanoamericana (Madrid: Revista de Occidente, 1972), p. 421.

60. Raymundo Lazo, Historia de la literatura hispanoamericana (México: Purrúa, S.A., 1967), p. 163.

61. Vida criolla, p. 95.

62. Literatura boliviana, p. 277.

63. Vida criolla, 640.

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