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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Manuel María Pinto - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Manuel María Pinto. La Paz, 1872 – Argentina, 1942. Poeta e historiador. Ha escrito en poesía: Acuarelas (1893); Palabras (1898) ; Viridario (1900). En Historia: El conflicto del Pacífico (1918) y La revolución de la Intendencia de La Paz (1942).
Hondamente influenciado por la literatura del albor modernista, este poeta, participa de las extravagancias de su época al par que de la robusta brillantez de su parnasianismo siempre nuevo. Es autor de “Viridario”.
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Quia Sunt
Son Ellos, llegan fatigados, llegan
de las opuestas playas. Y en acentos
lúgubremente extraños nos entregan
himnos que vuelan a los cuatro vientos.
Con las alas abiertas peregrinan
las zonas, como cóndores erráneos,
y riegan las semillas que germinan
bajo el arco de triunfo de los cráneos.
Es tiempo. La simiente reverbera,
anida muchos soles en su seno,
y se extiende feraz la amplia pradera
con su pulmón exuberante y pleno.
Cosechan ¿es el Indus que recoge
la sazonada mies? – ¿Es que la planta
derrama el fruto dentro el limpio troje –
(cerebro secular como arca santa)?
Escucha: ¿Son los ecos del abismo
que desespera con clamor profundo
cuando, bajo el siniestro cataclismo,
crujen todas las vértebras del mundo?
¿Son acaso los perros de la fata
Morgana; de los antros corroídos
que en el cielo sin luz del Mahabarata
amedrentan con lúgubres aullidos?
¿O es acaso ese gran diamante lucio
cuya uniface como hornalla brilla
cuando al son de sus cánticos Confucio
amamanta la ergástula amarilla?
Es que en el Sinaí las tablas labra
Moisés. Es que derrama de su ubre
leche la vaca egipcia. Y la palabra
ideales Atlántidas descubre.
Es que Dios a las glebas miserables
dormidas en sus místicos beleños,
les enseñó los mundos inefables,
los mundos encantados de los Sueños.
Y tuvieron sus ritmos las montañas,
y tuvieron sus cánticos los ríos:
la tierra en sus prolíficas entrañas
cantó al sol con la flor de sus estíos.
Y los hombres crearon sus altares
e hicieron de los símbolos ideas
del estrépito ronco de los mares
el himno colosal de las mareas.
E hicieron de sus lenguas atalayas;
de sus roncas gargantas grandes faros,
e hicieron emerger las flores gayas
en los desnudos mármoles de Paros.
Y al Bosque secular le abrieron brechas
al dulce son de cítaras ufanas:
con florido carcaj lleno de flechas,
recorrió el bosque la inmortal Diana.
Y alumbró los cerebros en su pleno
fulgor el Arte –padre de las Gracias–
canto a la luz el Partenón sereno,
la sacra luz que amaneciera en Asia.
Emigraron los Dioses y los Mitos.
Los tiempos florecieron como brotes
de extraña Flora: E inventaron ritos
los geniales Poetas-Sacerdotes.
A los ojos se abrieron los benignos
secretos; y las cosas en su idioma,
en la rara liturgia de los signos,
dijeron del amor de la paloma.
Del amor que florece en primavera,
del amor que se abisma en el abismo,
del amor secular que unce a la fiera,
y del amor de Todo, de Dios mismo.
En la boca inspirada fue cauterio
la palabra. Y contrajo nupcias sacras
en el bendito templo del misterio,
con los cielos, las flores y las lacras.
Y dijo en los hexámetros de Homero
(pirámide soberbia, eterna y fuerte),
la luchas del amor de Aquel guerrero
que lucha cara a cara con la Muerte.
Con las alas abiertas peregrinan
las zonas, como cóndores erráneos,
y riegan las semillas que germinan
bajo el arca de triunfo de los cráneos.
Como una sombra gigantesca asoma
por el cielo. Destacan sus siluetas
las victoriosas águilas de Roma
ungidas por la luz de sus poetas.
Cantan la loba que nutriera el Lacio:
Ovidio con sus églogas de exilio;
con sus vibrantes dáctilos Horacio,
con sus visiones místicas Virgilio.
Y antes que baje de su solio Roma,
mientras roen los bárbaros sus muros:
bañada en termas de inmortal aroma
hace surgir el arte a su conjuro.
Y ritman los poetas ARGENTEOS,
los grandes bardos de la edad de plata,
evocando los rojas Himeneos
de las Gracias, cantando el alma oblata.
Pasan siglos. Envuelta en el misterio
de los oscuros tiempos medioevales;
surge en la soledad del monasterio
y alumbra como un sol las catedrales.
Paloma que trayéndonos la oliva,
Arrulló en las basílicas de piedra,
Y puso sobre el marco de la ojiva
Junto al acantho la impasible hiedra.
Y como un gran poema de granito,
como una catedral soberbia: El Dante
en su visión genial del infinito
construyó la pirámide gigante.
Son Ellos. Llegan fatigados, llegan
de las opuestas playas, y en acentos
lúgubremente extraños, nos entregan
himnos que vuelan a los cuatro vientos.
¡Hosanna al hombre que la idea labra!
¡Salve a la magna y nutridora urbe!
¡Coronemos de mirto a la palabra
que ideales Atlántidas descubre!
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