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Domingo 03 de agosto de 2014

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Cultural El Duende

Manuel María Pinto

03 ago 2014

Manuel María Pinto. La Paz, 1872 – Argentina, 1942. Poeta e historiador. Ha escrito en poesía: Acuarelas (1893); Palabras (1898) ; Viridario (1900). En Historia: El conflicto del Pacífico (1918) y La revolución de la Intendencia de La Paz (1942). Hondamente influenciado por la literatura del albor modernista, este poeta, participa de las extravagancias de su época al par que de la robusta brillantez de su parnasianismo siempre nuevo. Es autor de “Viridario”.

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Quia Sunt

Son Ellos, llegan fatigados, llegan

de las opuestas playas. Y en acentos

lúgubremente extraños nos entregan

himnos que vuelan a los cuatro vientos.

Con las alas abiertas peregrinan

las zonas, como cóndores erráneos,

y riegan las semillas que germinan

bajo el arco de triunfo de los cráneos.

Es tiempo. La simiente reverbera,

anida muchos soles en su seno,

y se extiende feraz la amplia pradera

con su pulmón exuberante y pleno.

Cosechan ¿es el Indus que recoge

la sazonada mies? – ¿Es que la planta

derrama el fruto dentro el limpio troje –

(cerebro secular como arca santa)?

Escucha: ¿Son los ecos del abismo

que desespera con clamor profundo

cuando, bajo el siniestro cataclismo,

crujen todas las vértebras del mundo?

¿Son acaso los perros de la fata

Morgana; de los antros corroídos

que en el cielo sin luz del Mahabarata

amedrentan con lúgubres aullidos?

¿O es acaso ese gran diamante lucio

cuya uniface como hornalla brilla

cuando al son de sus cánticos Confucio

amamanta la ergástula amarilla?

Es que en el Sinaí las tablas labra

Moisés. Es que derrama de su ubre

leche la vaca egipcia. Y la palabra

ideales Atlántidas descubre.

Es que Dios a las glebas miserables

dormidas en sus místicos beleños,

les enseñó los mundos inefables,

los mundos encantados de los Sueños.

Y tuvieron sus ritmos las montañas,

y tuvieron sus cánticos los ríos:

la tierra en sus prolíficas entrañas

cantó al sol con la flor de sus estíos.

Y los hombres crearon sus altares

e hicieron de los símbolos ideas

del estrépito ronco de los mares

el himno colosal de las mareas.

E hicieron de sus lenguas atalayas;

de sus roncas gargantas grandes faros,

e hicieron emerger las flores gayas

en los desnudos mármoles de Paros.

Y al Bosque secular le abrieron brechas

al dulce son de cítaras ufanas:

con florido carcaj lleno de flechas,

recorrió el bosque la inmortal Diana.

Y alumbró los cerebros en su pleno

fulgor el Arte –padre de las Gracias–

canto a la luz el Partenón sereno,

la sacra luz que amaneciera en Asia.

Emigraron los Dioses y los Mitos.

Los tiempos florecieron como brotes

de extraña Flora: E inventaron ritos

los geniales Poetas-Sacerdotes.

A los ojos se abrieron los benignos

secretos; y las cosas en su idioma,

en la rara liturgia de los signos,

dijeron del amor de la paloma.

Del amor que florece en primavera,

del amor que se abisma en el abismo,

del amor secular que unce a la fiera,

y del amor de Todo, de Dios mismo.

En la boca inspirada fue cauterio

la palabra. Y contrajo nupcias sacras

en el bendito templo del misterio,

con los cielos, las flores y las lacras.

Y dijo en los hexámetros de Homero

(pirámide soberbia, eterna y fuerte),

la luchas del amor de Aquel guerrero

que lucha cara a cara con la Muerte.

Con las alas abiertas peregrinan

las zonas, como cóndores erráneos,

y riegan las semillas que germinan

bajo el arca de triunfo de los cráneos.

Como una sombra gigantesca asoma

por el cielo. Destacan sus siluetas

las victoriosas águilas de Roma

ungidas por la luz de sus poetas.

Cantan la loba que nutriera el Lacio:

Ovidio con sus églogas de exilio;

con sus vibrantes dáctilos Horacio,

con sus visiones místicas Virgilio.

Y antes que baje de su solio Roma,

mientras roen los bárbaros sus muros:

bañada en termas de inmortal aroma

hace surgir el arte a su conjuro.

Y ritman los poetas ARGENTEOS,

los grandes bardos de la edad de plata,

evocando los rojas Himeneos

de las Gracias, cantando el alma oblata.

Pasan siglos. Envuelta en el misterio

de los oscuros tiempos medioevales;

surge en la soledad del monasterio

y alumbra como un sol las catedrales.

Paloma que trayéndonos la oliva,

Arrulló en las basílicas de piedra,

Y puso sobre el marco de la ojiva

Junto al acantho la impasible hiedra.

Y como un gran poema de granito,

como una catedral soberbia: El Dante

en su visión genial del infinito

construyó la pirámide gigante.

Son Ellos. Llegan fatigados, llegan

de las opuestas playas, y en acentos

lúgubremente extraños, nos entregan

himnos que vuelan a los cuatro vientos.

¡Hosanna al hombre que la idea labra!

¡Salve a la magna y nutridora urbe!

¡Coronemos de mirto a la palabra

que ideales Atlántidas descubre!

Para tus amigos: