Domingo 03 de agosto de 2014
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El Calientalágrimas va todos los días al cine. No es necesario que den algo nuevo, también lo atraen las películas viejas, lo importante es que cumplan su objetivo y le arranquen copiosas lágrimas. Se sienta entonces en la oscuridad sin ser visto por nadie y espera la consumación. El mundo es frío y despiadado y si no fuera por la humedad caliente que siente en sus mejillas, no valdría la pena vivir. Tan pronto las lágrimas empiezan a correr, se siente bien, está muy tranquilo y se queda quieto, teniendo cuidado de no ir a secar ninguna con el pañuelo, cada lágrima debe rendir hasta el último resto de calor y si lograra llegar hasta lo boca o hasta la barbilla, o si alcanza a recorrer el cuello o fluir sobre su pecho, él la toma con agradecido recogimiento y solo se levanta después de un generoso baño.
Al Calientalágrimas no siempre le fue tan bien, hubo épocas en que estuvo sometido a sus propias desgracias y cuando estas no llegaban y se hacían esperar, creía congelarse. Vagaba inseguro por la vida de un lado para otro, en busca de una pérdida, de un dolor, de una pena irreparable. Pero no siempre se muere la gente cuando uno quiere estar triste, la mayor parte tiene su vida tenaz y porfía. Pasaba que caía presa de un suceso conmovedor y su cuerpo empezaba a relajarse satisfecho. Pero luego –cuando creía que lo había alcanzado–, luego nada pasaba, había perdido mucho tiempo, y tenía que buscar una nueva oportunidad y debía empezar a esperar de nuevo.