El annus horribilis de 1517 “marca la fecha de la división de la Europa cristiana: en eso radica el significado esencial del siglo XVI –dice el P. José de Sainte Marie-, la afirmación del hombre, la ruptura entre el cielo y la tierra por la negación de las mediaciones que los unan, Cristo, María y primero que todo la Iglesia. Tal es el comienzo de la rebelión de los tiempos modernos contra Dios”, y nos invita a tomar en consideración estas fechas: “1517: la rebelión de Lutero; 1717: la fundación de la Francmasonería; 1917: el nacimiento del Bolchevismo y la respuesta de Dios a través del Inmaculado Corazón de María (Fátima, 1917)”.
El Papa Pío IX en la Singulari quadam, desarrolló el axioma Extra Ecclesiam nulla salus («Fuera de la Iglesia no hay salvación»), (23-XII-1854), el mismo Pontífice condenó en la encíclica “Quanta Cura” y en el “Syllabus”, la libertad religiosa según el enfoque liberal y masónico de la Revolución Francesa, que conduce al indiferentismo, la igualdad de todas las religiones, y la igualdad moral del hombre para elegir la religión que quiera.
El magisterio pontificio sucesivo confirmó el principio del Extra Ecclesiam nulla salus: “¿Puede alguien salvarse fuera de la Iglesia Católica Apostólica Romana? - No, señor; fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia".
¿Cómo, pues se salvaron los antiguos patriarcas y profetas y todos los otros justos del Antiguo Testamento? - Todos los justos del Antiguo Testamento se salvaron en virtud de la fe que tenían en Cristo futuro, mediante la cual, ya pertenecían espiritualmente a ésta Iglesia" (Catecismo de San Pío X, nº 170).
Pío XII recogiendo la doctrina precedente: que todos los cristianos estamos llamados a restaurar ciertamente la unidad, pero sobre la única Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo sobre Pedro, firmó la Instructio de motione oecumenica (20-XII-1949), que establece esas bases de verdadero ecumenismo.
El Papa Pío XI, en su carta encíclica Mortalium animos, afirma que ese espíritu ecuménico que busca la unión sobre la base de características comunes y no hacia la Única Iglesia fundada por Cristo “es un resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo”.
Llegado el Concilio Vaticano II -al que fueron convocados como observadores representantes de iglesias y confesiones cristianas no católicas- aunque el magisterio pontificio (previo a la verificación del Vaticano II), había rechazado esas tentativas pseudo ecuménicas, uno de los propósitos principales del mismo, fue restaurar la unidad entre todos los cristianos (cf. Unitatis redintegratio, n. 1). La constitución Lumen Gentium dice que los cristianos no católicos están en un estado de comunión incompleta con la Iglesia Católica (cf. n. 15), pero que en ella subsiste la Iglesia de Cristo (cf. n. 8), de igual forma la declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa enseña que la “única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica” (n. 1).
Con la expresión “subsitit in”, el Vaticano II, amalgamó “dos afirmaciones doctrinales: por un lado que la Iglesia de Cristo, no obstante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia católica, y por otro lado que «fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad», ya sea en las Iglesias que en las Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica. Sin embargo, respecto a estas últimas, es necesario afirmar que su eficacia “deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue confiada a la Iglesia católica”... Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él» (Dominus Iesus, 16, 17).
Como consecuencia de que el magisterio conciliar de la Unitatis redintegratio abandonó el reditus de los separados hacia la Iglesia Católica, en una visión paritaria de todas ellas, en el que por lo tanto el catolicismo ya no tiene el carácter preeminente ni exclusivo, el neo ecumenismo no busca el retorno de los separados, sino, la convergencia de todas las confesiones cristianas al punto común del Cristo total. Se trata entonces de una desconstrucción de la doctrina y del dogma, que se expresa en la ambigüedad de la postura conciliar, que el modernismo llama “evolución”.
La rebelión “en estos últimos siglos trató de realizar la disgregación intelectual, moral y social de la unidad del organismo misterioso de Cristo. Quiso la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un ´enemigo´ que se volvió cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que todavía sorprende: ¡Cristo sí, Iglesia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente el grito impío: ¡Dios ha muerto! y hasta ¡Dios jamás existió!” (Discurso a la Acción Católica Italiana, Pío XII, 12-10-1952).
Profética la doctrina del pontífice Pacelli, la rebelión devino en “¡Religión sí, Dios no!”, y últimamente en “¡Sacro sí, religión no!”. Un ecumenismo falsificado ni más ni menos.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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