Esa impresión nos causa el haber recurrido a La Haya después de una cadena de erráticos como infructuosos intentos de arrancarle una respuesta positiva a Chile: “Un cazador al frente de una fiera; no puede fallar el último disparo de su arma”.
Cuando se descubrió que la agenda de los 13 puntos era un engaño, se decidió – por impulso emocional más que por razonamiento meditado – demandar al usurpador ante el máximo tribunal internacional de justicia, en busca de justicia. Tras la frustración del diálogo bilateral y la “diplomacia de los pueblos” (pura demagogia), se pasó la posta a los abogados. Ahora es escrito contra escrito; legajo contra legajo. (Por lo que se requiere tanta gente para llevar, debe ser muy pesado el nuestro). ¡Total, ahora estamos en la guerra de los papeles!
¿Qué saldrá de La Haya? Esta es la incógnita crucial, apostada a las contingencias de una perspectiva incierta. ¿Ganará alguna vez el débil que tiene razón, y no el fuerte sin tenerla? No se sabe. Todo puede ser. Es también un desafío para el Tribunal. Pero mientras dure el pleito, es mejor esperar el resultado sin alharacas ni bravuconadas retóricas: más bien con señorío y dignidad. Los escuderos del Palacio Quemado, esos que leyeron en la “agenda” lo que no nunca estaba escrito: “soberanía”, se empeñan ahora en pintar a un Chile que tiembla ante la arremetida jurídica de Bolivia. No hay que desdeñar nunca al enemigo. ¿No saben eso?
Detrás del contencioso alegato de ida y vuelta, hay sin duda una intrincada maraña de cosas, como en todo pleito. Pero para el ciudadano de a pie como el suscrito, el viejo problema tiene aristas archiconocidas; no hay dónde perderse, como diría mi vecino en la esquina. A estas alturas está claro que nos respalda todo: la razón, la justicia, el derecho, la historia. Sólo una cosa nos falta, aquella con que nos arrebató Chile nuestro mar, y con la que retiene abusivamente: la fuerza. De tenerla, hace rato hubiera vuelto Bolivia por su cuenta al Pacífico, devolviéndole a Koenig su atrabiliaria consigna: “La victoria es la ley suprema de las naciones”.
Del susodicho Tribunal sólo es posible esperar dos alternativas: Si acepta la impugnación de Chile, ahí acabaría el pleito; archivo de obrados, etc. Salvo error u omisión. Que si no, entonces esperaríamos que se conmine al demandado a que dialogue con Bolivia sobre el mar, pero con soberanía, y de “buena fe”. Sin embargo, con el antecedente de que no le reconoce competencia, ¿Chile acataría el fallo del Tribunal? Esta es la cosa. Ante esta eventualidad, tanto Chile como Bolivia se enfrentarían dramáticamente al asunto de fondo: ¿Por dónde la salida?
Nuestros “expertos” siempre soslayan la respuesta a esa pregunta. Por qué no nos dicen de una vez, ¿cuál es la expectativa de Bolivia? En un caso dado, qué plantearían: ¿que se escinda el territorio chileno para abrirnos paso a través del que antes fue nuestro o se pensaría nuevamente en el corredor al norte de Arica? La demanda de Bolivia no puede seguir siendo un tiro al aire; es tiempo de definir las cosas con claridad. Para saber si hemos tomado el camino correcto, es preciso saber hacia dónde apuntamos. El fracaso de Charaña nos despejó muchas dudas; por ejemplo, que no hay corredor sin consentimiento del Perú; no lo dejemos otra vez sin vela en este “entierro” al legítimo dueño.
(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia
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