José Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda Delgado. España, 25 de marzo de 1808 - 23 de mayo de 1842. Célebre poeta de la época del Romanticismo español.
Ha escrito “El Pelayo” (poema histórico – inacabado); “Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar” (novela histórica); El pastor Clasiquino (1835); “Poesías” (1840) cuya temática abarca el placer, la libertad, el amor, el desengaño, la muerte, la patria, la tristeza, la duda, la protesta social.
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Despedida del patriota griego de la hija del apóstata
Era la noche: en la mitad del cielo
su luz rayaba la argentada luna,
y otra luz más amable destellaba
de sus llorosos ojos la hermosura.
Allí en la triste soledad se hallaron
su amante y ella con mortal angustia,
y su voz en amarga despedida
por vez postrera la infeliz escucha.
Determinado está; sí, mi sentencia
para siempre selló la suerte injusta,
y cuando allá la eternidad sombría
este momento en sus abismos hunda.
¡Ojalá para siempre que el olvido,
suavizando el rigor de la fortuna,
la imagen ¡ay! de las pasadas glorias
bajo sus alas lóbregas encubra!
¿Por qué al nacer crueles me arrancaron
del seno de mi madre moribunda
y salvo he sido de mortales riesgos
para vivir penando en amargura?
¿Por qué yo fui por mi fatal destino
unido a ti desde la tierna cuna?
¿Por qué nos hizo iguales en riqueza
y en linaje también mi desventura?
¿Por qué mi infancia en inocentes juegos
brilló contigo, y con delicia mutua
ambos tejimos el infausto lazo
que nuestras almas míseras anuda?
¡Ah! para siempre adiós: vano es ahora
acariciar memorias de ventura;
voló ya la ilusión de la esperanza,
y es vano amar sin esperanza alguna.
¿Qué puede el infeliz contra el destino?
¿Qué ruegos moverán, qué desventuras
el bajo pecho de tu infame padre?
Infame, sí, que al despotismo jura.
Vil sumisión, y en sórdida avaricia
vende su patria a las riquezas turcas.
Él apellida sacrosantas leyes
el capricho de un déspota; él nos juzga.
De rebeldes doquier: su voz comprada
culpa a su patria y al tirano adula:
Él nos ordena ante el sultán odioso
humilde miedo y obediencia muda.
Mas no, que el alma de la Grecia existe;
santo furor su corazón circunda,
que ávido se hartará de sangre hirviente,
que nuevo ardor le infundirá bravura.
No ya el tirano mandará en nosotros:
tristes ruinas, áridas llanuras,
cadáveres no más serán su imperio:
será solo el señor de nuestras tumbas.
Ya osan ser libres los armados brazos
y ya rompen la bárbara coyunda
y con júbilo a ti, todos ¡oh muerte!
y a ti, divina libertad, saludan.
Gritos de triunfo, sacudido el viento
hará que al éter resonando suban,
o eterna muerte cubrirá a la Grecia
en noche infanda y soledad profunda.
Ese altivo monarca, que embriagado
yace en perfumes y lascivia impura,
despechado sabrá que no hay cadena
que la mano de un libre no destruya.
Con rabia oirá de libertad el grito
sonar tremendo en la obstinada lucha,
y con miedo y horror su sed de sangre
torrentes hartarán de sangre turca.
Y tu padre también, si ora impudente
so el poder del Islam su patria insulta,
pronto verá cuán formidable espada
blande en la lid la libertad sañuda.
Marcha y dile por mí que hay mil valientes,
y yo uno de ellos, que animosos juran
morir cual héroes o romper el cetro
a cuya sombra el pérfido escuda.
Que aunque marcados con la vil cadena,
no han sido esclavas nuestras almas nunca,
que el heredado ardor de nuestros padres
las hacer hervir aun: que nuestra furia
nos labrará, lidiando, en cada golpe
triunfo seguro o noble sepultura.
Dile que sólo en baja servidumbre
puede vivir un alma cual la suya,
El alma de un apóstata que indigno
llega sus labios a la mano impura,
que de caliente sangre reteñida,
nuevos destrozos a su patria anuncia.
Perdóname, infeliz, si mis palabras
rudas ofenden tu filial ternura.
es verdad: tu padre un tiempo
mi amigo se llamó, y ¡ojalá nunca
pasado hubieran tan dichosos días!
¡Yo no llamara injusta a la fortuna!
¡Cómo entonces mi mano enjugaría
las lágrimas que viertes de amargura!
Tu padre ¡oh Dios! como engañoso amigo
cuando la Grecia la servil coyunda
intrépida rompió, cuando mi pecho
respiraba gozoso el aura pura.
De la alma libertad, pensó el inicuo
seducirme tal vez con tu hermosura,
y en premio vil me prometió tu mano
si ser secuaz de su traición inmunda,
y desolar mi patria le ofrecía.
¡Esclavo yo de la insolente turba
de esclavos del sultán! Antes del cielo
mis yertos miembros insepultos cubra,
que goce yo de ignominiosa vida
ni en el seno feliz de tu dulzura.
¡Ah! Para siempre adiós: la infausta suerte
que el lazo rompe que las alma junta
y va a arrancar tu corazón del mío,
tan solo ahora una esperanza endulza,.
Yo te hallaré donde perpetuos dichas
las almas de los ángeles disfrutan.
¡Ah! Para siempre adiós…
tente… un momento
un beso nada más… es de amargura…
es el último ¡oh Dios!... mi sangre hiela…
¡Ah! Los martirios del infierno nunca
igualaron mi pena y mi agonía.
¡Terminara la muerte aquí mi angustia,
y aún muriera feliz! ¡mis ojos quema
una lágrima! ¡oh Dios! ¡Y tú la enjugas!
¡Quién resistir podrá! –Basta, la hora
se acerca ya que mi partida anuncia.
¡Ojalá para siempre que el olvido
Suavizando el rigor de la fortuna,
la imagen ¡ay! de las pasadas glorias
bajo sus alas lóbregas encubra!
Dice, y se alejan: a esperar consuelo
la hija del Apóstata en la tumba;
él batallando pereció en las lides,
y ella víctima fue de su amargura.
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