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Domingo 20 de julio de 2014

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Cultural El Duende

“No puedo más con la mano, no sé escribir” El gran comunicador Simón Bolívar

20 jul 2014

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Comunicación escrita

La espada y la pluma eran inseparables para el Libertador.

En su épico peregrinar por América para cumplir su juramento libertario no iba acompañado solamente por hombres de armas, también marchaban siempre con él unos cuantos hombres de letras; escribientes, no escritores, pero indispensable y valiosos auxiliares de comunicación. Si sus secretarios cuidaban con celo de cartas, de documentos y de la campaña y de una biblioteca escasa pero infaltable, sus tipógrafos no perdían de vista las mulas que cargaban la pequeña imprenta para editar bandos, volantes y boletines. Y, de pueblo en pueblo, estafetas a galope llevaban y traían –cual lo hicieran sus antecesores, los “chasquis”– los mensajes que Simón Bolívar cruzaba frecuentemente con múltiples interlocutores en diversos lugares. “Hasta su campamento, siempre errante –indica Albarracín (1983: ii)– llega regularmente el correo de las grandes potencias, la visita de sus agentes confidenciales, las personalidades relevantes de la época, los mayores personajes de la revolución americana, mientras de su tienda de campaña van saliendo instrucciones, directivas, correspondencia diplomática, militar y familiar”.

Cómo escribía

Bolívar pensaba con extraordinaria celeridad y se expresaba con caudalosa facilidad en lo oral. Pero escribía mal y poco de puño y letras. En su tiempo el instrumento para la escritura era la pluma de ave y aparentemente él no tenía paciencia ni pericia para escribir con ella más que lo muy breve e indispensable; además deploraba su mala letra. Por tanto, dictaba a escribanos y lo hacía con fluidez y precisión.

Le costaba molestia tener que escribir en persona aun sus cartas íntimas; en una a Manuelita Saenz le decía: “No puedo más con la mano, no sé escribir”. Desde Lima expresaba algo semejante en 1827 al general venezolano Urdaneta y se quejaba de sus auxiliares: “Cada instante tengo que buscar nuevo amanuense y que sufrir con ellos las más furiosas rabietas, por lo que me es imposible tener correspondencia con nadie…” Exagerado a veces, impaciente casi siempre, Bolívar quizás exigía demasiado de esos colaboradores pues solía dictarles mucho y muy rápidamente. “Martel está más torpe que nunca”, dictó alguna vez al propio amanuense Martel. Uno de sus oficiales afirmaba que el Libertador en ocasiones dictaba a más de uno a la vez, acaso hasta cinco. Otras veces alternaba el dictado con lecturas de párrafos de libros, mientras caminaba por el recinto o, inclusive, lo hacía batiéndose desde una hamaca mientras tarareaba alguna tonada. Se cuenta que alguna vez hasta interrumpió momentáneamente un dictado para ir a un baile y, al volver de éste, retomó el hilo hasta terminar.

Un oficial británico que fue llevado una vez a presencia de Bolívar en la alcoba de éste relató que lo encontró meciéndose “en una de las grandes camas sudamericanas que están colgadas del techo” mientras dictaba a su edecán O’Leary, sentado en el suelo, alternando ello con el silbido de una marcha francesa. Interrumpió su tarea para saludarlo efusivamente, lo que turbó mucho al militar extranjero pues el Libertador, sofocado por el calor, ¡estaba totalmente desnudo!

Bolívar dictaba prácticamente todos los días, en diversas circunstancias, y a menudo por varias horas al día. Lecuna (1983:297) señala que todas las comunicaciones del Libertador se transcribían en papel grande llamado ‘florete’, en formato de carta para la correspondencia personal y de oficio para los demás. “Cuando requería toda su atención –anota Fombona (1973: xxxvii)– se paseaba los brazos cruzados. O las manos en las solapas, y solía apoyar el dedo pulgar de la diestra sobre el labio superior, bajo la nariz”. El dictado era casi siempre presuroso y se hacía en toda clase de ambientes de campaña, incluyendo habitaciones poco limpias y mal iluminadas. Así lo dejó ver Bolívar, por ejemplo, en una carta de mediados de 1829: “No tenemos tiempo ni medios para escribir largo, ni bien, a los amigos. Es de noche y estamos en campaña, a la orilla del Guayas. Hace además bastante aire y no logramos tener vela encendida”. Otro ejemplo: “En la selva, a las orillas del Orinoco, cuando atracaba la flechera en que navega, o a bordo de ésta, en la hamaca, dictó la Constitución presentada al Congreso de Angostura y el maravilloso discurso que pronunció ante aquella asamblea” (Blanco Fombona, 1973: xxxvii-xxxviii).

Aunque a veces dictaba borradores, en general Bolívar no leía con detenimiento lo que dictaba y no quedaba muy satisfecho con todo lo que escribía, especialmente con sus cartas. No se sentía escritor ni apreciaba en demasía sus producciones. “No mande a publicar mis cartas ni vivo ni muerto porque ellas están escritas con mucha libertad y mucho desorden” rogó, desde Potosí en 1825, al general colombiano Santander.

En realidad ni lo dictados tenían grandes imperfecciones ni los amanuenses –como José Domingo Espinar y Juan Santana– pueden haber sido tan poco competentes como el imperioso y tenso Libertador lo estimaba a veces. De haberlo sido no habrían podido registrar el elevado volumen de material que produjo la constante ansiedad de comunicarse y la gran capacidad que para ello mostró Bolívar a lo largo de su gesta emancipatoria de quince años. Fue, más bien, gracias a esa aptitud y a la razonable fidelidad de los escribientes que le resultó posible comunicarse amplia y eficazmente. Y así se pudo, además, conservar para la posteridad mucho del pensamiento del Libertador.

La incomodidad de Bolívar con el dictado, a veces manifestada con rudeza, no provenía sin embargo de arrebatos temperamentales. Era consecuencia de un insalvable problema de comunicación: la dificultad de expresar con presteza y a cabalidad –por interpósito amanuense– lo mucho que pasaba a gran velocidad por su mente privilegiada. En la frustración provocada por ello, en la aguda disparidad entre el ritmo de pensar y dictar y el de registrar en papel lo dicho, se originaba aquella irritabilidad. Sus escritos salían “a la diabla”, según Cuevas Cancino (1980: 112); “como los borbotones de lava que revelan la erupción volcánica. Los relatos sobre sus dictados nos transmiten la impresión de un tremendo fluido que impulsa con sobrehumano aliento la ferruginosa sucesión de palabras: palabras que no hacen justicia al pensamiento, pues no pueden seguir esa anticipación…”.

Su prosa, según coincide otro observador atento, era profunda y limpia, sin demasía ni artilugios: “No podía escribir de otra manera. Su ánimo inquieto, su temperamento impulsivo, no daban tregua para el reposo pulido o la falsa arista de la pesada erudición. Era también en sus escritos como un rayo. Le sobraba tanta vida que, a veces, las palabras desbordaban el ceñido molde de la expresión” (Medina, 1968: 201)

Cuánto escribió

Ningún otro gran dirigente político en el mundo –ni siquiera Napoleón, Churchill o Castro– ha debido escribir tanto como lo hizo Bolívar y no lo hizo a manera de reposadas memorias una vez cumplida su gesta heroica sino en pleno fragor de batallas y en medio de extenuantes empeños para enseñar a hacer buen gobierno y forjar unidad.

Refiriéndose a sus comunicaciones en semejante situación, Pirotto (1980: 118) ha señalado atinadamente que ellas son “… proclamas nacidas después de noches insomnes, de perspectivas bélicas, en el momento en que los ejércitos se aprestan a chocar en sañudos combates; cartas y órdenes escritas apresuradamente, mientras golpean la tierra con sus cascos los impacientes corceles que han de llevarlas con celeridad; arengas para acudir sin dilación al sostén de los ánimos abatidos; misivas para confortar a los que vacilan”. En efecto, a menudo el Libertador tiene que soltar la pluma para tomar la espada; en una comunicación a Santander de 1823, desde Pallasca, le dice: “Quisiera escribir a Ud. un libro para decir mil, mil cosas más, pero no puedo porque voy a montar a caballo para continuar mi marcha…”

Por eso mismo, por la premura con que el Libertador tuvo que emitir casi siempre sus mensajes, son admirables la profusión y la variedad que alcanzó en ello al impulso de su fecunda inteligencia. Un inventario de su producción hecho a la altura de 1947 (Pividal, 1982: 7) consignaba los siguientes datos:

Cartas 2.325

Proclamas 103

Mensajes 21

Discursos 16

Manifiestos 14

Artículos de prensa 7

Exposiciones 3

Ensayos literarios 3

Constituciones 2

Este recuento no fue exhaustivo ni, que se sepa, ha sido sistemáticamente actualizado sobre la base de inserciones adicionales a partir de 1948. El acervo posiblemente se aproxima a lo completo en cuanto a los mensajes de contenido político, militar y jurídico con carácter necesariamente público, así como respecto de los muy pocos escritos que Bolívar hizo con intención literaria. En cambio, en lo referente a su producción epistolar, privada y pública, parece haber razón para suponer que puede haber sido aún mucho mayor que la que tiene registrada. El sobresaliente estudioso de la producción bolivariana Rufino Blanco Fombona (1973: xxxvi) sostuvo que:…por cuanto la correspondencia le servía de actuación política o era menester para los asuntos del servicio, se comprenderá fácilmente que lo que la posteridad conserva de las cartas bolivarianas es bien poco, una porción mínima”. ¿Cuántas podrán haber sido entonces? Otro bolivarólogo venezolano, Vicente Lecuna, el más ambicioso compilador de los escritos del Libertador, tras revisar las listas de envíos postales de Bolívar en 1829, en los archivos de éste, estimó –acaso con exageración– que el total de sus cartas pudieran haber sido de alrededor de nada menos que diez mil. De ellas, según Pavletich (1980: 134) unas 3.000 se perdieron al hundirse un barco en que viajaba su portador Felipe Larrazábal, uno de los primeros biógrafos de Bolívar; murió aquél en el naufragio.

Semejante fecundidad epistolar no tiene parangón en parte alguna. Pero, aun si el cálculo fuera desmedido, el número de cartas conservado y en buena parte publicado –que hoy se estima en grueso en alrededor de 3.000– es de por sí alto y, por abarcar toda la trayectoria vital de Bolívar, constituye un acervo de valor inapreciable para la historia de los pueblos que él liberó, junto con el resto de sus comunicaciones antes mencionadas.

Luis Ramiro Beltrán Salmón.

Oruro, 1930.

Premio Mundial de Comunicaciones McLuhan.

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