Loading...
Invitado


Domingo 20 de julio de 2014

Portada Principal
Cultural El Duende

La máquina de emociones

20 jul 2014

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

La literatura forma tanto la razón como el corazón. Enardece las emociones, y no sólo sirve a la educación sino también a la manipulación

Según António Damásio, las emociones son conjuntos complejos de respuestas químicas y neuronales que forman un patrón distintivo, mientras que los sentimientos son percepciones sobre estados del cuerpo. En otras palabras: una emoción describe un estado mental, mientras que un sentimiento es, antes que nada, una percepción física. Según Damásio, esto explica que las emociones precedan a los sentimientos. No sin razón, los antiguos creían que los humanos estábamos dominados por nuestras pasiones y que la tarea de la civilización consistía en domarlas como si fuesen bestias salvajes. Las emociones han sido vistas, desde entonces, como fuerzas imbatibles, capaces de lanzarnos a los peores excesos. Esta percepción no es del todo exagerada: en efecto, las emociones no derivan de un impulso racional, sino de la predisposición del cerebro a reaccionar de forma expedita ante las amenazas externas. Entre muchas otras cosas –guardiana de la memoria, transmisora de ideas y patrones, breviario del futuro–, la ficción también funciona como una máquina de emociones. Adentrarse en una película, una teleserie, una radionovela, una pieza de teatro o un relato es como subirse en una montaña rusa emocional: saltamos de un personaje a otro y, a veces en contra de nuestra voluntad, sufrimos, amamos, gozamos, nos enaltecemos, nos paralizamos o nos derrumbamos con cada uno de ellos –hay temperamentos que no toleran este frenesí–. La ficción nos inocula, de pronto, el síndrome de personalidad múltiple: me estremezco, casi simultáneamente, como aquél, como aquél y como aquél, uno tras otro, sin parar. No sólo soy Emma Bovary, sino que me aburro, me frustro, me desconcierto y me abandono como Emma Bovary. Y, apenas unos segundos –unas páginas– más tarde, sufro, desconfío y me enfurezco con Charles, su marido. Madame Bovary c’est moi, sin duda, pero ­Pierre Bovary c’est moi aussi. Una novela es un campo de pruebas emocional: si Platón ordenó expulsar a los poetas de su República, era para evitarles a los ciudadanos este torbellino interior que terminaría por distraerlos de sus ordenadas labores cotidianas. Platón no entendía –o, perversamente, lo entendía muy bien– que las emociones provocadas por la ficción (o la poesía) nos enseñan a ser auténticamente humanos. Los regímenes totalitarios empeñados en sancionar y regular la ficción, como la Unión Soviética o la China de Mao, estaban empecinados en convertir a sus súbditos en criaturas fáciles de modelar, manejables, previsibles, a través de novelas, cuentos y poemas que exaltasen sólo aquellas emociones adecuadas para sus fines; en primer sitio, ese elenco de emociones primarias, tan fáciles de instrumentalizar, como el patriotismo, el miedo al otro o la fidelidad

Jorge Volpi. Escritor mexicano.

Tomado de revista Humboldt,

dic-2012

Para tus amigos: