¿Quiénes son los culpables del enfrentamiento confesional en Irak?
14 jul 2014
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Hasta la Segunda Guerra del Golfo, Irak era un país gobernado por una dictadura, la de Saddam Hussein, que conculcaba las libertades democráticas y tenía a miles de opositores en sus mazmorras por no estar de acuerdo con sus ideas. Pero, también existía un cierto orden, no fascista, en su territorio, una convivencia medianamente civilizada entre los tres grandes grupos poblacionales, divididos por sus creencias religiosas y culturales: musulmanes chiitas, musulmanes suníes y kurdos, a pesar de los afanes independentistas de estos últimos que se encuentran disgregados en Irak, Siria, Turquía e Irán, lo que señala la tragedia de una nación con territorio, idioma, identidad, cultura, objetivos políticos nacionales, pero no independencia.
No obstante, sin autorización del malhadado Consejo de Seguridad de la ONU, en 2003 Estados Unidos invadió Irak con el fin de acabar con los supuestos nexos del entonces régimen iraquí con el terrorismo musulmán y la posesión y desarrollo de armas de exterminio masivo, dos afirmaciones que desde antes de la intervención militar se sabía eran falsas pero que fungieron como motivos para que Estados Unidos iniciara una estrategia de proyección global que debía mejorar la posición estratégica de Israel; crear una democracia árabe que sirviera de modelo a los países amigos de la zona amenazados por disensos internos, permitir la retirada de las fuerzas estadounidenses enclavadas en la península árabe y facilitar el acceso a fuentes de hidrocarburos que redujeran la dependencia económica de la monarquía saudita.
La decisión de invadir Irak fue equivocada y costosa a la vez. Los costes se pagaron en vidas, en dinero, y lo que es aún más importante, en la pérdida de oportunidades y en la creación o el empeoramiento de problemas futuros. La situación en Irak no dejó de hacerse álgida desde 2003, y poco significan los miles de muertos norteamericanos e ingleses, al final son lo que los estrategas del Pentágono “llaman “daños necesarios”, lo realmente grave fue la muerte de más de un millón de iraquíes, asesinados por las tropas de la coalición o como consecuencia de atentados terroristas de sectas chiitas y suníes –daños colaterales-. De todas maneras, estos sangrientos hechos no fueron el mal mayor.
Los problemas futuros, y en consecuencia los mayores males para el mundo civilizado, son los que acontecen actualmente, pues la sangrienta ofensiva de los yihadistas sunitas del "Estado Islámico de Irak y el Levante" (EIIL), que nace en este país y posteriormente extiende sus operaciones al conflicto en Siria, no tiene visos de parar. El trabajo sucio de "limpiar el desorden que dejó la primera administración Bush cuando, en 1991, permitió que Saddam Hussein consolidara su poder y matara a sus oponentes tras la primera guerra entre Irak y Estados Unidos", hizo trizas los tres pilares sobre los que se asentaba el régimen: el Partido Baaz, la burocracia y las Fuerzas Armadas, instancias que aminoraban las tensiones entre suníes, chiitas y kurdos.
Hoy Irak vive una situación de martirio, donde miles de civiles no afectos a la creación de un califato retrógrado son asesinados sistemáticamente por fanáticos del oscurantismo musulmán, reivindicando conquistas sangrientas de hace casi mil años y propugnando volver a los límites precarios que logró la primera oleada de discípulos de Mahoma, apoderándose de territorios a sangre y fuego, entre ellos el sur de España y gran parte de los Balcanes en Europa, además de extensas zonas de del Norte de África y Asia sobre la base de la imposición de Alá como Dios y la muerte a los infieles, o sea a los que tenían otras religiones o eran ateos. ¿Y quiénes son los grandes culpables de esta segunda oleada reaccionaria y, además, criminal?: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, los impulsores del “invierno árabe”, del que deberán arrepentirse tarde o temprano. Para colmo de males, los gobiernos de estos países asumen con tranquilidad la ofensiva de los extremistas, buscando la caída de Nuri al-Maliki, el gobernante iraquí que no fue afecto a sus designios imperialistas y hasta se dieron el lujo de no entregarle aviones comprometidos para su defensa, obligación que fue asumida por Rusia e Irán.
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