Hace un poco más de 50 años que ejerzo el periodismo. Comencé trabajando en radio, luego en una agencia de prensa, en diarios, radio otra vez, corresponsal, enviado especial y ahora último, soy colaborador de diarios, entre ellos de éste. No quiero citar los países donde trabajé, porque no viene al caso, pero han sido muchos.
Todos esos años he tenido maestros que me enseñaron, colegas buenos y de los otros, pero, sobre todo editores, productores y jefes de redacción de los que aprendí más que en la Universidad. Debo confesar que tuve colegas bolivianos y jefes que sembraron la curiosidad profesional y me instaron a la superación. Todos implacables con la diferencia de que unos corregían con amabilidad pedagógica y otros con la arrogancia del lápiz rojo.
Los editores de radio, conocidos también con el nombre de productores, por ejemplo, piden “sonido que relate”, no más de dos líneas que amplíen el efecto sonoro o los “cuts” no deben pasar de los 30 segundos y decir lo esencial en la nota que no debe superar los 3 minutos. El diálogo entre el reportero y el productor de radio es urgente, cotidiano y tiene a la larga el efecto de conectar sin hablar mucho porque ya se conocen las exigencias del productor y las posibilidades del reportero. Cuando cambian al productor se vuelve a la tierra movediza. Lo más importante de esta relación laboral es la comunicación, y sobre todo el feedback. Es siempre mejor que señalen los errores antes que cubrirlos con una palmada en el hombro que hace suponer falsamente que todo estaba bien. Yo trabajé con una implacable que no daba palmadas en el hombro; no le gustaban mis noticias, pero me felicitaba por mis análisis: “Vos no sos noticiero eres analista” me decía en un “argentino” deslavado por su nuevayorkismo.
A otro que recuerdo es un porteño que una vez me dijo: “Tu nota es pura paja, salí a la calle, buscá gente que te cuente, así te evitás de inventar”.
Los peores son los que no dicen nada. Y, de ese tipo de productores o jefes hay muchos. Naturalmente a los que más se los recuerda son a los que los que te felicitan. O los que extrañan tu contribución y preguntan “¡qué paso!”, sobre todo cuando se está en alguna misión y uno desaparece un par de días por algún viaje por senderos bélicos o campamentos de refugiados. O los que te dicen “cuídate, no te arriesgues, primero tu pellejo y después la noticia”.
Estos recuerdos vienen a mi memoria porque en estos días leí un texto de una colega sueca sobre el periodismo como saga a propósito del mundial de fútbol.
En toda saga hay un eje de construcción y es la existencia de los buenos y los malos, de alguna manera reemplazaba otro eje, el clasista que tuvo gran difusión en los 60-70, era la lógica de la defensa de los débiles frente a los invasores/dictadores/imperialistas. Los periodistas estadounidenses, por ejemplo, fueron los primeros en denunciar los atropellos humanos en la guerra del Vietnam. Era un eje fácil de politizarse porque el espacio liberal estaba cerrado con el candado de la guerra fría.
El escándalo del Watergate que se denunció en las páginas del Nueva York Times tuvo un reflejo en los años ochenta pero con un giro hacia la lógica populista, apareció un periodismo semejante a los tribunales populares que “investigaba” en base a apriorismos. Se partía del supuesto de que la “autoridad” es avasalladora y el avasallado es el pobre ciudadano al que hay que ayudarlo con la denuncia periodística que se adelantaba al tribunal de justicia y a veces se atrevía a sentenciar con “pruebas” que no eran otra cosa que opiniones personales.
Sin duda, el periodismo de investigación, tiene estirpe ética ausente del populismo de los 80. Una buena investigación cuenta con fuentes debidamente contrastadas una infinidad de veces. Un secretario de redacción, alguna vez, me dijo: “Desconfía hasta del nombre de tu madre, ve a la fuente, a la iglesia, al registro civil y donde la autoridad competente para escribir el nombre de tu madre con seguridad profesional y no con la certeza de hijo”.
En la actualidad con una inflación noticiosa, el periodismo para sobrevivir busca nuevas formas de expresión y una de ellas es volver al eje dramático de los buenos y malos, que es un modo de ayudar a que se establezca como verdad la teoría de conspiración. Todo se explica con la contradicción entre los “musulmanes (los malos)” y “nosotros (los buenos)”, cuando el término musulmán encierra multitud de ramas y sectas. Y nosotros no somos solo cristianos sino ateos, animistas y chamanes y no somos los buenos del drama, por lo menos no todos. Esa misma dinámica se establece en otros temas inclusive en el deporte.
Un ejemplo reciente es el Mundial de Fútbol y la aplicación de la teoría de la conspiración, relatada en clave de investigación, donde hay buenos y malos. La teoría fue desmentida por la realidad de una goleada histórica, pero hay quienes siguen buscando explicaciones: “Las inversiones alemanas en Brasil, la hegemonía universal de Berlín, etc.”, explicarían la victoria alemana. Cuando leo esas sandeces me vuelve a la memoria aquella frase de mi jefe porteño: “Tu nota es pura paja”.
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