Lunes 07 de julio de 2014
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Esa novela del paraguayo Augusto Roa Bastos habla sobre el poder que concentra una sola persona, en ese caso, el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia y los 26 años de su régimen, ahíto de injusticias, persecución y muerte. Es lo que el escritor llamó “el monoteísmo del poder", traducido en el reiterado abuso de un poder que se cree supremo. De esa novela, se desprende que cuánto más se personaliza el poder en un caudillo por el culto que se le rinde, sin mesura alguna, empieza a perder todo atisbo de legitimidad institucional que pudo haber tenido.
Y entonces pienso en el “Supremo” Evo Morales, quien barrió con la institucionalidad democrática de la cual surgió, para convertirse al cabo de casi 9 años, en el caudillo populista, carismático y autócrata de un “proceso de cambio” que transformó a ciudadanos/as en súbditos. Con ellos se comunica vía la masiva y millonaria propaganda política que reafirma el culto a su persona con supuestas virtudes de estadista y responsable de la bonanza macroeconómica del presente, sin mencionar los factores externos que inciden en ella. Tampoco dicen que Morales, además de ser jefe de régimen, también es jefe del sindicato de cocaleros que cultivan la hoja de coca, materia prima de la cocaína, en el trópico de Cochabamba.