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Domingo 29 de junio de 2014

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Revista Dominical

Nazca o la pasión por el pasado de la dama del desierto y el “italiano loco”

29 jun 2014

Por: Concepción M. Moreno - Periodista de EFE

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Nazca, Perú, el lugar de las misteriosas huellas dejadas en el desierto por la civilización homónima preincaica, concentra la pasión por el pasado de esta pampa de dos grandes estudiosos, María Reiche y Giuseppe Orefici.

Desde que en 1551 el español Cieza de León, cronista de Perú desde la llegada de los conquistadores, mencionase por primera vez la presencia de “señales” trazadas en el suelo, los geoglifos de Nazca han despertado el interés y la curiosidad de muchos estudiosos, además de la imaginación de no pocos autores.

Ya en el siglo XX, con cuatro décadas de diferencia, dos científicos, la matemática alemana María Reiche y el arqueólogo italiano Giuseppe Orefici, centraron su pasión en Nazca, si bien la primera se concentró en las líneas y el otro rescató de su sepultura de lodo el centro ceremonial de Cahuachi.

En su periplo hacia las fuentes del río Amazonas, la Ruta BBVA recaló en Nazca, donde los expedicionarios admiraron los geoglifos desde el mirador de la carretera Panamericana, que cruza el desierto, a pocos kilómetros del lugar donde reposan los restos de María Reiche (1903-1998).

Sin ser arqueóloga, esta alemana se erigió en adalid de la preservación de las líneas desde que, en 1941, conociese aquellas marcas desérticas y que, a partir de 1946, se instalase en Nazca hasta su muerte.

“Acá se festeja el 15 de mayo el cumpleaños de María Reiche. Hay una ceremonia oficiada por un sacerdote quechua y se traduce al castellano y al inglés y agradecemos los dones a la tierra. Tanto hombres como mujeres llevan vestimentas nazcas y bailan al son de la quena y el tambor”, explicó a los ruteros Leo Reyes, guía del Ministerio de Cultura peruano.

Según relató, Reiche perdió un dedo en un accidente y sus manos quedaron con cuatro y cinco, respectivamente, la misma figuración que aparece en dos de los geoglifos de la pampa Ingenio (la más conocida del área de Nazca), “Las manos” y “El mono”, lo que generó en la población una especie de adoración esotérica por ella.

Sea esto leyenda o no, la evidencia es la dedicación con que Reiche trabajó sobre el terreno, hasta el punto de que, para sus trabajos de medición, se instaló en una choza al borde del de-

sierto, donde residió hasta su fallecimiento y que hoy alberga su casa-Museo.

Su hipótesis, desarrollada en varios libros, se basa en que las líneas son instrumentos de observación astronómica orientados entre un punto de observación y la posición de un astro en una fecha concreta.

Catalogada de excéntrica por muchos de sus vecinos, la “dama de las pampas”, como se la denominó, pagó de su bolsillo a un vigilante para evitar la destrucción de las líneas desde 1976 hasta que, en 1995, pasaron a la protección de la Unesco.

Similar estrategia usa hoy día Giuseppe Orefici, arqueólogo italiano que trabaja desde hace 35 años en la recuperación del centro ceremonial nazca de Cahuachi, la “ciudad en adobe más grande del mundo”, quien paga a un guardián para evitar los saqueos.

“Cahuachi ha sido el corazón pulsante de la cultura nazca porque ha sido el alma, la religión, el estado y contemporáneamente el orden económico, que se ha expandido en los distintos valles del Río Grande y sus afluentes”, declaró Orefici (Brescia, 1946), que guió a los expedicionarios durante su visita al sitio arqueológico.

Su hipótesis es que este centro ceremonial, denominado “el Vaticano prehispánico” por su ayudante Josué Lancho, por su significado como lugar de peregrinación, funcionó desde 450 a.C. hasta 450 d.C., con una extensión de 200 años más en la zona más alejada del Gran Templo.

“La gente venía de Ayacucho, o sea unos 1.000 kilómetros, haciendo sus peregrinajes para hacer sus ofrendas a Cahuachi. A cambio volvían con cerámicas y con textiles que recibían a cambio de sus productos. Esto permitía a Cahuachi almacenar sus productos en diferentes templos”, apuntó Orefici.

En su opinión, existe “una estrecha relación entre los geoglifos y Cahuachi”, porque en el lugar ceremonial no había cabida para muchos peregrinos, por lo que estos salían “en procesiones para hacer sus ceremonias dentro de los geoglifos”.

Las excavaciones hechas por Orefici al frente de un equipo multidisciplinar han permitido recuperar más de 200 piezas, como textiles, vasos y platos de cerámica, objetos de cobre y plata e instrumentos para hilar, entre otros.

Los expedicionarios de la Ruta BBVA pudieron contemplarlos en el Centro Italiano de Estudio e Investigación Arqueológica Prehispánica, donde observaron también cráneos trepanados y recreación de enterramientos.

Los trabajos para la conservación de Cahuachi, según Orefici, se complican por “el material”, ya que la arcilla del lugar “se ha degenerado”, la arena “es salada” y el agua “es salobre”, por lo que su grupo de trabajo traslada estos elementos desde más de 30 kilómetros de distancia, dato que, según él, le ha hecho ganarse entre los locales el apodo de “el italiano loco”.

La Ruta BBVA, que en 2014 celebra su vigésima novena edición, con 204 jóvenes de 21 países, recorre, hasta el próximo 21 de julio, tierras de Perú y de España bajo el lema “En busca de las fuentes del río Amazonas. El misterio de la danza de los cóndores”.

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