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Domingo 22 de junio de 2014

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Cultural El Duende

Paul Marie verlaine

22 jun 2014

Paul Marie Verlaine. (Metz, 1844-París, 1896) Poeta francés, considerado Maestro del Decadentismo y principal precursor del Simbolismo con el merecido epíteto de “impresionista”. Entre otros publicó Poemas saturnianos (1866), Fiestas galantes (1869), La buena canción (1870), Romanzas sin palabras (1874), Cordura (1881), Los poetas malditos (1884, en que dio a conocer a Rimbaud, Tristan Corbière y Stéphane Mallarmé); Antaño y ahora (1884); Mis hospitales (1892); Amor (1888); Liturgias íntimas (1892); Paralelamente (1889); Mujeres (1890); Canciones para ella (1891); Odas en su honor (1893); Elegías (1893) y En los limbos (1894).

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A una mujer

A usted, estos versos, por la consoladora gracia

De sus ojos grandes donde se ríe y llora un dulce sueño;

A su alma pura y buena, a usted

Estos versos desde el fondo de mi violenta miseria.

Y es que, ¡ay!, la horrible pesadilla que me visita

No me da tregua y, va, furiosa, loca, celosa,

Multiplicándose como un cortejo de lobos

Y se cuelga tras mi sino, que ensangrienta.

Oh, sufro, sufro espantosamente, de tal modo

Que el primer gemido del hombre

Arrojado del Edén es una égloga al lado del mío.

Y las penas que usted pueda tener son como

Las golondrinas que un cielo al mediodía,

Querida, en un bello día de septiembre tibio.

Tú crees en el ron del café

Tú crees en el ron del café, en los presagios,

y crees en el juego;

yo no creo más que en tus ojos azulados.

Tú crees en los cuentos de hadas, en los días

nefastos y en los sueños;

yo creo solamente en tus bellas mentiras.

Tú crees en un vago y quimérico Dios,

o en un santo especial,

y, para curar males, en alguna oración.

Mas yo creo en las horas azules y rosadas

que tú a mí me procuras

y en voluptuosidades de hermosas noches blancas.

Y tan profunda es mi fe

y tanto eres para mí,

que en todo lo que yo creo

sólo vivo para ti.

Lasitud

Encantadora mía, ten dulzura, dulzura...

calma un poco, oh fogosa, tu fiebre pasional;

la amante, a veces, debe tener una hora pura

y amarnos con un suave cariño fraternal.

Sé lánguida, acaricia con tu mano mimosa;

yo prefiero al espasmo de la hora violenta

el suspiro y la ingenua mirada luminosa

y una boca que me sepa besar aunque me mienta.

Dices que se desborda tu loco corazón

y que grita en tu sangre la más loca pasión;

deja que clarinee la fiera voluptuosa.

En mi pecho reclina tu cabeza galana;

júrame dulces cosas que olvidarás mañana

Y hasta el alba lloremos, mi pequeña fogosa.

Mujer y gata

La sorprendí jugando con su gata,

y contemplar causóme maravilla

la mano blanca con la blanca pata,

de la tarde a la luz que apenas brilla.

¡Como supo esconder la mojigata,

del mitón tras la negra redecilla,

la punta de marfil que juega y mata,

con acerados tintes de cuchilla!

Melindrosa a la par por su compañera

ocultaba también la garra fiera;

y al rodar (abrazadas) por la alfombra,

un sonoro reír cruzó el ambiente

del salón... y brillaron de repente

¡cuatro puntos de fósforo en la sombra!

Serenata

Como la voz de un muerto que cantara

desde el fondo de su fosa,

amante, escucha subir hasta tu retiro

mi voz agria y falsa.

Abre tu alma y tu oído al son

de mi mandolina:

para ti he hecho, para ti, esta canción

cruel y zalamera.

Cantaré tus ojos de oro y de onix

puros de toda sombra,

cantaré el Leteo de tu seno, luego el

de tus cabellos oscuros.

Como la voz de un muerto que cantara

desde el fondo de su fosa,

amante, escucha subir hasta tu retiro

mi voz agria y falsa.

Después loare mucho, como conviene,

A esta carne bendita

Cuyo perfume opulento evoco

Las noches de insomnio.

Y para acabar cantaré el beso

de tu labio rojo

y tu dulzura al martirizarme,

¡Mi ángel, mi gubia!

Abre tu alma y tu oído al son

de mi mandolina:

para ti he hecho, para ti, esta canción

cruel y zalamera

Para tus amigos: