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Domingo 22 de junio de 2014

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Traducir (II)

22 jun 2014

TAMBOR VARGAS

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Primera de dos partes

Hace ya tres años, en esta misma columna publiqué algunas llamadas ‘elucubraciones’ a propósito del acto de traducir (cf. EL DUENDE, nº 472, 26 de junio de 2011, p. 3); desde entonces no he abandonado el propósito de ampliar aquellas breves reflexiones con otras nuevas o más desarrolladas; pero por el momento ahora quiero concentrarme en lo que dio pie a todo: señalar una serie de ‘amenazas’ a que cualquier traducción con mucha frecuencia está expuesta.

Saramago traducido

No hace falta entrar aquí a explicar quién fue el escritor portugués José Saramago; y tampoco ponernos a discutir sus tan peculiares militancias ideológicas y políticas; ni sus tan personales prejuicios contra el Cristianismo (y supongo que contra toda religión que no fuera el estalinismo). Y no hace falta simplemente porque ahora quiero sondear la calidad de traducción de una obra suya y, por tanto, resultan irrelevantes sus ideas: lo que nos interesa es cómo lo ha traducido su traductor. En concreto, voy a limitarme al libro Cuadernos de Lanzarote (1993-1995) (Madrid, Alfaguara, 1998, 656 p.). En la portada consta: “Traducción de Eduardo Naval”.

Bien hará el lector en recordar que mis anotaciones no tienen nada de trabajo académico; por muchas razones, pero bastaría una de ellas: no he podido confrontar los pasajes impugnados con el original portugués. Quede esto claro. Y también, que no he pretendido agotar la anotación de todos los pasajes en que se presentan los casos registrados. Asimismo, que las remisiones a las páginas de la obra irán, sin más, entre paréntesis. Por fin, sepa el lector que para mis dudas lusas, he acudido al Dicionário Priberam da Língua Portuguesa (en línea).

¿Qué es ‘apenas’?

Leemos: “No lo comento. Digo apenas que Vergilio Ferreira, en el fondo, no hace mal a nadie” (88). Podemos oler una traducción mecánica del ‘apenas’ luso, que en la frase transcrita significa, en español; ‘sólo’ o ‘solamente’. Y me confirmo en la sospecha de la presencia de un traductor automático, pues la mala traducción (en realidad, una no traducción) prolifera como la cizaña a lo largo y ancho del libro (cf. 72, 163, 186, 199, 203, 222, 229, 262, 286, 323, 340, 371, 372, 411, 423, 472, 489, 505, 541, 547, 591, 609, 643, 647).

¿Y si ‘rematar’ fuera ‘acabar’?

Otro caso, también repetido, de una traducción que no traduce, es la del verbo ‘rematar’, que me parece que cualquier traductor consciente entenderá como ‘acabar’, ‘finalizar’, ‘terminar’; pero a los ‘rematares’ de Saramago se los deja encarcelados en unos simples ‘rematares’. Por ejemplo, podemos leer: “... fui encargado de escribir el editorial para el primer número ‘libre’ de la revista. Y rematé: “No olvidaré el Primero de Mayo....” /269). Y una traducción tan zafia llega a llamar la atención, aunque más no sea que por su proliferación (cf. 284, 362, 419, 421, 430, 643).

El primero de los ‘falsos amigos’

La noción de ‘falsos amigos’ resulta familiar a cualquier traductor algo avezado. Según la Academia española, “Cada una de las dos palabras que, perteneciendo a dos lenguas diferentes, se asemejan mucho en la forma, pero difieren en el significado”. Y con frecuencia prepara sonados resbalones a los traductores, o inexpertos o muy apresurados. Naturalmente, la ‘inteligencia artificial’ de cuanto traductor en red circule suele resultar incapaz de discernir estas parejas engañosas de términos; y el traductor que pone su confianza en ellos, sin concienzuda revisión, cae en la emboscada con más frecuencia de la que puede tolerarse.

Cuando a Saramago se le hace decir: “nunca fui por trigo limpio a sus libros, suponiendo que de la lección de ellos llegase a hacer mi pan” (377), hemos de imaginar qué hay en el texto original: muy probablemente “liçāo”, que puede significar efectivamente ‘lección’, pero también ‘lectura’, que es la acepción que en este caso el traductor debía escoger.

También cuando el traductor hace decir a Saramago “Y realmente no sé lo que será más duro si prestar cuentas a Dios, por intermedio de sus representantes, o a las ideas...” (460). En portugués puede haber, parece, ‘prestaçāo de contas’, pero no cabe duda que en español no se ‘prestan’, sino que ‘rinden’ o ‘dan’ cuentas; y máximo cuando anda Dios por medio... De nuevo parece asomar el traductor automático... o despistado; muy despistado.

Otra traducción no traducción es la que nos ofrece la frase “De todo esto resulta un fuerte sentimiento de inquietud, tantalizante, que roza la angustia” (426). En este caso no se trata de un falso amigo semántico, sino inexistente. En portugués existe, efectivamente, ‘tantalizar’ (“provocar muito sofrimento, infrigir suplícios”); y de este verbo deriva “tantalizante”; pero de ahí a que le demos, sin más, carta de ciudadanía española, francamente hay un muy largo trecho.

¿Y qué decir de la construcción: “lo más probable es que sea este silencio el refugio que aún le queda a quien se resiste en reconocer...” (464)? Aunque no he acabado de averiguar si el portugués autoriza el ‘resistirse en’, lo cierto es que el español ‘se resiste a’. Y lo que nos hace leer la traducción hace impresentable el texto de todo un premio Nobel.

Continuará

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