A propósito del artículo publicado en LA PATRIA “Terapia franciscana”, se hacen necesarias algunas precisiones para llamarle a las cosas por su nombre.
En el mismo el autor llama milagro a la oración sincrética con judíos y musulmanes en el Vaticano por la paz. Es necesario considerar la situación en su dimensión adecuada, esto es la religiosa, ya que hablamos de rezar. La enseñanza dogmática católica es bastante clara y así en la encíclica “Mortalium Animos” de Pío XI se dice: “…Con este objeto se organizan… reuniones,… donde, sin distinción, se invita a la discusión a toda clase de infieles, así como de cristianos, y hasta de aquéllos que tristemente rechazaron a Cristo o, con obstinada pertinacia, niegan la divinidad de su Persona o misión. Tales tentativas no pueden recibir aprobación alguna entre los católicos, pues están fundadas en la falsa opinión de que todas las religiones son más o menos buenas y dignas de alabanza, en cuanto todas dan expresión, bajo diversas formas, a aquel sentimiento innato que lleva a los hombres a Dios y a la obediente admisión de su imperio... favorecer esta opinión, por tanto, y alentar tales empresas, equivale a abandonar la religión revelada por Dios”.
Entonces llamar milagro a un acto contrario al magisterio inmutable de la Iglesia, aunque parezca una consideración puramente laica, cuanto menos es errónea al considerar un acto religioso desde un aspecto de relaciones públicas como menciona el articulista. Mucho menos resaltar la habilidad en un campo que no le corresponde al Papa, esto es el de la diplomacia, más cuando este se contrapone específicamente al que le corresponde como Pastor de Pastores que tiene que ver con confirmar a los fieles en la fe y no incentivarlos a un acto apostático.
Quien cree que esto puede ser una consideración pasada de moda, entonces tendríamos que hacer la misma consideración con respecto a las Palabras que Jesucristo nos enseñó: “Pues no envió Dios a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que por su propio medio el mundo se salve. Quien cree en Él, no es juzgado; pero quien no cree, ya tiene sobre sí la condena, por lo mismo que no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios” (Jn. 3, 17-18). Entonces ¿cómo podríamos considerar a judíos y musulmanes en orden a la salvación, sino creen en Jesucristo? Y por consiguiente ¿cómo podríamos considerar un acto de misericordia decir que se reza al mismo Dios como lo dijo frecuentemente el Papa Bergoglio, en vez de buscar la conversión de los alejados de la verdadera fe?
Lo cierto es que muchos musulmanes siguiendo las enseñanzas de su código sagrado el Corán, matan a infinidad de cristianos, y los judíos siendo consecuentes con el suyo, el Talmud, consideran a Cristo un demonio y a los cristianos idólatras a dominar para reclamar el mundo como su “Tierra prometida”. A diferencia de ellos, los católicos estamos llamados a rezar por nuestros enemigos y buscar la salvación de sus almas haciéndoles conocer la verdad. Pero si hay algo que a los primeros debemos reconocer es la coherencia, que los católicos parecemos haber perdido en nombre de la “misericordia” y la “paz del mundo”. Y es en este último sentido donde cabe aclarar el anticristiano concepto de paz del mundo que se señala como milagroso. Cristo dijo: “La paz os dejo, la paz mía os doy; no os la doy yo como la da el mundo” (Jn. 14, 27) así como dijo: “No debéis pensar que Yo haya venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz sino la espada” (Mt. 10, 34). Para eso debemos precisar que la paz de Cristo solo puede darse en la Verdad y la Justicia y esto solo puede conseguirse en la promoción del orden natural, que es el querido por Dios en la Sociedad, que hoy lamentablemente vemos subvertido por las prácticas antinaturales como la homosexualidad o contracepción y las prácticas eugenésicas que suicidan naciones enteras, ya que no se busca el Bien Común sino el bien particular de cada uno y es ese egoísmo el que lleva el germen de todos los males del mundo.
Bien haría el Papa Francisco por preocuparse de los temas queridos y ordenados por Dios y mucho contribuiría a la concordia mundial simplemente siendo coherente con la misión divinamente encomendada.
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