“Reconociéndose el alma con el alma, respondiendo la sangre a la sangre, sin saber, en pleno vuelo -hacia arriba o hacia abajo- cuál habrá de ser el lugar de destino”, recitaba el poeta estonio Yuri Talvet su poema traducido a una veintena de idiomas, mientras a lo lejos aún retumbaban los platillos de la banda Poopó en su último ensayo general, vísperas de Carnaval.
“Lo hago con lentitud, sin inocencia, hundo cada mañana los dedos en la mierda, buscando una razón para vivir, y fracaso y lo hago… y fracaso y lo hago”, seguía la premiada argentina Laura Yassan y aquel lamento existencial parecía no tener cabida en la plaza orureña llena de serpentina, pétalos de rosa blanca y cuetillos de humo blanco, viernes de Ch’alla.
El joven poeta y quenista orureño Sergio Gareca se hacía la burla de Eva y su Adán y sus versos retumbaban en el alborozo de las comparsas de mineros con guirnaldas y dinamitas, listos para reverenciar al Tío, al dueño de los socavones, mediodía para el rito a los dioses generosos.
¿A quién se le ocurre convocar a un festival internacional de poesía, el arte de la melancolía, en pleno festejo del Anata? Sólo a tres mosqueteros como Benjamín Chávez, Edwin Guzmán y Rubén Vargas y al mayor D’Artagnan, el empresario Luis Urquieta, que no dudó en dar la base material para semejante acontecimiento surrealista.
Intuí desde que conocí el programa que el desarrollo de este festival iba a ser único, para protagonistas, para el público. Decidí acompañarlo en su fase inicial en La Paz y viajar a Oruro, a escuchar rimas modernas en el contexto de ángeles y supays.
No me equivoqué y lamento por todos aquellos que se perdieron esta original simbiosis de desgarros y desvaríos con el tronar de bombos y trompetas. Los poetas visitantes, de tierras planas y ordenadas, sintieron el primer desafío con la luminosidad de La Paz, el achachila mayor Illimani. Imposible ser indiferentes; empero los acontecimientos culturales pasan de otra manera en una urbe congestionada.
En Oruro fue diferente. La Universidad pública los acogió en sus salones, el Municipio los nombró huéspedes ilustres, la Iglesia Católica les prestó el Museo Sacro de la Ranchería, la empresa privada les dio comida, bebida y fiesta, los artistas todo su apoyo y los orureños el cariño, la amabilidad que los dejó conmovidos.
Los viajeros felicitaron a los organizadores: todo estaba impecable. Aún los retrasos -que para mí fueron innecesarios- para ellos fueron parte del fluir sin tensiones ni horarios. Destacaron además la distinción de los jóvenes poetas y del Estado boliviano a los maestros. Julio de la Vega (cruceño), Héctor Borda (orureño), Antonio Terán (potosino), Jesús Urzagasti (chaqueño) en acto que tuvo como escenario a la Vicepresidencia de la República.
No hay primera sin segunda y esperamos que se repita esta delicia. Seguramente que ahorita Benjamín está tan agotado que no desea ni pensar en enfrentar nuevamente este desafío. Sin embargo, hay la esperanza que en el futuro el respaldo sea mayor. Así empezaron otras iniciativas estéticas y hoy son infaltables como los festivales de teatro, de jazz, de cine y el mayor de todos, el Festival Internacional de Música barroca en la Chiquitanía cruceña.
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