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Domingo 08 de junio de 2014

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Cultural El Duende

Jorge Ordenes Lavadenz

La adversidad en la novelística de Alcides Arguedas vívida y vigente

08 jun 2014

La narrativa del pensador boliviano Alcides Arguedas Díaz viene a ser un llamado al orden y a la legalidad, sobre todo con respecto al Artículo 7 de la Constitución Política del Estado -que, entre otras cosas, estipula el derecho a una remuneración justa por el trabajo realizado. Las novelas de Arguedas son también un pedido simbólico a los bolivianos a dejar de jugar a tener un país, y un postulado doloroso de edificación de Bolivia lanzado desde un positivismo social crítico en boga en América durante las primeras décadas del siglo veinte.

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Tercera de 10 partes

Por algo se clasifica a Eustasio Rivera entre los escritores superregionalistas de Hispanoamérica. Hay que tener un tipo de naturaleza muy patético –o por lo menos detallarlo patéticamente– para expresar regocijo por un tipo de muerte, el que sea, en primera persona. La naturaleza, o sea la adversidad, de Arguedas se muestra menos voraz que la del colombiano ya que, luego, por ejemplo, el cadáver de Manuno dará en una orilla de donde será recogido por sus compañeros. En Rivera, como en Arguedas, existe el énfasis de presentar un medio sediento de vidas humanas; aunque en el colombiano, ese énfasis se muestra más pronunciado, sardónico, expresionista-naturalista, y de ancha brocha donde cabe hasta el humor. Arguedas busca desplazarse del contexto de lucha contra la naturaleza hacia una protesta revolucionaria. A Rivera interesa el infierno verde en que actúan sus personajes, aunque retiene su enfoque de la situación humana en las caucherías del Casanare colombiano. Salvando distancias de tiempo, con Arguedas de iniciador, existe una preocupación sociológica común en Arguedas, Icaza y Rivera, que será recogida por la narrativa posterior, incluyendo la novelística de Aluzio Azevedo, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Manuel Mejía Vallejo, entre tantos otros.

Pisagua incluye un episodio donde las aguas acopian fuerza metafórica de la adversidad boliviana.

Esta vez Arguedas combina el hecho histórico con la defensa del mar boliviano. Alejandro Villarino, protagonista principal de Pisagua, encuentra su muerte –y por lo tanto el fracaso total, incluso el amoroso– cuando las aguas del Pacífico se alían a la metralla chilena para sellar simbólicamente la mediterraneidad de Bolivia. El cuadro destella por la representación de un sacrificio inútil. Arguedas seguramente diría que ni un gran número de actos de arrojo suicida, como el de Villarino, hubieran evitado la derrota de Bolivia. Cuando lo obvio era, en su momento, organizar el país para la guerra a toda costa, y a todo costo, en defensa del Litoral. No fue así, y tal desalienta al autor al punto de inspirar en él el siguiente cuadro patético en contenido, aunque delicadamente estético en estilo:

¡Viva Bolivia! gritó cuando éstas [las olas] imprimieron un beso amargo en sus labios, grito que fue contestado por una descarga que, interrumpiendo ese silencio augusto, levantó en su redor una lluvia de agua... se le vio agitar la bandera con un estremecimiento de muerte y enseguida desaparecer en el soberbio elemento. Las olas, al cerrarse encima de su cabeza, recogieron un grito solemne y extraño a la vez: “¡Viva Bo ... Sara!”.(18)

Este episodio conmueve cuando se sabe que Sara, amada de Alejandro en la novela, también tuvo que recibir el beso de él antes de morir; mientras la flora y la fauna hostiles de Arguedas nuevamente significan la intrascendencia de los pocos valores positivos que el autor observa entre los habitantes de la llanura altiplánica.

Sobre el suelo de la llanada, duro como la piedra, no medraba ni la más pequeña hierba. Hecho de argamasa, arena, y lodo batido y rodado por muchas pendientes, su tierra no lleva la virtud germinativa, y tienen que caer sobre ella muchas lluvias y polen de flores para redescubrirse en partes con el verdor de plantas inútiles, que en su afán de vivir, serían capaces de echar raíces sobre el mismo hierro batido.(19)

Si al imaginamos un indio boliviano nos hiciéramos la idea de un hombre risueño, sano, alegre a su manera, optimista, y motivado a mejorar; y si tales características hubieran sido observadas por Arguedas, ese lugar de “plantas inútiles” le hubiera inspirado una descripción quizá más bucólica, menos pesimista. Lo negativo resalta en símbolos e imágenes donde la estética quizá sea, barrocamente, la única cadencia optimista del autor paceño. La mala legislación del boliviano con poder, sobre el boliviano con menos poder, inquieta al autor. Por otra parte y desde el punto de vista ecológico, se adelanta más de medio siglo en enunciar la fragilidad del medio ambiente. “… el mismo lago [Titicaca], siempre pródigo en dones, ahora se mostraba esquivo con sus riquezas de peces, aves y totoras, explotadas sin medida ni control desde tiempo inmemorial, hasta el punto de agotarse día a día por falta de una rudimentaria legislación que resguarde el raro tesoro de su fauna y flora, únicas en el mundo”. (20)

Pero la ecología preocupa poco a Arguedas, su afán es sociológico:

Aquí [en el Altiplano] no basta prever, porque la naturaleza parece dormir y nada puede el esfuerzo del hombre, ante los rigores y la inclemencia del clima. El ser que vive aquí, el indio, sólo tiene una cosa para resistir los embates del cielo: la humildad de su vida más que pobre... No le es dable forzar la tierra para obligarla a producir, porque la energía de los brazos no puede nada contra las fuerzas implacables de los elementos o agentes naturales.(21)

Arguedas se desola al notar la escasez de una actitud práctica ante la vida –tan proclamada por la escuela positivista. El contextualiza el paisaje después de catar al hombre desorientado. Busca que el hombre modele el terreno y no el terreno al hombre:

Todo allí era barrancos, desfiladeros, laderas empinadas, insondables precipicios. Por todas partes saltaba el nevado alto, deforme, inaccesible, soberbiamente erguido en el espacio. Su presencia aterrorizaba y llenaba de angustia el ánimo de los pobres llaneros. Sentíanse vilmente empequeñecidos, impotentes, débiles. Sentían miedo de ser hombres.(22)

El reto de la naturaleza debe afrontarse con inteligencia y audacia, si se busca doblegarlo. La barbarie comienza con el bárbaro que desconoce su barbarie al resistir el cambio. El clamor de Arguedas se nutre de la barbarie del blanco y del mestizo. El indio es más víctima, pero víctima que puede y debe reaccionar.

Habiendo deslindado el fondo telúrico-ambiental en la novelística de Alcides Arguedas, como una gran metáfora del drama humano de Bolivia, queda la estructura de asociaciones entre ese fondo, y las situaciones humanas que aparecen en las novelas. Se trata a continuación del fondo urbano.

2. El fondo urbano

Al estudiar aspectos del fondo urbano, sobre todo de Vida criolla, debemos recalcar la función acopiadora del autor. Su mente acopia impresiones con el propósito de cambiarlas de atuendo y de perspectiva, para exhibirlas como entes significantes de la adversidad en que vive la mayor parte de los bolivianos, desde el aparapita hasta el mandamás. Arguedas viene a ser el acopiador de impresiones, sensaciones e impulsos que alcanzan temperatura crítica, antes de convertirse en literatura. Así, el contexto urbano de su narrativa se plasma enfermizo.

Por Arguedas nos percatamos que allí el humano propende a realizar poco, a presenciar más que a actuar, a disfrutar ese presenciando, así como la presencia, de la gente que, por otra parte, disfrutan de lo mismo. Es un círculo repetitivo de nacimiento, bautismo, confirmación, casorio, procreación y senectud sin mayor pretensión. Mundillo de estulticia y ceguera social donde la envidia, el interés creado, la hipocresía, son partes de una realidad social emplazada en la inercia de la inacción.

Al autor poco interesó la posible idoneidad que ofrezcan unos cuantos individuos en contraste con el irresponsable comportamiento de los más. Su propósito fue pregonar verdades incómodas para la mayoría de los bolivianos pese al costo social que tal le significó. Bolivia es un pueblo, el pueblo es gente y la gente forma los centros urbanos que Arguedas –en el caso del trayecto urbano y suburbano que va del Prado a Aranjuez, en La Paz– lo describe así:

Los, coches, saltando por los baches y envueltos en nubes de polvo, salieron del Prado y emprendieron por la ancha y sinuosa avenida bordeada de eucaliptus y sauces llorones. Verdeaban los árboles por el primaveral retoño, poniendo alegre nota en la vasta aglomeración de cerros grises y resquebrajados que cierran el valle por los costados, dejando al fondo ancha vía de espacio, limitada primero por las cumbres atormentadas y rojizas de Aranjuez, luego, y encima, por las cenicientas del Alto de las Ánimas, que medio velan la perspectiva de la real cordillera, y, por fin, IlIimani, cuya eviterna nieve fulgía a esa hora del medio día. A ambos lados del camino en las faldas de los pelados montes, sembradíos de patatas y maíz, en pleno brote, hacían menos ingrata la visión del yermo.(23)

18. Arguedas, Pisagua, oe, 1, p. 85.

19. Raza de bronce, p. 35.

20. Raza de bronce, p. 101.

21. Alcides Arguedas, La danza de las sombras, OC I (México: Aguilar, 1959), pp. 9555956.

22. Raza de bronce, p. 52.

23. Alcides Arguedas, Vida criolla, De 1, p. 91.

Continuará

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